El Archivo: atemporal

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—¡El ruso! —grité alterado al volver del flashback.

Al encontrarme tan cerca del su rostro, se vio obligado dar un paso hacia atrás para esquivar las gotas de saliva que amenazaron con caer sobre su redondo rostro.

—¡El mismísimo Alexander Mars! —dijo abriendo los brazos con las palamas hacia arriba, idolatrándose—. No creo que nos conozcamos.

Sentí un profundo rencor hacia el hombre que tenía enfrente. Estaba seguro de que lo conocí, pero lamentablemente mis recuerdos no estaban completos.

—Sí, me suenas de algo —aseguré, y creo que se molestó al no reconocer su fama.

—Entonces, supongo que tampoco sabes de dónde vienes o lo que haces con esa pulsera —dijo, señalando mi muñeca.

Escondí la pulsera con la manga de mi saco y repliqué:

—Eso sí lo recuerdo. Esta pulsera es mía. Por si hay algunas hipótesis equivocadas de su origen. —Le lancé una mirada amenazante a ambos.

En aquel instante descubrí que ninguno de ellos llevaba pulseras; estuve a punto de preguntar, pero algo me aconsejó que mantuviese cerrada mi boca.

—¡No, camarada! —dijo el ruso, haciendo un gesto con las manos para negar cualquier mal entendido—. No quiero que lo mal intérpretes. ¿Por qué no te acomodas y platicamos?

Alex ordenó al policía quitarme las esposas. Al parecer me habían estado cortado la circulación porque tenía las manos moradas. De a poco fueron volviendo a su tono natural.

Acepté la invitación sin cuestionarme mucho las intenciones de ese desconocido, pero conocido hombre. Avancé con cautela por los pisos brillantes del lugar. Alexander despidió al agente que me había traído, sin antes susurrarle algo que yo no alcancé a oír.

Mientras estaba distraído mirando un descomunal candelabro de cristal, la voz del señor Mars me sacó de aquel estado de embelesamiento.

—Toma asiento... —dijo, llevando la mano a la barbilla—. ¿Deberíamos ponerte un nombre hasta que recuperes la memoria?

Desde un principio me pareció raro el interés de ese hombre. Su amabilidad era inusual, pero por el momento no tenía a donde ir, por lo que decidí seguirle la corriente. Aunque había algo que me preocupaba aún más, y pensaba descubrirlo.

—¿Qué te parece si te llamamos Flamel, Nicolás Flamel?

Asentí con la cabeza, aceptando el nombre. No quise preguntar su origen, sabía que tenía algún significado para él y que ansiaba contármelo, pero a mi realmente no me interesaba, por lo que cambié rápidamente de tema.

—¿Qué es lo que haces? —pregunté

—¿Quieres saber a qué me dedico? —dijo con una sonrisa astuta—.

—Sí —respondí.

—Me gustan los negocios, y más me gusta tener una cantidad inmensurable de dinero, y lo mejor de todo es que soy bueno en lo que hago.

—¿Qué clase de negocios? —inquirí.

—Aquellos en las que haya un vicio de por medio—respondió—. Desde armas y tabaco, pasando por juegos y casino. Y ahora he considerado comenzar una actividad tan antigua y lucrativa como la prostitución.

Me guiño el ojo, orgulloso de su variado abanico de negocios.

—¿A cuál te refieres?

—¡Gladiadores!

El cuarto flashback me golpeó como un rayo, estampándose en mi memoria. Vi la imagen de un estadio repleto de gente animando a sus gladiadores. También apareció, en un laboratorio, una mujer con cabello rojizo y ojos tristes, levantando un frasco con un líquido color purpura. Hice un gran esfuerzo por recordar quien era ella, pero no logré averiguar nada.

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