Segundo latido

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Miércoles, 25 de septiembre.

Querido Beat,

Sé que probablemente te hayas preguntado acerca de la originalidad de mi nombre. Sí, lo tomé del oso de peluche de mi hermanita de cuatro años. ¿Me avergüenzo de ello? Para nada.

La canción "Heartbeat Song" significa todo para nosotras. Cuando la oí cantarla y vincularla con el regalo de esa manera, pensé que sería una forma hermosa de rendirle homenaje a la canción que nos unió tanto. Fue así como comenzamos a escuchar con claridad los latidos de nuestros corazones durante largas horas.

Ahora que tenemos claro su especial significado, permíteme contarte lo que sucedió hoy durante las horas de clases. Te aseguro que no lo vas a creer...


—Faith —Leonore, mi única y gran amiga, se acercó al verme sentada fuera de la oficina del director—

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—Faith —Leonore, mi única y gran amiga, se acercó al verme sentada fuera de la oficina del director—. ¿Qué pasó?

Adoraba el color de su piel, que, contrario a la mía, era morena y sin imperfecciones. Y su cabello era todo risos rebeldes y divertidos. El mío, más bien, parecía una escoba. Al parecer, pidió permiso para ir al baño, pero fue al verme que decidió tomar el riesgo de acercarse. Si la pillaban perdiendo el tiempo, el castigo que le esperaba empeoraría las cosas entre ella y su madrastra. Tenían una relación complicada, según me contó alguna vez.

Leonore iba un año por delante que yo, es decir, en décimo grado. Tenía quince años y también su grupo de amigas, pero ella y yo conversábamos de vez en cuando. Por lo general, era ella la que tomaba la iniciativa, y, al igual que Ezra, tenía ese "algo" que me hacía sentir en confianza, aunque no plenamente. Pero a pesar de todo, ambos eran personas especiales.

—Se me hizo tarde. Tuve que dejar a Lacey en la guardería porque papá, anoche, llegó tarde del trabajo. Y mamá se quedó dormida, puesto que no durmió al esperarlo. Esta mañana no quise despertarlos —expliqué, omitiendo algunos detalles.

—Sabes lo que pienso de ti. Eres una hermana increíble y una persona estupenda, pero esto ha ocurrido repetidas veces. No deberías tomar la responsabilidad cada vez que algo así ocurre.

Ni siquiera a Leonore fui capaz de contarle toda la verdad. Me avergonzaba decirle que mi padre tenía problemas con el alcohol, que peleaba constantemente con mamá, y que Lacey les tenía miedo cada que eso sucedía. Incluso yo les temía, pero no podía demostrarlo.

—¿Quién más si no soy yo? —solté en una exhalación—. Ellos... Ya tienen suficientes problemas.

—Cierto, solo son ustedes cuatro en la ciudad. —Hizo una pausa para cambiar de tema—. Y acerca del club de periodismo, al final, ¿qué harás?

Chasqueé la lengua. Ya lo decidí con anterioridad, lo que me hizo recordar que no había escrito en Beat hacía varios días. Pero es que una cosa era redactar una lista interminable de deseos que quizá nunca llegarían a cumplirse, frases que mis padres intercambiaban, ciertos momentos de mi vida, contar mis ahorros para que, al cumplir la mayoría de edad, poder llevar a Lacey conmigo; pero otra muy distinta era participar en toda una redacción aburridísima. No había nada interesante en eso de escribir para la revista escolar.

Todavía no había asistido, pero escuché que estaba conformado por los tres chicos más ñoños del colegio, porque sorprendentemente los cerebritos eran solo hombres, y quienes a su vez estaban destinados a redactar artículos absurdos que eran temas interesantísimos de conversación para nuestra profesora de lengua y literatura, como, por ejemplo: «¿De qué manera las drogas te convierten en zombi?» «El alcohol, destructor de neuronas». «La forma en la que tu rendimiento escolar se ve afectado por los cigarrillos»...

No obstante, el artículo del mes de diciembre se llevaba el premio final de lo aburrido y horrible: «Cómo una buena relación con tus padres puede guiarte al éxito, o no». Desgraciadamente, este último me tocó a mí.

—Soy la persona menos indicada para describir los pros de tener una buena relación intrafamiliar. Además, ni siquiera tengo buenas calificaciones.

Pero a pesar de todo, creía que lo estaba intentando. Es por ese motivo que ahora tenía a Beat. Para practicar.

—Algún día tenemos que desahogarnos de toda esta basura —dijo Leonore—. Y entonces nos sentiremos mucho mejor.

—No lo sé...

La puerta de la oficina del director se abrió de repente. Yo me puse de pie en un salto, mientras que Leonore se quedó de piedra. Pero no fue un adulto quien salió del lugar, sino más bien Ezra Lowell, el muchacho que vendía comestibles en el supermercado, justamente el nieto de la anciana que se tomó toda una eternidad para envolver el regalo de Lacey.

Jamás pensé poder encontrármelo en otro sitio que no fuera ese, peor aún en el colegio. Ambos nos miramos, con esos mismos ojos abiertos como libélulas que no podían creer lo que tenían en frente.

—Faith Sallow. —Mi nombre entre sus labios sonó como música instrumental para mis oídos—. Qué sorpresa encontrarte.

—¿Estudias aquí? —pregunté en un hilo de voz.

—Sí, me trasladé este año y voy en el grado once. Y al parecer tú también. —Hizo una pausa—. Quiero decir, al parecer también estudias aquí.

Solté una risita muy tonta, a la que de inmediato y por suerte, él correspondió. Y entonces me hizo sentir menos tonta. Qué irónico.

—Sí, desde siempre —contesté.

—Tengo que irme. Fue un gusto. Espero volver a verte. —Contemplé su espalda avanzar por el pasillo hasta que dobló a la derecha y lo perdí de vista.

El mundo era tan pequeño como un pañuelo. ¿Qué lo habría traído hasta aquí en primer lugar?

Mi corazón todavía latía deprisa. Era una cosa muy rara.

—Uh... Pero ¿quién era ese? —preguntó Leonore—. Había chispas y fuegos artificiales volando por todos lados.

—No seas tonta.

—Se gustan. —Me codeó y de pronto sentí las mejillas arder, pensando en la posibilidad de que pudiera tener razón.

—Claro que no —respondí bastante segura.

—Que sí. Él te miró y tú a él. Tartamudearon, se sonrojaron... —De pronto la noté emocionada.

—De todas formas —la interrumpí—. No tengo tiempo para esto.

Pero tenía razón en algo: él de repente permitió que escuchara mis propios latidos. No supe cómo lo hizo. A mí me tomaba trabajo y una búsqueda interminable en las playlist de Youtube. Y aun después de haber pasado tanto tiempo desde que lo vi marcharse a través del pasillo, todavía pude escucharlos armando un alboroto en su lugar de residencia. Solo esperaba que no fueran a convertirlo en un desastre.

El deseo de Navidad ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora