37.

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Capítulo 37: “Home, sweet home”. (Si tú lo dices…)

Debo tener unas ojeras hasta lo pies.

Me estiro en silencio, sentada sobre el cómodo asiento de cuero del Audi de Saúl.

Me lleva él a casa para darle “una sorpresa” a mi familia. Qué gracioso, creo que su concepto de “sorpresa” no encaja con el mío. Un sorpresa es que estés tranquilamente sentada en el banco de un parque leyendo un libro que te parece el más aburrido del planeta y gruñendo por lo bajo porque el ruido de los niños no te dejan concentrarte, y aparezca de pronto un magnífico Brad Pitt iluminado con un áurea blanquecina y te comente así como por casualidad después de ver tu cara de tonta al decirte un par de cursiladas que estás en una cámara oculta y que has salido en el canal más visto del país en la mejor franja horaria para participar en un programa de recaudación de fondos contra una enfermedad de la que ni siquiera has oído hablar nunca y dudas que exista. Eso es una sorpresa para mí.

En cambio, para Saúl el término “sorpresa” significa darle un infarto a tu padre por no avisarle de que llegabas de unas islas perdidas del Índico y proporcionarle a tu amado hermano mayor una razón más para burlarse de ti al verte llegar en el coche de tu novio y su mejor amigo.

Mmmmmm… no se parecen las versiones, ¿verdad?

-              ¿Estás bien?

-              Sí, claro.- contesto apresuradamente.

Veo con el rabillo del ojo cómo inclina la cabeza con impaciencia mientras toma la última rotonda de camino a mi casa.

-              ¿En qué pensabas?- pregunta.

-              En nada en especial.

Tampoco quiero que se dé cuenta de que me falta un hervor o algo. Me devolverá a la tienda por defectuosa.

-              Princeeesa.- me reprende suavemente.- Sabes que odio que me ocultes las cosas.

Chasco la lengua.

-              Pensaba en que Rober va a estar burlándose de mí por los siglos.

-              ¿Por?

¡Es lógico! Estoooo…. ¿no es lógico?

-              Pues porque estoy contigo.- digo a toda prisa para no pensar en ello.

-              Como no te expliques mejor no seré capaz de entenderte, encanto.

Me repatea que ponga ese tonito irónico.

-              Lleva dándome la lata meses contigo, y ahora…- dejo caer la cabeza contra mi mano- Déjalo, son idioteces mías.

-              Vamos a ver si lo he entendido. Piensas que tu hermano se va a poner pesado recordándote que “ya te lo decía” y va a estar bromeando con ello durante meses, ¿es eso?

Pues lo ha pillado casi todo. Increíble.

-              Sí, más o menos.

Para el coche justo frente a la cerca de mi casa y se gira hacia mí con su permanente sonrisa. Me dejo contagiar de su ánimo, como cada vez que lo miro.

-              No te preocupes por eso, princesa, ya verás como se le pasa pronto.- se inclina para rozar sus labios contra mi mejilla.

Cierro los ojos, incapaz de contestar. Pierdo la cabeza cada vez que se acerca, no creo que eso sea bueno.

-              Mmmmm… ¿qué puedo hacer para que dejes de pensar en eso?

La historia de mi penosa vida adolescente: Loretta.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora