Capítulo 2

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Se despertó cuando la luz del día incidió directamente en ella. No sabía donde estaba. Había un póster de quidditch. Ella no entendía mucho sobre eso, por lo que no supo conocer el equipo de túnicas anaranjadas. En la pared opuesta había banderines escarlatas y dorados, con un león en el centro. La sábana que la cubría tenía un tacto suave y color púrpura. Una combinación de colores un tanto extraña, pero que dejaban al descubierto una personalidad fuerte y consolidada. Olía a lavanda. En otra ocasión habría resultado agradable, pero parecía que en ese instante empeoraba su dolor de cabeza.

Recordaba haber bebido; mucho. Vic le aseguró que sería una gran noche. ¡Y vaya si lo fue! Circe era todo lo que le habían prometido. Descontrol en estado puro; una noche como la que nunca había tenido. Giró su rostro hacia su acompañante; lo había conocido en el centro de la pista, muy avanzada la noche. Quizás ya había madrugado. No lo sabía, pero recordaba que le pareció agradable y divertido. Y, sin saber cómo, acabó dejando regadas por el suelo del apartamento de ese completo extraño hasta su ropa interior.

Le pareció muy dulce la forma tan relajada en la que dormía plácidamente y temió tener que levantarse e irse sin despedidas. Pero debía trabajar esa tarde y deseaba descansar en su casa la resaca.

Se levantó y a tientas encontró el baño, pues podría encontrarse en cualquiera de las puertas cerradas. Pero tuvo suerte, y enseguida se alistó con la ropa que fue recogiendo por el pasillo y que le pertenecía. Se tomó un par de segundos para analizarse en el espejo. Algo despeinada y apenas quedaba rastro del maquillaje, pero así era ella al fin de cuentas: un completo desastre. Trató de adecentarse y salió del baño.

El chico había despertado y estaba en la cocina abierta que conectaba con el salón. Parecía estar preparando té. Había dos tazas en la encimera de madera. Ella tragó de forma nerviosa, no sabía como debía saludar, por lo que se acercó de forma sigilosa.

Se detuvo dubitativa tras él unos minutos. No parecía haber notado su presencia. Así que, cuando se animó con las palabras que creyó adecuadas, acercó una de sus manos suavemente al hombro del chico. Una varita apuntó a su yugular.

—No sé quién diantres eres, por Salazar, pero te pediré amablemente que apartes las manos de mi marido.

La chica se giró con cuidado, el muchacho hizo lo mismo, con una expresión de desconcierto en su rostro, como si no la pudiese recordar. Levantó sus manos y buscó ayuda con la mirada hacia la persona con la que compartió la noche, pero parecía que no iba a recibirla.

¿Acaso no recordaba nada? ¿Había sido, de verdad, una aventura? ¿Porqué siempre le tocaban a ella los tíos más despreciables? Un arrebato de ira la embargó. Se giró rápidamente y abofeteó al muchacho. Se sentía engañada.

La chica de cabello negro le sonrió entonces y bajó la varita. Tomó una de las tazas y la volvió a mirar. El chico se sobaba la zona herida.

—Me cae bien esta chica —declaró la mujer de cabello negro. Ella se sentía aún más desconcertada, si es que se podía, cuando la puerta tras la que había dormido se abrió revelando una cuarta persona—. Oh, que modales los míos. Alya Weasley, créeme que es un placer, aunque no lamento haberte amenazado con la varita. Hay costumbres de las que una no puede desprenderse. Él es George, mi marido.

El chico al que había abofeteado hizo una mueca—. No puedo decir que esté encantado de conocerte.

La chica de cabello negro volvió a interponerse entre el juego de miradas que ella mantenía de un lado a otro del salón.

—Y ese, es Fred Weasley, el idiota con el que has pasado la noche y que por cierto todos hemos podido escuchar. Existen hechizos para eso imbécil —dijo la chica dirigiéndose al recién llegado—. En fin, ¿alguien quiere desayunar?

Más tarde salió de ese extraño apartamento, situado sobre una tienda más extraña aún. No sabía aparecerse, nunca sacó la licencia por cuestiones personales, y su piso de alquiler muggle no estaba conectado a la red flu. El chico se ofreció a aparecerla en un momento, pero ella prefería caminar. Él prometió acompañarla hasta la salida del Caldero Chorreante.

Le miró de reojo. Él hizo lo mismo. —Esa chica es un poco... borde, y realmente te odia.

El pelirrojo pareció sorprenderse de que le hablase directamente, no se habían comunicado en todo el desayuno. Él estaba acostumbrado que todas salieran huyendo antes de que despertase. Hundió las manos en los bolsillos delanteros de su pantalón.

—¿Alya? —preguntó y ella asintió—. Nada de eso. Me quiere más de lo que le gusta admitir. Puede que a mí me pase lo mismo. Pero le debo mucho, quizás algún día te lo cuente.

El corazón se le encogió, ese quizás llevaba implícito que volverían a verse y le gustó.

—Ha sido el momento más incómodo y  surrealista de toda mi vida —declaró con una risa suave. A Fred le pareció una risa maravillosa—. Con que, ¿un gemelo?

Fred asintió. —No te sientas incómoda por habernos confundido, hasta a mi madre le ocurre.

La chica se paró cuando llegó al frente del Caldero Chorreante. Un paseo muy corto para su gusto.

—Ha sido un placer, explícitamente, Fred Weasley.

—Espero volver a verte, Dánae Hart.

Save me •| Fred Weasley |•Where stories live. Discover now