༻Sentimientos que Florecen༺

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Otra vez lunes, como odiaba Anthony los lunes, era algo que no soportaba y de ser por él, quemaría el día en cada calendario existente. A penas abrió los ojos y miró el dosel rojo supo que iba a ser un mal día.

Había estado durmiendo en esa habitación desde aquella vez que estuvo mal, y Aziraphale le había pedido anteriormente que se quedase allí. La habitación estaba en el mismo pasillo que la del rubio, y esto hacía sentir más seguro a Crowley de alguna forma.

Crowley y Aziraphale se habían sentido un poco distanciados desde que el primero había decidido hacerse el rudo con el otro. El joven se preguntaba por qué razón había tenido que decirle aquellas cosas en el invernadero, se sentía culpable por como el dueño de la mansión ahora se sentía cohibido al estar juntos en la misma habitación.

El comedor, la sala de estar, el pasillo de sus habitaciones, incluso en el jardín podía notar la tensión en el aire. Hasta los otros empleados podían sentirlo.

Durante todo el día había intentado hablarle y este parecía alejarse, una y otra vez. Ahora era de noche, y Crowley nuevamente buscaba a Aziraphale para disculparse, al menos antes de dormir, no quería estar toda la semana así.

El muchacho paseaba por la cocina a altas horas de la noche en busca de una merienda para calmar su ansiedad, al pasar por el pasillo frente a la sala de estar de regreso a las escaleras se dio cuenta de que entre aquella oscuridad estaba prendido el fuego de la chimenea, iluminando una parte de la habitación.

Se asomó sin ver a nadie allí sabiendo que de seguro el mayor estaba sentado en el sillón, con sigilo cruzó el umbral acercándose al asiento sin hacer ruidos, y observó como en efecto, Aziraphale dormía con un libro contra su pecho, la manta sobre sus muslos y los lentes resbalando por el puente de su nariz.

Una fuerza sobrenatural le atraía hacia este, tan dulce, tan hermoso, poseía una belleza inefable. Podía apreciar sus largas pestañas, sus labios y nariz perfilada, ese rostro angelical era lo más bello que había visto en su vida.

Se agachó frente al que dormitaba de forma despreocupada y le sacó los lentes, apoyó sus manos en los brazos del sillón e inclinándose hacia adelante dejó un pico sobre los labios del rubio, uno suave, cargado de ternura. Al darse cuenta de lo que acababa de hacer se puso de pie tan firme como una vela y salió de allí lo más rápido posible, sintiendo su corazón palpitar acelerado.

¡No era su primer beso! Pero se sentía tan nervioso como si lo fuera, respiró con dificultad subiendo a toda prisa las escaleras hasta encerrarse en su habitación, apoyó su espalda contra la puerta mientras sostenía su pecho con una mano. Sentía que si soltaba si retiraba de allí su mano, el corazón saldría disparado.

— Oh por... Besé a Aziraphale, besé a... ¿Me gusta el ángel?

Era la primera vez que se hacía esa pregunta, nunca tuvo que preocuparse de si tenía sentimientos por alguien o no, porque jamás su corazón había querido salir de su pecho al dar un simple pico como ahora.

Aziraphale abrió los ojos tras sentir un aroma familiar y una presión suave contra sus labios, frunciendo un poco el ceño al no saber que había sido aquello. Una vez más espabilado se percató de que se había quedado dormido allí, aunque sus lentes estaban sospechosamente acomodados junto a la taza vacía de chocolate.

Se puso de pie y apagó la chimenea, sus pasos tomaron rumbo hacia las escaleras subiendo estas para dirigirse a su habitación.

Si pudiese darle un nombre a su situación actual con Crowley no sabría como hacerlo, porque ni siquiera sabía como actuar respecto a este. Aziraphale tenía miedo a quedarse solo, algo lógico si pensamos en que sus padres están muertos, el resto de sus parientes vivían en otra nación o ciudad y su exesposa lo abandonó por la libertad de sus sueños.

La Eternidad De Las FloresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora