Capítulo 6

21 4 0
                                    

Sentía un sudor frío recorriendo su piel, más pálida que de costumbre. Jamás pensó en que volvería a sentir ese miedo, esa presión en el pecho. No quería pensar mal. De verdad trataba de no hacerlo, pero le era imposible. Le había enviado tres mensajes. Más bien, lo había intentado, porque al finalizar el brazalete emitía una luz roja. Rojo, error al enviar, no se encuentra al destinatario.

Quería pensar que quizás se lo había quitado, aunque nunca lo hacía. Lo único que sabía con certeza es que cada escalón hacia el apartamento le suponía un camino largo y angustioso. No se sentía capaz de aparecerse.

Vió la puerta al final del último tramo de escaleras. Estaba cerrada, como de costumbre. Nada fuera de lugar, pero reinaba el silencio. Nunca reinaba el silencio. Su apartamento era cómo el vórtice de un huracán, el centro de todo. Un lugar de reunión, siempre lleno de gente, siempre tan ruidoso. Daba igual la hora del día.

Abrió la puerta con urgencia al llegar. Nadie en el salón, ni en la cocina. Ni las habitaciones. Sólo quedaba él...

—¡¿Porqué no puedo contactar contigo?! —preguntó furioso.

—¡Salazar bendito! —gritó aferrándose a una toalla y cerrando el grifo a toda prisa—. ¡¿Qué diantres te ocurre?! ¿No sabes llamar?

—¡Oh, vamos! ¡Como si no te hubiera visto alguna vez!

—¡Es distinto! —refutó enfadada—. ¡No es lo mismo pillarnos en un descuido que invadir mi intimidad! ¡Ésta será tu casa también, pero no tienes derecho a entrar así, imbécil!

—¿Porqué no me contestabas? No, ¿porqué no puedo enviarte mensajes? ¡Creía que te había pasado algo! ¡He subido tan rápido cómo he podido!

La chica, antes al borde de la cólera, sonrió de lado con suficiencia. —¿Estabas preocupado por mí? Oh idiota, no sabía que te importaba tanto.

—¡Por supuesto que no me importas! —se apresuró a rebatir, aún con la respiración agitada al subir las escaleras tan deprisa. Sólo entonces fue consciente de la situación. De ella, la mujer de su hermano, casi desnuda, cubierta con una toalla. De él, interrumpiendo en el baño sin previo aviso. Sus mejillas se encendieron, avergonzado. Ella nunca tuvo pudor para esconder su cuerpo, él, en contra de lo que podía parecer, todo lo contrario—. Te espero fuera.

Cerró la puerta tan rápido como la cruzó, y se alejó de ella rápidamente hasta llegar al salón. Si George los hubiera visto así... No quería ni imaginarlo. Agradecía que estuviera tratando de localizar en el callejón Knockturn más pelo de Demiguise, el ingrediente clave de su «caramelo desilusionador, te hace invisible durante treinta minutos», que deseaban poner a la venta en breve.

George prácticamente nunca actuaba movido por los celos. No era desconfiado, pero sí extremadamente cuidadoso en torno a Alya, demasiado protector. Su cuñada odiaba eso, porque ella era capaz de protegerse a sí misma. Lo había demostrado muchas veces, aun así su hermano no podía evitarlo.

—Espero que tengas una buena escusa —una Alya con más ropa se había sentado en el sillón, justo frente a él, que aún permanecía de pie.

—Te necesitamos en la tienda, no contestaste y... ¿dónde está tu bracelum?

—Oh, eso —murmuró y sopesó la respuesta durante unos segundos—. Digamos que ya no lo tengo.

—¿Lo has perdido? ¿Y porqué no tomaste otro de la tienda?  Así no habría actuado como un...

Idiota —completó su cuñada por él—. No puedes evitarlo, va intrínseco en tu personalidad. Me alegra que te hayas dado cuenta al fin.

—Eres una auténtica víbora. ¡No estoy de broma! ¡Me había preocupado de verdad! Si me hubieras contado que lo habías perdido...

—Oh, pero yo no lo he perdido —anunció con un aire misterioso—. Más bien lo he prestado.

—¿Prestado? ¿No podía comprarse uno? ¿O regalarle uno nuevo? ¿A quién?

—No puedo decirlo —respondió cruzándose de brazos con una risa divertida dibujada en sus labios.

—Ah, no puedes decirlo, pero te mueres de ganas por hacerlo. ¿A quién?

—Digamos que está en buenas manos —resolvió—. La verdad, me sorprende haberme equivocado. Creí que a estas alturas ya sabrías la respuesta. Estaré decepcionando al mismísimo Salazar si mi intuición falla de manera tan apoteósica.

—No seas tan melodramática —bufó rodando los ojos—. Dímelo ya.

—Está bien —fingió rendirse, pero Fred sabía que estaba deseando contárselo—. Me encontré con alguien, de casualidad, y decidí intervenir.

—Al, sin rodeos —le reprendió.

—Esa chica, ¿de acuerdo? Se lo di a esa chica.

—¿Qué chica? ¿De qué me estás hablando?

—Esa chica, la que me pareció agradable.

—Como si así pudiese adivinarlo —se quejó—. A tí nadie te parece agradable. Odias a todo el mundo.

—No sé como puedes parecerle atractivo al sexo femenino con lo cortito que eres.

—Gracias, yo a tí también te aborrezco. Ahora, dilo —ordenó amenazándola con el dedo índice.

—¡No es obvio! —apuntó—. ¡Se lo di a la que se quedó a desayunar!

—Que hiciste... ¿qué?



Save me •| Fred Weasley |•Où les histoires vivent. Découvrez maintenant