Capítulo 10: Pequeños Demonios.

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A menudo me pregunto si la gente del tercer milenio estaba preparada para lo que se venía, si, al salir de sus bunkers, sintieron algún tipo de culpa al ver el mundo dividido en dos y lleno de ruinas. ¿Se arrepentirían de haber dejado a algunos de sus miembros atrás? La misma culpa me consumió cuando me di cuenta de que había dejado a Asher atrás. En medio del caos y el cansancio, el pánico fue como un puñal en el estómago al no verlo a mi lado ni encontrarlo entre el gentío del hospital. Fue un descuido que no me perdonaré.

Cuando asesiné a mi primer marido —el padre de Asher—, mi suegro me obligó a casarme con su tercer hijo, Adriano Rinaldi. Adriano nunca fue cruel conmigo, pero yo los odiaba a todos... excepto al hijo de Marcus, el pequeño Alex. Alex tenía once años cuando escapé, y lo llevé conmigo porque, en el fondo, siempre supe que él era diferente. Pero ver su rostro ahora, idéntico al de sus hermanos mayores, me recuerda todo lo que he intentado dejar atrás. Somos lo único que le queda de su familia, y a veces no sé si podré soportar el peso de esa responsabilidad.

Hace seis horas que llegamos al hospital. Nos llevaron a un área privada del ejército, donde algunos oficiales de la FEMM y sus familias también están siendo atendidos. En ese tiempo, Raquel, Lucien, mi madre, Henry, y Kenji se unieron a nosotros. Hace cuatro horas, sentí cómo algo se rompía dentro de mí, una conexión invisible con Paula y Morgan. Fue entonces cuando Paula tuvo su primer paro cardíaco, y tres horas después la ingresaron al quirófano por un traumatismo abdominal. Todavía no sabemos nada.

De repente, una voz firme interrumpe la calma tensa.

—Familiares de la señorita Paula Peñalver.

Levanto la vista, tratando de deshacerme de la rigidez en mis hombros. Mi madre se adelanta con voz temblorosa.

—Soy su mamá. ¿Cómo está mi bebé?

El médico sostiene un informe en sus manos, y la gravedad en su rostro es evidente.

—Afortunadamente, pudimos salvarla. Sin embargo, no pudimos hacer lo mismo con el feto, así que se le realizó un aborto de emergencia.

Un susurro recorre la sala. Los hombros de mi madre se desploman y puedo ver el dolor en su rostro. Trato de procesar lo que acabo de escuchar, sintiendo el peso de esa noticia desgarradora aplastándome.

Un hombre joven, tal vez de diecinueve o veinte años, que ha estado apoyado contra la pared, se endereza al escuchar al médico.

—¡Eso no puede ser! ¡Están mintiendo!

El sonido de un golpe seco resuena en la sala, y de inmediato se desata el caos. Asher se pone de pie y, antes de darme cuenta, alguien ha sacado un arma y la apunta en mi dirección. La sorpresa se convierte en alerta en un instante, y mis músculos se tensan. Pero antes de que pueda moverme, Sebastián da un paso al frente, interponiéndose entre el arma y yo.

El ambiente en la sala se carga de tensión mientras todos contienen el aliento, observando la confrontación.—Bajen las armas, ahora —exclama uno de los oficiales de la FEMM con autoridad, avanzando hacia el hombre que apuntaba.

El hombre se resiste, pero, al ver la determinación en los rostros de los oficiales, finalmente baja el arma con un gruñido de frustración. Los murmullos comienzan a surgir de todos lados, la tensión se disuelve, y las personas empiezan a hablar en voz baja, tratando de entender lo que acaba de ocurrir.

El médico aprovecha el silencio momentáneo para continuar hablando.

La noticia cae como una sentencia en el aire, y siento que el peso del día se agrava sobre mis hombros. Mi madre se lleva una mano a la boca, asintiendo en silencio, mientras el médico da un paso atrás, retirándose de la escena.

Secretos de Muerte (La redención de Leila) #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora