Capítulo 27

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Thiago

Quizás la idea de enseñarle cocinar a Daniela podía ser un desastre o, todo lo contrario, pero no me podía creer que se le diera tan mal cocinar. No conocía a nadie que no supiera cocinar algo, aunque ahora sí, la conocía a ella y me aseguraría de vigilar la casa porque como me dijo ella, si la dejaba sola la casa acabaría en cenizas.

—¿Qué vamos a cocinar?—me preguntó mientras se recogía el pelo

—Algo fácil. ¿Te apetece hacer galletas?—le pregunté

—Sí—me respondió

Busqué todos los ingredientes en los armarios y los dejé en el mármol. Después empezamos a echarlos todos en un bol para hacer la masa de las galletas.

—¿Thiago, cómo sabes cocinar tantas cosas?—me preguntó

—Fui aprendiendo cuando nuestros padres nos abandonaron y al final se fue convirtiendo en algo que me gustaba porque lo hacía diariamente—le respondí

Ella volvió a dirigir su mirada al bol y empezó a integrar la mezcla para hacer la masa de las galletas. Me volvió a mirar a los ojos y vi que su mirada me transmitía curiosidad.

—Te puedo hacer una pregunta—me preguntó y asentí—¿Por qué ya no fumas?

—Porque sé que no te agrada que lo haga y también no es que sea muy saludable, así que lo dejé—le contesté y se le escapó una pequeña sonrisa

—Que atento, ¿te tengo que dar las gracias?—me dijo burlándose y me crucé de brazos

—¿Siempre eres tan desagradable?

—Contigo sí

Refunfuñe y ella se río al verme irritado. Entonces desvié mi mirada al paquete de harina que estaba a mi alcance y cuando ella supo lo que yo iba a hacer, se separó de mí y dio la vuelta al mármol.

—Thiago, ni se te ocurra porque te juro que te vas a arrepentir—me amenazó ella

—Me encanta cuando me amenazas—le dije y sonreí

Sin pensarlo, la empecé a perseguir por toda la cocina con el paquete de harina en una mano. Cuando conseguí llegar hasta ella, le impedí escapar reteniéndola entre el mármol y mis manos que estaban a los lados. Antes de que ella se pudiera escapar de mí, le tiré el saco de harina por su cabeza y quedó cubierta de ese polvo blanquecino.

—¡Thiago, hoy no sales vivo de aquí!—me dijo furiosa

—Estás preciosa cuando te enfadas—le dije y me lanzó un puñado de harina, mientras intentaba esconder la sonrisita que se le había escapado

En ese instante comenzó una guerra de harina, ella se separó de mí y los restos que quedaban de ese polvo me los lanzó. En el fondo sabía que se estaba divirtiendo porque podía ver esa sonrisa que tanto me gustaba.

—Está bien, me rindo—alcé las manos en forma de rendición y ella soltó la harina que tenía en su puño—Tú ganas, me doy por vencido

—¿Estás enfermo?—me preguntó y fruncí el ceño

—No, ¿por qué lo preguntas?

Esperé a que me respondiera, pero no lo hizo. No se dignó a responderme. Lo único que hizo fue reírse y me encantaba escuchar su risa, era una adicción.

—Jaja, entonces no me digas que dañé tu corazoncito egocéntrico

Se burló de mí y me crucé de brazos.

—Rubita, tú nunca podrías dañar mi corazoncito—me defendí

—Uy, ya volvió tu ego—hizo una mueca de desagrado

Corazones en llamas ©Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum