Viernes. Había llegado el día de la fiesta de Zoey. Antes de ir a la preparatoria, pasé por su casa a felicitarla y a ver si necesitaba ayuda. Ella me dijo que no me preocupara y que me fuera tranquila. La volví a llamar en la tarde y me dijo lo mismo.
Todos los fines de semana mi familia y yo salíamos a dar un paseo. Esta vez nos tocó el viernes. Fue así cuando pasó algo que hasta el día de hoy no termino de creerlo.
Ese día fuimos a trotar. Papá era aficionado al ejercicio y le gustaba que Ethan y yo nos mantuvieramos por lo menos activos. Luego de trotar unos treinta minutos, que era lo que podía soportar sin que se me saliera el corazón, fuimos a por unos helados.
El puesto estaba en una parque y era una especie de caravana pequeña, donde las mesas quedaban al aire libre. Mi madre y mi hermano fueron a por una, mientras papá y yo pedíamos.
—Uno de fresa, uno de vainilla... ¿tu madre dijo que uno de menta para ella? Sí, uno de menta y... ¿qué dijo Ethan? —me preguntó.
—Te lo dijo a ti, no a mí. Sé lo que le gusta, pero si pido por él se va a enojar —respondí, encogiéndome de hombros.
—Vale. ¿Dónde está? —levantó la vista para buscar al par.
—Allá —sin mirar, alargué mi mano en dirección hacia Ethan, pero algo chocó con los nudillos de mi mano extendida. Miré de inmediato y frente a mí estaba un chico sujetándose la nariz y mirando al suelo —. ¡Dios mío! Lo siento tanto, no te vi —me disculpé, apenada.
—Se nota que no me viste. Joder, chica, te pesa la mano —él levantó la cara y fijó sus ojos verdes en mí. Frunció el ceño en un gesto confuso.
—Lo siento —repetí.
—No te preocupes —dijo, mientras se sobaba la nariz.
Me fijé más en él. Tenía algo que se me hizo familiar, pero no sabía lo que era.
—¿Qué pasó? —mi madre llegó a mi lado, imagino que vio lo que pasó.
—Fue un accidente, señora —respondió el chico.
Miré a mi madre y luego a mi hermano, que estaba a su lado.
—Mira, ahí está Ethan —le dije a mi padre, y él se percató en el castaño.
—Ah, sí. Ven acá —le dijo, y él junto con mamá fueron hacia donde estaba el rubio.
Volví a mirar al chico frente a mí y no pude evitar hacerle la pregunta.
—¿Nos conocemos? —solté, y él me miró con una sonrisa.
—Lo mismo te iba a preguntar. ¿Cómo te llamas?
—¿Y tú?
—Yo pregunté primero —rebatió, pero sin perder la sonrisa.
—Vale. Me llamo Mia —algo iluminó su mente e hizo que su expresión cambiara. Se mordió el labio inferior y gracias a ese gesto lo reconocí a pesar de que había pasado mucho tiempo.
—Me llamo...
—Azael —dijimos a la vez—. Eras el chico cuatro años mayor que se la pasaba conmigo en el orfanato— agregué, y los recuerdos sobre el orfanato en el que estuve antes de que nos adoptaran a Ethan y a mí me vinieron a la mente.
—Así es, Mia Cavalier. No me extraña que te pese tanto la mano, lo hace desde siempre.
—Ahora soy Mia Ryan —aclaré.
—Mia Ryan —repitió—. En ese caso, yo ahora soy Azael Stewart —añadió.
—¿Te adoptaron? ¿Cuándo fue?
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VIENEN Y VAN
Teen FictionLas personas vienen y van en nuestras vidas. Algunas vienen y van. Y vuelven a venir. Y se vuelven a ir. Hasta volverse continuo. Supongo que Azael era una de esas.