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Miraba hacia todos lados con sospecha. No tenía idea de qué es lo que pasaría si continuaba con esa historia. De hecho, no estaba segura de si aquello le seguía entusiasmando demasiado. Golpeó un poco sus zapatos contra los casilleros para que la nieve cayera y, de inmediato, como llamado por un amuleto mágico, llegó Gino.

—Mira, estoy estrenando lo que gané en la rifa —dijo mientras posaba con un pequeño broche en el uniforme de mesero.

—No pensé que fueran a poner un broche en la rifa —comentó ella riendo—. El que sí se llevó el gran premio fue Brandon.

—Una pantalla, ¿quién diría que la caja grande sí era real? Pero bueno, él no se verá tan bien como yo con mi broche.

Procedió a colocarse el gorro de duende antes de salir hacia el hotel. Clara se quedó un segundo más, sola con sus pensamientos. Admiró un pequeño copo de nieve que se pegaba en la diminuta ventana de los vestidores, lo cual la llevó a asomarse por la misma.

Observó a Brandon, que estaba con Luis prendido y la mirada fija en la nada. La chica salió por la puerta de empleados para correr hacia su amigo. De nada había servido que limpiara sus suelas de la nieve, porque pronto las había ensuciado al doble.

—¿Haces un live action de Frozen? —preguntó golpeando en la ventanilla del chico.

—Pero, ¿qué te pasa? ¿Por qué sales con esta nevada así, solo con tu chaleco? —exclamó el chico observando a su amiga tiritando.

—Yo no soy la que está aquí en vez de adentro, donde debería. ¿Qué te pasa?

Brandon le hizo una seña para que subiera. La rubia lo hizo de inmediato y volvió a recibirla la calefacción.

—¡Ah! No lo sé, me he sentido algo raro. Creo que me estoy enfermando —comenzó a relatar el chico mirando su reloj—. Tenemos diez minutos.

—Aún no te cambias —observó Clara señalando la ropa de Brandon—. Llegarás tarde.

—Le dieron a Gino un broche, ¿crees que están en calidad de reclamarnos algo?

La rubia levantó las cejas en señal de acuerdo. Brandon reclinó un poco su asiento, creando un sonido, por lo oxidado del mismo, y después cruzó los brazos para crear más calor con su chamarra.

—¿Qué haces?

—Dormir diez minutos —explicó él cerrando los ojos—. Así me sentiré mejor.

Clara se quedó un minuto mirándolo y después se acomodó en su propio asiento para hacer la misma acción que su amigo. Era como si hubiera otra melodía rondando por ahí. Por fuera... o en sus corazones. Arrullaba a ambos, se iban quedando dormidos mientras la suave estación navideña que Brandon tenía en la radio, desaparecía entre sus propias respiraciones. Una chimenea estaba encendida en el corazón de ambos, sin duda.

Después de un rato, ella entreabrió los ojos para admirar a su amigo con el rostro relajado. Estaba un poco rojo por el frío y el cabello lo llevaba alborotado. No pudo evitar pintar una sonrisa, le gustaba verlo contento. Siempre había sido así, verlo feliz le provocaba una sensación especial en el alma, una felicidad propia.

Levantó con cuidado su reloj y notó que los diez minutos habían terminado.

Quiso poner su mano sobre el brazo del chico para despertarlo, pero se detuvo por un momento, quería dejarlo dormir por un instante más.

—Brandon —dijo con voz suave para no asustarlo.

Abrió los ojos, y ambos sintieron un pinchazo justo en el corazón.

—Tienes razón, creo que te estás enfermando de algo —expresó la chica acomodándose el gorro que había regresado a su atuendo—. Y lo peor es que me parece que me estás contagiando.

Los copos de nieve se convirtieron en los imprescindibles compañeros de ese día de trabajo. Brandon y Clara se dirigieron a sus actividades sin decir una sola palabra, aunque en realidad no fue necesaria tanta evasión, porque se llenaron de ocupaciones muy pronto.

Brandon fue llamado para desmontar todas las cosas de la fiesta de colaboradores, mientras que Clara empezó a atender a las personas que querían atenciones especiales por la Nochebuena. Se realizaría una cena especial, para todos los huéspedes del hotel; sin embargo, cada uno de ellos podía solicitar cenas privadas en las habitaciones, o reservar zonas específicas para festejar la Navidad con sus seres queridos.

La música navideña del lobby ya no estaba sirviendo para disminuir el estrés del momento. Las manos de Clara temblaban de vez en cuando por el estrés, cuando los clientes y los gritos eran demasiados. Su corazón no tuvo ni un solo momento para pensar nada sobre las notas o sobre Brandon. Tan solo pudo resolver desvanecerse encima de su escritorio, cuando la nube de personas se había disipado, y la tensión de los hombros y del cuerpo no le daban para seguir estando erguida.

—Buenas tardes —dijo una voz por encima de su oído.

Se reincorporó de inmediato, pensando que había sido algún huésped que había regresado.

—Oh, eres tú —soltó la chica sonriendo ampliamente al notar la sonrisa de Ryan dirigiéndose hacia ella.

—Perdón por asustarte... Quería decírtelo antes de que cualquiera se me adelantara un solo segundo.

Sacó de su chamarra un folleto con fotografías de personas patinando sobre hielo. Clara reconoció de inmediato el lugar y no pudo evitar dar un pequeño salto de emoción.

—¿La pista de patinaje local?

—¡Sí! Me dieron este hace rato que fui a comer a un restaurante... ¿Quieres venir conmigo? Lo pregunto esta vez antes que nadie, eso espero.

Sintió que, a final de cuentas, no debió estresarse tanto cuando las cosas con Lorenzo no funcionaron. Quizá eso era justo lo que tenía que suceder para que las cosas tomaran su curso y llegara la invitación de Ryan.

Quedaron de acuerdo para salir esa misma noche hacia la pista de patinaje. Le revoloteaba el estómago darse cuenta de que no tendría que esperar demasiado para descubrir si él era el chico de las notas.

Después de un rato de charla, el chico se despidió y la ilusión de Clara se quedó colgada con tanta fuerza como al inicio. 

 

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