La naturaleza de nuestra relación

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Entre caníbales el dolor es veneno.
-Soda Stereo.

El gin tonic de frutos rojos siempre había sido su favorito, lo bebía cada vez que los meseros en los clubes le ofrecían una cortesía de la casa.

Le fascinaba la sensación efervescente que estallaba en su paladar mientras los sabores dulces se mezclaban en su lengua. Había una emoción distinta en beber un trago después de haber estado en el escenario, era más que la satisfacción del descanso o la recompensa por un trabajo bien hecho. Nunca fue bueno con las palabras, pero era genial con las emociones. Jimin amaba sentir.

Sentir era una de esas pocas cosas que no estaban sobrevaloradas. Incluso el odio o el dolor eran disfrutables, porque no había prueba más fehaciente de vida que sentirlo a en tu piel y quemando en tu alma.

El club estaba lleno esa noche, Jimin podía mirar al pasado y recordar la primera vez que estuvo allí. Inseguro, pequeño, perdido. Ahora las personas venían a verle a él, a escucharle. Eso siempre le sorprendía, tanto o más que si alguien le dijese que las sirenas existían. Quizás porque al cumplir un sueño uno nunca creería que realmente había sucedido.

Los cristales que cubrían por completo la zona vip brillaban reflectados por las luces de colores. Tonos neones de rojo y azul. Él miró hacia abajo, a la pista de baile, donde una chica le observaba con esa sonrisa gatuna que a él le encantaba. Era así como prefería a las personas, libres y salvajes, sin domesticar y sin querer domesticarle porque Jimin no podría soportar atarse a alguien que no fuese a si mismo.

Quería divertirse, vivir.

Y no le gustaba aburrirse, ni que las personas a su alrededor se aburriesen. Tenía la creencia firme de que sentiría lástima de sí mismo si, al llegar a los ochenta, abriese los ojos y se diese cuenta de que había pasado más tiempo aburrido que divertido. Por eso, Jimin le devolvió la sonrisa a la chica y echó la cabeza hacia atrás, dejando que el dulce trago se deslizase por su garganta hasta la última gota. Solo entonces se acercó al enorme gorila en la escalera y le pidió que invitase a subir a la linda chica de corto vestido blanco.

–No la traigas a casa– masculló una voz perezosa.

Las comisuras de Jimin flaquearon al ver los ojos enrojecidos de Tae. El chico tenía un problema con estar por encima de las nubes últimamente. Lo habían discutido la otra noche y desde entonces esta era la primera vez que se dirigían la palabra.

–No lo haré, dile a Hoseok que tomaré la furgoneta. Procura no meterte vidrio molido por la nariz.

Tae esbozó una sonrisa torcida. Tenía una facilidad extraña para verse bien aun estando cerca de quedarse dormido entre bolsas de basura.

–Eres un sujeto divertido– gruñó–, ve a decírselo tú mismo.

Jimin apoyó las manos en el apoyabrazos del sofá y se inclinó para besar la mejilla de Tae. Este murmuró una maldición pero no hizo intento alguno de asesinarle.

Miró hacia el corredor y caminó por allí, pasando cuadros que en su vida habría esperado que valiesen un dineral con el que se podía comprar su propia isla privada. Pero eso era lo bueno de trabajar bajo un sello importante, siempre encontrarías mierdas como esculturas importadas sin sentido alguno. Aunque a Jimin le gustaba esa estatua de medio metro que se encontraba en mitad del estudio y constaba de dos cuerpos humanos enredados como una sola pieza amorfa. Había algo catastrófico en ello, él no comprendía el deseo de una persona en pertenecer a otra y amoldarse juntas. Ver la estatua le hacía estremecer.

Se detuvo frente a la puerta cerrada de un intenso color rojo. El último tema que había escrito se llamaba rojo sangre, por supuesto todos lo vetaron sin darle una segunda oportunidad. La composición no era el fuerte de Jimin, mucho menos idear títulos que no sonasen como una película slasher. La puerta se abrió y lo primero que vio fue el cuerpo de Hoseok recostado en el diván de cuero.

Entre Caníbales - KookMinWhere stories live. Discover now