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Quisiera ser una adolescente
de diecisiete años por siempre.

Es la edad perfecta para tener algunas libertades de adulto, pero sin ser uno realmente, aún. A los diecisiete, el mundo estaba lleno de promesas y posibilidades. Cada día era una nueva aventura, una nueva anécdota, y las preocupaciones se limitaban a exámenes, amistades, estar pendiente de mi banda favorita y la emoción de las primeras experiencias. El futuro parecía un lienzo en blanco, como si pudiera comerme el mundo de un bocado. Añoro la ligereza de esos años, cuando el peso del tiempo, las expectativas y la edad no descansaban sobre mis hombros.

La brisa veraniega del lugar donde crecí me lleva de vuelta a los momentos despreocupados; risas compartidas en el salón de clases, tardes interminables con amigos paseando por la orilla del mar, y el palpitar emocionante del primer amor. Cada recuerdo de esa época dorada es como una fotografía en sepia, bañada en la luz cálida de la nostalgia. Si hubiera sabido que estar en mis veintes sería tan frustrante, confuso e incierto, habría apreciado aún más cada minuto teniendo diecisiete años.

—Aquí están sus maletas.—

—Se lo agradezco.— Le sonrío al taxista y cierra la cajuela.

La vida a los veinte parece más compleja, llena de encrucijadas y decisiones cruciales. La presión de las expectativas sociales y las responsabilidades, me hacen extrañar aún más la simpleza de esos días adolescentes. A veces, desearía retroceder en el tiempo, capturar esa sensación de inmortalidad juvenil y la creencia de que todo es va a estar bien. Ahora no tengo tiempo para seguirle el paso a una banda de chicos guapos, tampoco para dramas innecesarios con mis amigas, o perder el tiempo con un pretendiente que no me aportará nada a futuro. Mis objetivos cambiaron, lo que creí saber a los diecisiete no lo comparto a los veinte.

No es lo mismo el golpe de realidad a esa edad, aún si son pocos años de diferencia.

El taxi se va dejándome frente a la casa de mi tía Hange Zoé, está cerca de la playa, así que puedo escuchar perfectamente las olas desde aquí. Arrastro mis dos maletas tratando de que no se me caiga la mochila en mis hombros, hasta llegar a la entrada y tocar la puerta. Tenía tiempo sin venir aquí, con todo el estrés y carga de la universidad, mis ratos libres los aprovechaba para dormir al máximo o simplemente darme el lujo de hacer nada.

—¡Voy!— Escucho la voz de mi tía dentro y después abre la puerta, alzando las cejas en sorpresa al verme. —¡Sofía!—

—Tía Hange.— Río sutilmente cuando me abraza con fuerza, logrando que tire todas mis maletas.

—¡No puedo creer que vinieras!— Menciona con alegría. —Te extrañé mucho, mi niña.—

—Y yo a ti.— Nos separamos sutilmente.

—Espera, ¿tu madre sabe que estás aquí?— Niego con la cabeza. —Sofíaaaa.—

—Cree que estoy haciendo un verano científico en la universidad.— Hace una mueca de desaprobación. —Ay por favor, no hagas esa cara tía. Sabes que si pasaba las vacaciones con mi madre sólo me hostigaría preguntas sobre la uni, mis calificaciones, planes a futuro, blah blah blah.—

—Se preocupa por ti Sofi, te queda un año para graduarte y conseguir trabajo.— Suelto un suspiro cansado.

Lo único que quiero es encerrarme en mi habitación, escuchar la música de mi banda favorita y crear escenarios ficticios en mi cabeza de mí y la celebridad con la que estoy obsesionada ahora, hace mucho que no hago eso.

—Mucho estrés para mí, soy un adulto chiquito.— Arquea una ceja. —Aún no tengo edad para saber como comprar una casa o pagar impuestos, ¿qué carajos son los impuestos?.—

por siempre diecisiete | armin arletDonde viven las historias. Descúbrelo ahora