Capítulo 1: Elegir

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Agustina Gallardo


Las horas no pasaban más. El reloj hacia un ruido sostenido y constante: tic, tac, tic, tac. El silencio de la habitación me abrumó mas de lo que pensé que lo haría. El cuarto era blanco en su totalidad, los asientos eran de grupos de cuatro, de plástico y muy pero muy incomodos. La doctora me lo avisó antes de llegar: está retrasada. La impuntualidad no es algo que me guste, de hecho, es algo que suelo odiar en general, me parece una falta de respeto por eso intento ignorar que llevo esperando alrededor de una hora.

También al hecho de volver a estar en este consultorio después de dos años del alta. Sé que estoy haciendo abstrayéndome de eso para evitar sobre pensar. La psicóloga una vez me lo dijo, tengo que dejar de querer controlar todo. En la vida es imposible controlar todo.

― Agustina ― la voz tenue de la nutricionista me saca de mis pensamientos. Vestía un mono blanco de esos de hospital y portaba una sonrisa perfecta. Había cambiado estos años, pero no mucho.

― Hola Liz.

El trayecto de mi lugar al consultorio lo recorro con algo de torpeza, me choco la pared y uno de los asientos. Estoy nerviosa y sé que ella lo sabe. Porque siempre lo supo. No sé cómo igual, Liz era extraña. Podía hacer treinta chistes por segundo, sacarme alguna risa y después retarme una hora con una severidad que me daba miedo. Esta bien que en ese momento era una adolescente perdida, insulsa y no había que ser muy inteligente para saber que me pasaba.

Había perdido a mi mamá meses antes, mi papá era famoso y se corrían miles de noticias en los medios de comunicación sobre él y mis hermanos estaban lo suficientemente concentrados en jugar bien al futbol como para ocuparse de mí. Era el ABC de cualquier trastorno psicológico: nada me sostenía mas que yo misma. Y siempre fue así.

― Que sorpresa verte después de tanto tiempo ― comienza a decir mientras se ubica tras el escritorio que esta delante mío y abre mi legajo. No puedo evitar observar cuantas paginas hay, muchas, demasiadas. ― ¿Estas bien Agus?

― Estoy bien ― asiento ― y creo que necesito seguirlo estando.

― ¿Continuas con la terapia? ― no me mira, anota cosas y sigue leyendo el que yo llamo mi prontuario. Asiento con la cabeza sin decir mucho. ― ¿Y que es lo que te preocupa?

― Mi mejor amiga está viviendo en el exterior, mi viejo no está en mi casa. Las cosas en el barrio en el que trabajo no están bien. En la facultad me está yendo bien, en eso bien.

― ¿Seguís cantando en ese bar hermoso? ― una sonrisa se despliega en su cara a la vez que levanta la vista y la clava en mis ojos.

― Si ― sonrío. Ese bar es el único lugar seguro que supe construir. ― Y me encanta.

― Me parece que estas bien entonces, Agus. Me dijiste que querías ordenar tu dieta. ¿Qué es lo que te preocupa de la que llevas ahora?

― Tuve episodios en los que... ― suspiré, no iba a llorar. Lo prometí. No iba a volver a derramar una lagrima más. ― quería vomitar. No lo hice, pero quería hacerlo.

― Agus ― susurró y suspiró. Cerró sus anotaciones y su cuaderno y estiró su mano por sobre la mesa para agarrar la mía.

El esfuerzo que hago por no soltar las lagrimas genera un nudo en mi garganta que duele. ¿Esa sensación de ahogo que atraviesa todas las células del cuerpo y genera dolor? Evitar llorar también duele mucho. Y Liz lo sabe porque me aprieta la mano y me dice que lo haga, que llore y que le diga la verdad.

De mí - Julián ÁlvarezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora