Capitulo 1

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Hace casi una semana que no veo a Katniss
Aunque hay días que la observo salir de su hogar con su traje de cazadora; me estremezco al ver su figura, más delgada que nunca y marcada por ojeras. Sus días parecen haber estado llenos de problemas, quizás incluso más intensos que los míos.

Mi regreso del Capitolio está cargado de buenas intenciones y una fuerza renovada para enfrentar esta nueva vida. Vengo con la firme convicción de mantener viva la panadería Mellark, el legado de mis padres. Sin embargo, al posar mis ojos en Katniss, todo se desmorona. Su frágil figura, las mejillas hundidas y ese sucio aroma a humedad y tierra me golpean con la realidad.
Ante su abrazo, que creía estaría lleno de alegría y esperanza, me desmoroné y mi progreso retrocedio en segundos.

Recuerdo las palabras que le dirigí antes de enfrentarse a Snow en el Capitolio: "Si vuelvo a verte, será un mundo distinto". Yo mismo lo creía con fervor, estaba convencido de que así sería. Pero al regresar y contemplar mi distrito reducido a escombros, junto a una Katniss demacrada, comprendo que este tormento nunca me abandonará.

Estoy atrapado, me siento egoísta al pensar que no pude proteger a mi familia, a mis hermanos, a toda esa gente que se convirtió en cadáveres cerca de la plaza, al dejarla a ella tanto tiempo sola con su dolor, recuerdo el daño que le hice, cuando la estrangulé... y no he tenido fuerzas para volver a verla, ni a ella ni a nadie.

-Peeta, ¿todavía estás ahí? - La voz del Dr. Aurelius me saca de mis pensamientos. Casi olvido que llevo 35 minutos charlando con él a través del teléfono como parte de la terapia.

- Sí, doctor, disculpe - trago saliva - solo estaba pensando - respondo.

- Te estaba comentando que estás lidiando con estrés postraumático. Has estado en modo supervivencia durante años, toda tu vida, para ser honesto. Nadie debería pasar por lo que tú has pasado. Esa no era la vida para la que estábamos diseñados, y peor siendo un niño, imagínate, estuviste dos veces en los juegos... - menciona el doctor mientras se aclara la garganta. Supongo que al referirse a mí como un niño, rememora a su propio hijo que trágicamente falleció cuando los rebeldes bombardearon el Capitolio.

- Entiendo - limito mi respuesta.

El doctor sigue hablando sin parar, sobre mi uso de medicamentos, que mis sentimientos son normales: irritabilidad, ira, depresión, insomnio, etc. - ¿Y sigues fumando? - me pregunta ahora de forma más casual.

Recuerdo a Easton, el chico con el que compartía mis sesiones de terapia. Toda su vida transcurrió en el Capitolio; su padre, un ministro, fue asesinado por Snow con veneno, debido a una traición, según recuerdo. Durante los descansos de nuestras sesiones, solíamos pasear por el patio repleto de rosas detrás de la clínica, y en poco tiempo, nos convertimos en amigos. Él se sumergía en el arte de moler tabaco, mezclarlo ocasionalmente con lavanda y armar cigarros.
Después de las sesiones, salía temblando, pero al inhalar el humo, encontraba calma. Con el tiempo, esa práctica influyó en mí, y acabamos convirtiendo el fumar en casi un ritual conjunto.

-Ocasionalmente - admito dando un suspiro de cansancio. Trato de ser gentil y amable con el doctor, pero ya estoy cansado de responder, solo quiero ir a la cama.

-Sabes que como médico no es algo que recomiende - acá empieza su sermón, pero lo escucho atento solo por educación - pero si no llegas a convertirlo en un hábito, puedo aceptarlo.

Me toco la cabeza, ya rascándola con desesperación. Me levanto de la mesita donde estaba, con el teléfono fijo en mano. Reuniendo toda mi calma, intento ser lo más amable posible: - Doctor, muchas gracias por la terapia de hoy. De verdad, me ha servido mucho - digo, dando un final abrupto a la conversación.

Al doctor parece dibujársele una pequeña sonrisa. - Me alegro mucho, Peeta, de verdad - toma un poco de aire y carraspea antes de hablar. - Te recomiendo que hables con Katniss, eso puede ayudar con los recuerdos. Bueno, que descanses. Hablamos mañana - y corta el teléfono muy rápido.

