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Se estiró todo lo que pudo para alcanzar el frasco de pastillas en su buró. Con un jadeo, retiró la tapa para darse cuenta de que solo había una solitaria capsula en el fondo.

—Mierda —murmuró con voz temblorosa, regañandose a sí mismo por no haber comprado otro frasco al terminar su celo pasado.

Se irguió como pudo y tomó la pastilla con ayuda de un poco de agua que ni siquiera sabía desde cuándo estaba junto a su cama.

Sus padres no estaban en casa, como era usual, ya que tenían mucho trabajo, y a todas las personas de servicio se les daban vacaciones cuando entraba en celo, justamente por su propia protección. Tampoco podía arriesgarse a pedir el medicamento a domicilio; un posible alfa entregando el paquete en la puerta de su casa no sonaba como buena idea. meno

Limpió la ligera capa de sudor de su frente y una vez el dolor en su vientre disminuyó, se levantó de la cama para darse una ducha rápida y poder tomar valor para ir a la farmacia y comprar lo que necesitaba.

Una vez en el baño, se desvistió y abrió el grifo de agua. Agua fría, casi en su totalidad. Aún podía sentir el sonrojo en sus mejillas y el mareo en su cabeza, a pesar de estar disminuyendo.

Avergonzado y algo asqueado, como siempre, se encargó de limpiar cada gota de lubricante que había en su interior, y el que se había derramando por sus piernas.

Quince minutos después, entró a su habitación de nuevo, sintiéndose ligeramente mejor, pero aún demasiado consciente de su situación.

Intentó cambiarse lo más rápido que pudo y se aseguró de poner una bufanda alrededor de su cuello y esconder su cabello dentro de la capucha de su sudadera negra. No podía darse el lujo de que alguien lo reconociera.

Salió de casa solo con sus llaves y su cartera, y con un objetivo en mente; ir a la farmacia más cercana, comprar supresores y volver a casa sano y salvo. Sonaba fácil, pero ser un joven Omega en celo ciertamente lo complicaba.

Apresuró el pasó cuando estuvo a unas cuantas calles de llegar, luego de haber caminado por casi veinte minutos. El letrero de la tienda se alzaba como un oasis en medio del desierto. No pudo evitar mirar a los lados antes de entrar corriendo al local.

Una pequeña campana anunció su llegaba a la vendedora del mostrador.

—Hola, buen día. ¿En qué puedo ayudarte? —una Omega bastante amigable apareció en su campo de visión detrás de un anaquel de pastillas.

—Necesito un frasco de supresores —dijo en un tono de voz algo extraño, lo más bajo que podía y sin alzar la cabeza—... De Omega, por favor.

—Claro, chico. ¿Alguna marca en específico?

El joven comenzó a juguetear con sus manos, queriendo salir de ahí lo más rápido posible para poder regresar a la comodidad de su cama.

—La que sea —respondió rápidamente.

La chica asintió y desapareció de nuevo entre los estantes llenos de medicamento.

Un ruido estrepitoso hizo que diera un pequeño salto en su lugar.

—Santo cielo —murmuró la joven, que sostenía su frasco con una mano y se llevaba la otra al pecho—. Parece que el cielo va a caerse. No creo que tarde mucho en empezar a... —Pequeños golpeteos, cada vez más rápidos, comenzaron a sonar en la puerta de cristal— llover —completó.

—Tiene que ser una broma —chilló desesperado, mordiendo su labio—. Gracias —dijo apresurado, depositando un par de billetes sobre el mostrador y casi arrebatándole el producto a la mujer antes que esta pudiera reaccionar.

Asakaru Week 2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora