|| Seis ||

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Ése era un día normal, Harry había logrado controlar cada vez más la magia acumulada para irse al pasado y poder quedarse más tiempo sin desgastarse física ni mágicamente. Esta vez, había roto récord.

Habían pasado doce horas y Harry todavía no regresaba. Dejó su pluma en el tintero y suspiró, había estado encerrado en su oficina todo el tiempo que su novio había desaparecido, solo saliendo a una que otra reunión con su gabinete o con algún Lord que requería su presencia urgentemente.

Si fuera por él, no volvería a ver la luz del día hasta que Harry regresara a su tiempo.

Unos pequeños toques en su puerta y pudo ver a Melissa asomarse a su oficina.

—Lamento molestarlo, señor ministro —susurró la mujer, quien ya parecía afectada por el cansancio—, los aurores me comentan que ya cerrará el ministerio.

Marvolo asintió y, dándole las gracias por avisarle, comenzó a ordenar sus cosas. Por más que fuera el ministro, el edificio no era su casa y debía cerrar, los únicos con permiso de recorrer ciertas secciones eran los mismo aurores y los inefables por sus condiciones laborales, muy pocas veces uno podía estar en el ministerio sin ser parte de esas dos fuerzas laborales.

Y, desgraciadamente, cuando eso pasaba era solo sinónimo de más trabajo.

Guardó sus cosas y se levantó de su silla. Al salir al pasillo solo encontró un par de aurores y a Melissa esperándolo para poder dar el aviso de desocupación del pasillo. A veces le gustaría que, por ser el ministro, lo dejaran hasta dormir en su oficina, pero, tal parecía, eso no era posible. Menos con Harry controlando su salud, haciendo que sus amigos (Melissa y Granger eran las más pesadas) le avisaran si no tomaba sus comidas a tiempo o si no tomaba regularmente agua.

La última vez que eso pasó, Harry se había encargado de tenerle para el desayuno, la comida y la cena un gran plato de ensalada. Todo eso por dos semanas.

Le gustaban las verduras (más si era su novio quien se las preparaba), pero debía admitir que casi había llorado cuando pasó por un restaurante y éste tenía un estupendo olor a carne. Una mirada y una sonrisa despues por parte de su novio hicieron que tomar conciencia de no saltarse las comidas por más que estuviera repleto de trabajo.

Se fue al elevador acompañado de Melissa, quien no paraba de bostezar a cada minuto. Recordaba, cuando la conoció hace un par de año, que la mujer había sido lo suficiente profesional como para tener un aumento en su puesto de forma rápida.

Si había un culpable a su forma confiada y relajada, no era más que Harry James Potter.

El mismo, por cierto, que lo estaba esperando cuando salió del elevador al podio principal.

—No puedo creer que no me hayas dicho —fue lo primero que dijo el menor sin bajar sus brazos, los cuales estaban cruzados de forma defensiva sobre su pecho.

—¿Haberte dicho...? —cuestionó sonriendo, logrando captar la caja que había escondido desde que tenía 18 años cerca del devastado orfanato Wool.

—¡No te hagas el inocente! —siseó Harry y las pocas personas que se encontraban en el ministerio a esas horas habían decidido que sería lo mejor irse a sus casas lo antes posible.

Siempre estar lejos cuando dos grandes magos discuten, era una ley no formulada dentro de la comunidad mágica de Gran Bretaña.

—Veo que ya lo encontraste —murmuró sin dejar de sonreír—, no pensé que ésta fuera tu reacción después de...

Si había una de las cosas que más amaba de Harry, era la forma en la que éste jalaba su corbata sólo para exigir la atención de sus labios. Una buena forma de callar cualquier comentario astuto que se le fuera a escapar de su boca.

—Pareces muy seguro de ti, Tom. —el nombre fue casi como un ronroneo, más cargado de afecto de lo que él realmente recordaba.

Casi se derrite ahí, como un estúpido adolescente, sólo por el uso de su primer nombre.

—Te lo dije, la única forma de que tú no fueras mío sería porque todavía no nos encontrábamos —susurró el ministro sonriendo.

No una sonrisa de suficiencia, como la que hacía cuando trataba de burlarse de Harry. Tampoco una sonrisa cortés cuando trataba de librarse de atenciones innecesarias.

No.

Ésa era una sonrisa que sólo un chico de quince años podría darle a su primer amor.

Misma sonrisa que Harry parecía copiar a la perfección.

—Eres un tonto —murmuró el menor abrazando con su mano libre de corbatas al pequeño peluche en forma de león, el cual tenía pegado con magia una caja repleta de, si se le permitía decirlo, recuerdos altamente comprometedores.

—Entonces, mi querido niño mimado, ¿podrías vivir conmigo cuando me gradúe? —susurró Tom dándole un pequeño beso en la frente. Los ojos de Harry sólo se cristalizaron, haciendo un pequeño puchero con sus lindos labios—. Oh, dulce Merlín, he estado esperando unas cuantas décadas para poder preguntarlo.

—Sólo con una condición —murmuró el menor, dejando su puchero por una linda sonrisa.

—Lo que desees.

—Pónmelo tú. —dicho eso, sacó un pequeño anillo.

La serpiente en la joya sólo demostraba lo serio del compromiso. Cuando un heredero le da a otra persona su anillo era, más que nada, una declaración de un vínculo mayor al matrimonio. En esas épocas muy pocas personas lo hacían (realmente, hasta ahora no había ningún registro, el último finalizado hace 40 años por el fallecimiento de la pareja).

Un pequeño "oh, Merlín" se escuchó atrás de ellos, delatando que Melissa seguía ahí, viendo todo el espectáculo que Tom hacía al deslizar el anillo de Salazar Slytherin por el dedo anular de su novio, quien ahora tenía lágrimas recorriendo sus mejillas.

La sorpresa no fue el pequeño hilo plateado que estaba amarrado en su muñeca, recorriendo los dedos de Harry para conectarse a la muñeca del ministro. La verdadera sorpresa fue cuando Harry agarró su mano para comenzar a poner el anillo del señorío Potter en su dedo anular, comenzando el mismo proceso, pero ahora era un hilo dorado que caminaba por los dedos de Tom hasta la muñeca de su (ahora) esposo, amarrándolos a los dos.

Uniéndolos para toda la vida.

Nooooo, ¿qué les pasa a los dos? —chilló Melissa, con grandes lágrimas saliendo de sus ojos— Eso debió de ser en su boda —un pequeño sollozo después, las lágrimas fueron remplazadas por una sonrisa triunfante—. Pero no se preocupen, tomé fotos —levantó su dedo pulgar mientras mostraba la cámara en su otra mano.

Harry rió antes de dejar fluir todas sus emociones. Las lágrimas comenzaron a caer como si fueran cascadas y lo único que atinó hacer fue lanzarse a los brazos de su esposo.

—Te amo, Tom, en serio te amo —susurró restregando su rostro en su túnica, llenándose del perfume que el contrario usaba—. Gracias, gracias, gracias.

Dándole un pequeño beso en su sien, Tom disfrutó el momento como ningún otro. Al diablo con los aurores y su deber de cerrar el ministerio, para eso trabajaban, podían esperar unos minutos más hasta que su estúpido niño mimado se compusiera y pudiera llevarlo a casa.

Esta vez, para que comenzaran a arreglar todo para que su hogar recibiera las cosas de su esposo.

♣♣♣♣

Juro que ya lo tenía hecho... el problema era recordar que debía publicarlo(?

Totalmente mi culpa, claramente.

Si sigues leyendo hasta aquí, muchísimas gracias por acompañarme en esta historia.

¡Nos vemos!

Primeras veces.Where stories live. Discover now