- Las cosas de Palacio van despacio -

Los que se pelean, se desean

Aquella mañana, Catalina de Luján estaba la mar de furiosa ¿pero quién se había creído ese tal Don Pelayo para inmiscuirse en su negocio de las mermeladas? Se sentía humillada y por supuesto muy ofendida, ya que el joven le había dado a entender que una mujer no podía ser empresaria. Así que de morros estuvo toda la mañana la pobre muchacha, y cuando alguien de la familia le pedía que agasajase al joven entrometido, esta casi ponía el grito en el cielo. 

- Es un descarado, ¡Menuda desfachatez, es que no se quien se cree que es! Acaba de llegar y ya está dando órdenes. No le soporto - bajo esa postura firme se escondían algunos sentimientos por el joven, ya que era como un calco de ella pero en versión masculina,  y eso le ponía de los nervios y al mismo tiempo le caía en gracia pero lo disimulaba muy bien. 

- Yo la entiendo señorita pero igual el Conde de Añil lo único que quiere es dar una visión diferente para nuestro negocio 

- Lope, encima no te vayas a su bando. Es nuestro negocio, tú lo has dicho y no va a venir ahora este impertinente a decirnos como hacer nuestro trabajo - Mientras Catalina seguía maldiciendo al joven recién llegado, este se había presentado en cocinas para ver que se cocía por allí, pero al escuchar ciertas palabras ofensivas hacia el muchacho, no le quedó más remedio que poner sus límites. Lope que le había visto llegar, se dio media vuelta y se dirigió a la zona del patio, bastantes problemas tenía ya el cocinero como para añadir uno más. En la cocina solo estaban ellos dos, momento perfecto para decirse las verdades. 

- ¿Esas palabras malsonantes son dirigidas hacía mí señorita Catalina? 

- ¿A usted no le enseñaron de pequeño a no escuchar conversaciones ajenas?

- Bueno, comprenderá que si está hablando de mí me tengo que meter ¿Qué le hice para que no me soporte? 

- ¿Y encima se lo cuestiona? Mire, ha llegado hace dos días como quien dice y se ha dedicado a soltar por ese piquito de oro un montón de sandeces y encima por si fuera poco, viene a decirme como tengo que llevar mi negocio, pues por ahí si que no paso señor - dijo muy enfadada frente al joven. 

- Caray, hay que ver el genio que gasta usted, me tiene profundamente impresionado 

- ¿Qué quiere decir?

- Que no le da miedo decir lo que piensa, es una mujer de las que pocos hombres tienen el privilegio de admirar... y de amar - aquella respuesta dejó a Catalina muy confusa, se supone que ella esperaba un ataque por parte de él pero no fue para nada como se lo esperaba. Pelayo en ese instante apoyó una de sus manos en la mesa de la cocina y se inclinó ligeramente hacia ella, provocando que la joven se estremeciese. 

- ¿Qué se supone que está haciendo? 

- ¿Quiere que le diga lo que tengo ganas de hacer desde que la vi por primera vez? Yo tampoco soy de callarme las cosas - Pelayo estaba cada vez más cerca del rostro de Catalina, tanto así que ya no quedaba espacio personal entre ellos. 

- No quiero saberlo, aléjese de mí - pero Catalina solo soltaba falacias por su boca, pues estaba disfrutando de este juego de poder y tener tan cerca al Conde solo despertaba en ella deseos lujuriosos ¿Qué le estaba sucediendo a Catalina?

- Aunque no quiera saberlo se lo diré. Quiero acariciar cada milímetro de su piel y sentir mi pecho contra el suyo, quiero morder esos labios carnosos para después besar lentamente su cuello y fundirnos en un beso apasionado ¿quiere que siga o ya sabe a que me refiero? - terminó diciendo Pelayo tras haber susurrado al oído de Catalina todos aquellos deseos impuros. Catalina estaba perpleja, por un momento se había imaginado a ese joven en paños menores y en una actitud para nada decorosa. Los calores le empezaban a recorrer el cuerpo pero aún así se mantuvo firme. 

- ¿Se cree muy hombre dando a entender que solo usted podría tener tales pensamientos no? Quiero decir, las mujeres no somos el objeto sexual de nadie - esta vez el confuso fue Pelayo, quien no comprendía la actitud de Catalina tras haberle confesado la atracción que sentía por ella. Aun así, Pelayo no se alejó ni un milímetro de donde estaba. 

- No comprendo de lo que está hablando 

- Claro, los hombres son capaces de dar rienda suelta a sus instintos más bajos aunque la mujer no esté dispuesta, normal que no me entienda - en tono de Catalina era amargo. 

- ¿Acaso usted no tiene los mismos deseos que yo? - Pelayo aprovechó para poner a Catalina en evidencia pero la joven no se dejaría pisotear nunca. 

- ¿Quiere que le diga que yo también tengo ganas de cumplir esas fantasías y que quiero hacerlo más pronto que tarde? - Catalina acercó una de sus manos para acariciar el hombro del joven, y de manera sutil se acercó hasta su rostro esperando que Pelayo cerrase los ojos. Pero Catalina no le correspondió ese beso y se separó bruscamente. Pelayo estaba atónito, creía que Catalina también sentía lo mismo que él. 

- ¿Por qué se aleja? Si le da miedo que alguien nos vea, descuide. Seremos cautelosos 

- Me encanta esta imagen

- ¿Qué imagen?

- Sí, la de verle suplicando por un beso. Porque eso demuestra que tengo un control sobre usted que no creía tener. Pero como le he dicho días atrás las cosas están cambiando, y ahora las mujeres tenemos ese poder que los hombres han tenido por muchos siglos. Hasta luego Don Pelayo, espero que haya disfrutado de este momento, porque créame que es lo más cerca que va a estar de cumplir conmigo sus fantasías más libertinas

Pelayo se quedó solo y confuso en la cocina pero sonrió victorioso pues había conseguido captar su atención. Mientras tanto, la mayor de los hijos de Don Alonso salía triunfante de la cocina de palacio pero con el corazón latiéndole a mil, porque ese poder que tenía ella sobre él era el mismo que tenía Pelayo sobre la joven revolucionaria y eso era más que evidente.  

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He vueltooo, tenía muchas ganas de publicar algo sobre estos dos pero en una situación más comprometida y viendo a Catalina tomando la sartén por el mango. 

Maravillosa escena la verdad. Bueno espero que os guste mucho este capítulo. 

Un abrazo a todas las promisers 

SilviaClandestina