Capítulo 25

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Media hora antes...

Dylan se encuentra dentro de su estudio, sentado en el escritorio mientras teclea frente a una máquina ovalada. Su concentración es interrumpida por el sonido del timbre, como respuesta, él espeta una palabrota porque no tiene ganas de ver a nadie.

—De seguro es Miha quien viene a joder —profiere molesto mientras sale de su lugar de trabajo. A él le gusta pasar tiempo con su hermana, pero ya le había dicho que no lo visitara en esos días porque estaba trabajando en un proyecto importante y que ameritaba toda su concentración—. Podría jurar que todo es obra de mamá. No entiendo por qué no puede aceptar que ya no soy el cachorro dependiente que dormía con ella cuando tenía pesadillas. Me fastidia que se preocupe como si yo no fuera capaz de vivir solo.

Él está tan absorto en sus pensamientos que no repara en el olor de su visita, es por esto que, cuando abre la puerta, se queda estupefacto al descubrir a Clara delante suyo.

—Hola, cariño —lo saluda ella con una amabilidad que lo hace sentir extraño—. Te traje rosquillas glaseadas, sé que te gustan mucho. Las hice yo misma. —Ella le extiende la canasta, cuya mano derecha sostiene, con expresión tímida y mejillas ruborizadas.

—¿Qué diablos haces aquí? —interpela incrédulo. Según recuerda, la rubia estaba muy enojada con él, por tal razón, su manera amigable de tratarlo lo confunde.

—¿Acaso no puedo visitarte? Creí que aún éramos amigos.

Dylan se tarda varios segundos para responderle.

—Sí lo somos, es sólo que...

—¿No me invitarás a pasar? —lo interrumpe.

Dylan duda por un leve momento que a la rubia le parece eterno, pero una hermosa sonrisa le ilumina el rostro delicado cuando él asiente con movimientos lentos de cabeza.

Lo nota tenso, incómodo y fuera de lugar, como si ya fuera incorrecto que ellos se trataran. ¿En qué momento pasó de ser su persona especial a un estorbo? ¿Cuándo sucedió tal cambio que ella no lo vio venir?

O quizás sí, pero ignorar solía ser menos doloroso.

Clara coloca un bulto de color rosa sobre el sofá de piel negra, que decora la casa casi vacía y carente de ornamento, cuyo interior grita por ajuares y un toque creativo que le dé vida.

—Tejí algunos manteles e hice cortinas para las ventanas. Acerté con los colores —le informa con una sonrisa dulce e ilusionada.

Verla tan entusiasmada mientras escanea el lugar sería una escena cálida y tierna, si no hubiera un detalle importante entre ellos que cambia la perspectiva de su actitud: Él está con otra persona, por lo tanto, su comportamiento le parece abrumante y... turbio.

—No creo que seas del tipo de chicas que hace bromas... —masculla él un poco desorientado y se podría de decir que angustiado. Se siente culpable por haberla afectado al punto de que ella actué de esa forma tan... ¿insana?

Zollebs: La amenaza de los híbridosWhere stories live. Discover now