Prólogo

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Habia una vez en el centro de México, un pequeño pueblito llamado San Angel. Pero esté no era un pueblo ordinario ya que al estar en el centro del universo, debajo de el estaba la feliz y colorida tierra de los recordados.

Un lugar mágico, colorido, alegre para los que siguen vivos en la memoria de sus seres queridos. Gobernado por la hermosa y popular Catrina...

Pero... En el otro lado de la moneda, debajo de la tierra de los recordados se encontraba la de los olvidados....

Un lugar triste y en penumbra. En dónde hiban las almas que habían sido olvidadas por sus familiares... Gobernado por el tirano Xibalba el dios de la muerte todo lo contrario a la hermosa catrina...

Algunos aún no podían créer como una hermosa mujer como ella podía estar casada con ese dios tan despiadado....

Pero bueno... Dicen que el amor es ciego.

Pero no vinimos a hablar de ellos.

Ya que nuestros protagonistas, no son más que tres simples y tiernos cachorros. Y su historia comienza ahora....

— ¡Nadie retrocede! — respondió un pequeño cachorro a sus amigos

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— ¡Nadie retrocede! — respondió un pequeño cachorro a sus amigos.

— ¡Ni se rinde! — respondieron ambos cachorros a su amigo con sus tres espadas de madera juntando las —

podían ver dos figuras muy bien conocidas. n una había una señora vestida con un hermoso traje rojo adornado con velas y flores de cempasúchil y en otra lo que parecía ser una especie de hombre que brotaba brea y otras sustancias tóxicas.

Ambos parecidas estar teniendo una discusión.

— En serio mi cielo, no tienes ni idea lo fría y en ruinas que está la tierra de los olvidados — dijo el dios —

— Igual que tú corazón Xibalba, igual que tú corazón — bromeó —

El dios de la muerte apagó unas velas del altar cercano, haciendo que un hombre con una botella de tequila se espantara incluso aún más cuando vio como se volvían a prender por obra d ela Catrina.

Miro por unos momentos su bebida... Muy bien estaba decidido, dejaría de ver por un tiempo.

— Por qué debo gobernar un basurero cuando tú disfrutas de la fiesta eterna en la tierra de los recordados — dijo hacercando su mano hacía un anciano — la verdad no es justo —

Bien sabido que si el dios d ela muerte te tocaba automáticamente morias

¡Xibalba! — dijo dandole un manotazo a su esposo —

— ¿¡Qué!? Llegó su hora — sonrió inocente — bueno.... Más o menos

— Ah, ah hoy no querido — dijo ella —

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