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Kong suspiró, pasando sus manos por milésima vez sobre sus cabellos, observando el cuerpo dormido de su pequeño al lado, en su cama. Una semana, faltaba una semana, quizás podía esperar un poco más, tal vez podría llamar en los próximos días, pero no tendría el valor de hacerlo después. Así que, con decisión, tomó el número que le dejó su madre hace unos días sobre su escritorio y cogió su celular, presionando botón por botón, acercando el aparato a su oreja después para esperar mientras los pititos de llamada entrante sonaban, impaciente porque la mujer del otro lado atienda.

— ¿Kong? —Escuchó un susurro desde el otro lado de la línea, y cuestionó si la mujer que le hablaba estaría en un buen lugar para entablar la conversación que necesitaba. — Cariño ¿Eres tú?

—Ujum. —Digo, como afirmación, mientras las palabras luchaban por salir de su boca, aún se le hacía extremadamente difícil. — ¿Tienes tiempo, Amy?

—Sí, ya salí. —Escuchó la voz mucho más tranquila de la mujer y ambos suspiraron al unísono. Su mirada viajó al pequeño que descansaba sobre la cama, abrazándole la cintura.

Con mucho cuidado de no hacer ningún movimiento brusco, quitó las frazadas del cuerpo del minino de rizos, admirando lo grande y hermosa que estaba su pancita. Sí, con el pasar de los días Kong había logrado convencer a Arthit de dormir sin remera, porque él amaba hablar con su pequeño hijito cuando Arthit miraba e incluso cuando no lo hacía.
— Lo siento, a estas horas ya debería estar descansando en mi casa, pero Gulf tuvo una crisis nerviosa, tuvimos que quedarnos todas las enfermeras.

— ¿Está bien ahora?

—Sí, no te preocupes. —La pacífica voz de la mujer le hizo cuestionar a Kong su desconfianza ante ella, aunque al instante se resistió al pensamiento de creer en su ingenuidad.

Amy era demasiado buena para ser verdad. — ¿Cómo están ustedes? Lamento si mis llamadas a tu madre te han incomodado, no me sentía capaz de llamarte directamente después de lo que pasó ese día.

—No, está bien. Gracias por respetar mi decisión.

—Cariño, quiero que entiendas que yo no tenía idea de…

—Lo sé, lo sé, de los planes de Prem. Yo entiendo, Amy. —Kong suspiró, aclarando su garganta antes de continuar. —Espero también me entiendas a mí y sepas que todo lo estoy haciendo por proteger a Arthit y a mi hijo. Cuido a mi familia.

—No te reprocho nada. Tu madre y yo hablamos, ella no puede estar más orgullosa y si fueras mi hijo, yo también lo estaría.

El castaño sintió una punzada en su pecho, recordando que la mujer del otro lado de la línea había perdido a un ser demasiado importante para ella. Él no se imaginaba qué sería de su vida si las cosas con su hijo o con su razón de sonreír, salían mal; solo por ello era esta conversación, solo por ello daría su brazo a torcer una última vez.

—Lamento lo de tu hijo, nunca tuve la oportunidad de decírtelo. —Fue sincero, estar en los zapatos de Amy debía ser una tortura constante.

—Tengo la esperanza de que sea feliz, donde sea que esté, eso motiva mucho, creo yo. —Kong asintió, aunque la mujerdel otro lado no pudo verlo, él dejó que pasen unos cuantos segundos de consuelo para la amiga de su madre, imaginando lo simple que era decir esas cosas, cuando el corazón de la señora podía estarse despedazando ante cada recuerdo de haber perdido a un ser que amó, durante nueve largos meses.

— ¿Qué necesitas, Kong?

—Que me ayudes a no perder a mi familia, Amy.

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Scarlett Stilis, la hermosa hija de Amy, estaba a punto de llegar y él solo quería que todo saliera bien. Después de una conversación intensa con la mamá de aquella chica, Amy le dijo que,como mínimo, necesitaban una tercera persona para ayudarles con la cesárea, así que Scarlett se encargaría de ir y revisar al pequeño Arthit.

Aunque al comienzo él no estuvo del todo seguro, Amy le explicó que había pasado muchísimos años solo con su hija y ella sabía utilizar bien el ultrasonido portable, porque, para asegurarse de la fecha exacta cuando deban intervenir a Arthit, tenían que saber la posición del bebé en aquel momento.

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