Capítulo 12

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MANUEL

Algo no iba bien en Sara y yo ya lo sabía, llevaba teniendo esas sospechas desde el día en el que volví a verla y vi ese odio en sus ojos. En esos ojos verdes tan bonitos que tiene.

Una parte de mí sabía que no iba a perdonarme tan pronto, por eso fue que me dijo que hiciéramos las cosas como las sintiéramos en el momento sin necesidad ni de compromisos ni de respetar unos tiempos, porque ni ella misma era capaz de decidir qué quería. Una parte de mí, comprendía su miedo a que le hiciera daño, pero era algo que iba a tener que trabajar, tenía que confiar en mí y yo tenía que ganarme su confianza.

El día anterior la había tenido entre mis brazos y nada fue más allá de lo que sabéis. No lo hicimos y puede que preguntéis por qué, pero de cierta manera tenía miedo, no sabía lo que ella quería de mí, aunque yo sí sabía lo que quería de ella. Me había dicho que me quería y no lo dudaba, de hecho, yo también le quería, pero había algo que me frenaba, y tenía claro que pronto descubriría el qué. Para mí estar con una persona y mantener una relación con ella constaba de todo, conexión, caricias, preliminares... Nosotros no pasamos de ahí, pero yo fui feliz con lo que hicimos y sabía que cuando estuviéramos listos lo haríamos y sería el momento más increíble de mi vida porque la deseaba, eso era lo bonito, que la chispa no se apagaba.

Estábamos en el coche y estaba muy callada, la radio sonaba, pero creía que ninguno de los dos le prestábamos atención.

Me hubiera encantado saber qué le pasaba por la cabeza en esos momentos porque nunca la había visto cómo hasta hacía unos minutos y me tenía bastante preocupado.

—A casa de Esme, por favor —, me dijo sin mirarme a la cara y centrándose en el paisaje de nuestro alrededor.

Pisé el acelerador sin darme ni cuenta y noté que se tensó en el asiento de al lado. No le gustaba la velocidad porque sentía que perdía el control. Me lo había dicho la noche anterior cuando hablábamos de temas variados.

Cuando volví a la realidad estábamos frente a la casa en la que estuvimos la noche anterior. Cuando fue a bajar del coche, la detuve un momento. No podía dejar que se marchara así.

—Dame un beso al menos, que no nos está viendo nadie —le pedí con ganas de volver a ver la chispa que había la noche anterior en su mirada, pero nada más allá de la realidad. Se acercó a mí y me dio un pico para después separarse y salir del coche.

Ahí sí que me enfadé bastante, porque yo no tenía nada que ver con lo que fuera que le pasara y, además, que no tuviera la suficiente confianza como para decírmelo después de conocernos toda la vida, literalmente, me cabreaba bastante más.

Puse el freno de mano de un tirón y yo también me bajé del coche.

—Sara, joder, ¿por qué la pagas conmigo? Yo no he hecho absolutamente nada —le dije levantando el tono de voz sin darme cuenta.

Ella, que se había encaminado a la casa, se dio la vuelta para mirarme sorprendida ante ese arrebato, pero enseguida volví a notar que se puso la máscara. Esa dichosa máscara que no me permitía acercarme a ella todo lo que me gustaría.

—Mira, Manuel, no puedo estar contigo, no quiero saber nada de ti —me dijo y sentí que poco a poco, aumentaba mi rabia aún más porque supe que eso no era verdad —No de momento —, terminó.

Me pasé la mano por la cara desesperado por romper con la distancia que nos separaba en estos momentos que, a pesar de ser dos metros, parecía ser un abismo enorme.

—Si no me cuentas qué te pasa, no vamos a poder superarlo juntos —le expliqué intentando relajarme.

—¡No necesito tener a nadie a mi lado! ¡Quiero estar sola, joder! ¿Por qué narices os cuesta tanto aceptar que yo puedo y que no quiero vuestra estúpida ayuda? —. Gritó sin cortarse ni un pelo, y me sorprendió porque no sabía de la existencia de esa Sara. Esa que su madre había descrito a la perfección, y que era la que tenía justo delante.

Temía descubrirla en algún momento porque me negaba a que fuera así, pero desgraciadamente, estaba vislumbrando a una persona que creía conocer, pero que no dejaba de sorprenderme.

Con las mejillas rojas como tomates, dio media vuelta y tocó la puerta de la casa de su mejor amiga. A los pocos minutos, esta se abrió y las dos juntas desaparecieron entre las paredes de esa dichosa casa.

Acababa de presenciar a Sara desquiciada y a la vez desesperada. Suplicando que la dejemos, pero a la vez rogando que la ayudemos.

Si os soy sincero, no supe qué hacer, me subí al coche y me fui.

No volví al restaurante, ni mucho menos.

Pau se iría poco después que yo y no iba a estar en una comida de hombre florero, así que decidí ir a casa. Yo también necesitaba que alguien se ocupara de las cosas, aunque fuera por una vez. Necesitaba bajar la guardia y, sobre todo, necesitaba estar solo.




Perdón por el atraso, más vale tarde que nunca.

Seguimooossss... Todavía queda mucho por saber de Sara y Manuel.

Algo más que un amor de veranoWhere stories live. Discover now