VII

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El amar a una persona con todo tu corazón es tirarte al infierno de cabeza, nunca sabes que podría salir mal.

—Lucas Ward.

  
   Maldito sea el momento en que traje a Ámbar a mi casa.

    No tengo ni la menor idea de donde ha sacado las agallas para ponerse la ropa de mi difunta esposa.

   Pero es que tiene unos cojones bien grandes.

    Tengo la sensación de que mi rostro está prendido en fuego y si me preguntaran si deseo matar a alguien en este momento, creo que no guardaría mi opinión y diría que la deseo aniquilar por la gran desfachatez de entrar a mi habitación y urgar en mis cosas.

    —¡Escucha muy bien lo que voy a decir, maldita sea! —le agarro el brazo derecho.—. Tienes dos minutos para que te quites esa ropa, o voy a descargar mi pistola en tu cabeza. ¿Me entendiste? —la acerco a mi cuerpo bruscamente tanto que su boca y la mía están a tan solo un centímetro.

    Ella asiente nerviosa y se aleja de mí como si estuviera viendo al diablo. De inmediato me deja de mirar y sube las escaleras rápidamente, para hacer lo que le mandé.

   No me importa si después de este suceso ella me ve como un maldito trastornado, lo que hizo es lo más humillante que me han hecho en toda mi vida.

   Mi esposa era la mujer con la que todo hombre soñaría casarse. Era amorosa, tierna, sencilla y sobretodo estuvo ahí para mí, cuando la que debía estarlo era ella. Desde que Elizabeth murió, no he podido estar en paz ni siquiera un día, lo único que me mantiene cuerdo es mi hija, mi pequeña niña.

    —Necesito un maldito trago, pero ya no bebo. —digo a voz alta para que me escuche Sonia.

    El estrés de esta situación me está afectando demasiado.

    Sonia de inmediato se acerca y acaricia mi espalda lentamente. Su caricia es un consuelo y abrazo en el alma.

   —Tranquilo. Sé que la muerte de Elizabeth, tu esposa, te tiene todavía marcado. —Me da un beso en la frente.—. Solo ve y descansa, me encargaré de la chica. Ya verás que no volverá a suceder.

    Cuando me dice esto, me pongo en alerta. Si dejo que se encargue, esto no terminará bien. A Sonia desde que la conocí, me ha cuidado como una madre, es obvio que me quiero como un hijo y por ende sé que si dejo a esas dos mujeres solas, el infierno se creará aquí mismo.

   —No —expreso de inmediato.—. Sube a dormir, la pondré en su lugar. —bajo la cabeza y apoyo mi codo en la isla de la cocina—. No te preocupes, sé cómo hacerlo.

    Sonia se queda estática como si no escuchara lo que dije.

   —No seas blando con ella, una vez te utilizó, ya saco las garras, si la dejas así, sacará otra parte oculta. —Sonia se acerca y agarrando mi rostro, me insta a que la mire.—. Puedes dejar que trabaje aquí si es lo que deseas, pero hazle saber cuál es su lugar y cuál lugar nunca ocupará de nuevo, por el bien de tu hija.

   Sus palabras son puñales de largo filo, pero me hacen bien para poner los pies sobre la tierra.

   —Lo haré, gracias por el consejo.

   Al responder su petición, ella se da la vuelta y desaparece poco a poco de mi visión.

   Esto se me está haciendo más difícil de lo que pensaba.

      —Escuché todo.

    Me giro hacia el pasillo para encontrarme con Ámbar.

   Tiene la cabeza baja, evitando tener un contacto visual conmigo.

OBSESIÓN MORTAL Όπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα