IV

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16 de Fadestra, Año 1730 D.L.

Karolyn se despertó en medio de la noche sudando, con el corazón latiendo más de lo que nunca había sentido y con la sensación de que alguien se estaba mirándola fijamente. Alzó las manos y se las llevó a la cabeza. Se notó la frente empapada en un sudor frío que chorreó por su cara mientras lo aplastaba con sus temblorosas manos.

Soltó un sonoro suspiro y giró la cabeza para mirar a su alrededor.

No escuchaba nada, no percibía cambios en la luminosidad ni nada extraño, todo estaba en silencio. Quizá en demasiado silencio, pero eso significaba que estaba sola.

Era imposible que hubiese algún animal dentro de la casa. Lukeros no estaba en ningún lado. Ni Hyulia. Ni muchos menos las Mecedoras.

Aquello la tranquilizó, aunque no entendió realmente por qué. Quizá porque la soledad, la que le había acompañado durante toda la vida, la reconfortaba más que cualquier compañía que pudiese tener. O quizá fuese porque distraerse buscando a alguien a su alrededor la ayudaba a olvidar los fugaces recuerdos que saltaban por su cabeza sobre la pesadilla.

Un cielo rojizo.

Unos gritos desgarradores.

Una bofetada cruzándole la cara.

Jamás en la vida había sufrido un castigo físico impartido por otra Khyphyr, seguían una doctrina de no violencia dentro del Imperio por lo que imaginarse a una pegando a otra, bajo cualquier circunstancia, era casi imposible.

Aun sabiendo aquello sentía el dolor del bofetón como si fuese real. Sentía su piel arder y picar queriendo salir, notaba como el calor se desplazaba lentamente hacia las zonas cercanas y como el dolor del principio se iba convirtiendo en un dolor más sordo hasta que se convertía simplemente en incomodidad.

Se acarició la cara con el dedo índice en el moflete donde sentía la picazón. La piel estaba normal, no había rastro de inflamación ni de ningún golpe, pero ella seguía sintiéndolo. Era como si su piel lo hubiese recordado por el sueño.

Decidió levantarse y acercarse a una de las ventanas que estaban orientadas a Khirona. Se apoyó en uno de los lados y miró al horizonte, a la claridad que atravesaba la venda. El templo de Khirona bañaba de luz toda la ladera de la montaña en la que estaba situado y lo hacía con la suficiente potencia como para que llegase con fuerza para crear una penumbra perpetua en la noche.

La luz le hacía sentir acompañada. A ella y a todas las Khyphyr.

Tras estar unos minutos sobre la ventana suspiró y se resignó tirándose encima de la cama. Lo mejor sería volver a dormir y, con suerte, no volver a soñar con aquella pesadilla.

En cuanto su cuerpo volvió a tocar la cama sucumbió ante el sueño. Un sueño plácido y vacío, sin ningún tipo de pensamiento que la perturbase. En su cabeza fueron unos segundos, pero realmente pasaron varias horas hasta que alguien rompió aquella tranquilidad.

—¡Levanta! ¡Vamos venga!

Los gritos de Lukeros la despertaron en un instante.

—Tenemos que salir casi ya así que no tengo tiempo para tu rutina matutina de cuidado—la increpó su amiga mientras le tiraba algo encima del cuerpo.

Karolyn lo toqueteó. Estaba hecho de hierba seca trenzada y parecía tener una tira de tela formando un lazo en uno de los lados.

—¿Un sombrero?—dijo poniéndoselo en la cabeza. Efectivamente era un sombrero que encajaba perfectamente con su cabeza—. Buenos días a ti también.

—Venga Karkar, tenemos que andar hasta la playa, disfrutar del día allí y volver antes de que anochezca. ¡No quiero ir por el bosque a oscuras! Yo no soy una Khyphyr fuerte e indomable como tú... Soy un pequeño caramelito extranjero que sería una delicia para cualquier bestia.

Los Ojos de la CazadoraWhere stories live. Discover now