La voz del Dr. Aurelius se desvanece, dejándome solo con mis pensamientos oscuros. Observo el teléfono durante un momento antes de dejarlo en la mesita y dirigirme hacia la ventana. La recomendación del doctor resuena en mi mente, trayendo consigo la inquietante ausencia de Katniss en los últimos días. Me pongo a pensar en el Peeta que solía ser, antes de transformarme en este muto alterado por la tragedia.
Recuerdo cómo estaba enamorado de ella en ese entonces, mientras que el Peeta actual, incapaz de mirarla a los ojos, se debate entre el temor de no amarla como antes y el miedo de causarle daño. Mis emociones son un laberinto confuso donde no consigo discernir qué sentir.

No sé qué pasa con ella, y esa incertidumbre me llena de aprehensión. Hace tiempo que no sé nada de su vida, desconozco si ha encontrado a alguien más, si alberga algún resentimiento o, quizás, si al igual que yo, ella también siente la extrañeza en el silencio que se ha instalado entre nosotros.

La idea de abordar estos sentimientos me atormenta. No sé si ella ya ha seguido adelante o si, en cambio, está estancada como yo.

Sé que debo hacer algo, pero temo incomodarla. Todavía recuerdo cuando salió corriendo a bañarse al ver que volví a plantar primulas en su jardín. Me reí a carcajadas como un loco, y por un instante, mi corazón se encendió al recordar su rostro y el tono de su piel. No todo está perdido; solo necesito decidirme.

Tomé un respiro profundo, y como un destello, una escena se proyectó en mi mente. Fue durante el Vasallaje de los Veinticinco, cuando Finnick Odair salvó mi vida. Al abrir los ojos, vi la expresión de Katniss, una mezcla de horror y alivio al verme regresar a la vida. Con una sonrisa, dije: "Cuidado, hay un campo de fuerza ahí". Ella me dedicó una sonrisa dulce, llena de lágrimas, seguida de uno de los besos más preciados que guardo por encima de todos los traumas. Nadie pudo borrar eso de mi mente; estaba resguardado en el cofre de las cosas bellas de mi vida.

Este recuerdo se convirtió en un faro en medio de la oscuridad que me envolvía. La conexión, la ternura y la autenticidad de aquel momento sirvieron como un recordatorio de que, a pesar de las adversidades, aún existía belleza en mi vida y con ello una razón de vivir. La imagen de aquel beso se convirtió en mi ancla.
Habíamos vencido, y no solo una vez; teníamos una nueva oportunidad en esta vida, y yo no la estaba aprovechando. Sentí un impulso abrumador de correr hacia su casa, de tocar su piel, de entregarle mi cariño.

Sin embargo, la cautela debía ser mi guía. Katniss, mi dulce Katniss, era notoriamente terca, y antes de sumergirme en esos sentimientos, necesitaba ayudarla a salir del hoyo de depresión en el que estaba sumida.

Observé el reloj en la cocina, marcando las 2:34 a.m. Había esperado tanto tiempo que aguardar hasta mañana no sería un desafío para mí. Aun así, deseaba que las horas volaran para reencontrarme con ella.

Decidí canalizar mi impaciencia en algo productivo. Lo mejor que se me ocurrió fue hornear,

Me sumí en la tarea de amasar unos bollos de queso, mientras dejaba que mi mente divagara y se imaginara todas las posibles reacciones que Katniss tendría al verme. Necesitaba ir preparado, ya no podía permitirme retroceder si su reacción era mala.

La fragancia del pan recién horneado llenó la cocina, y en cada golpe de la masa, sentí que estaba más cerca de un encuentro que podría cambiar el curso en de nuestras vidas.
Me río con amargura para dentro por mi dramatismo.

En algunas noches, el sindrome del miembro fantasma me sobrepasa, no ha sido más fácil darme cuenta que ahora solo tengo una pierna. Me retuerso de dolor en mi cama, haciendo crecer mi insomnio mientras la noche transcurre lentamente, haciéndose eterna.

Finalmente, llega la mañana; he pasado la noche en vela y ya casi es mediodía, pero no me lamento. Tengo que esforzarme por no perder este positivismo.

Despierto con un atisbo de esperanza, preparo cuidadosamente una cesta de pan y arreglo los bollos de queso para Katniss. Me observo en el espejo varias veces, inquieto y casi nervioso. Para ser honesto, siento miedo, pero confío en mí mismo; tal vez ella está dispuesta a entablar una amistad, y con eso, sería suficiente para encontrar la paz.

Un día a la vez.

La vida de un vencedorWo Geschichten leben. Entdecke jetzt