Serenata Japonesa

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Después del día de ayer, Hiro tenía más dudas de las que podía resolver. ¿Cómo podía autodenominarse como genio si no encontraba una forma de solucionar los cuestionamientos que abundaban en su cabeza?

Bueno, si era honesto, sus dudas eran sobre el amor y él no sabía nada acerca de ello.

Después de haber estado con los Rivera en Carrizalillo ambas familias habían partido cada una a su lugar de hospedaje con la promesa de juntarse nuevamente en la feria pues Miguel aún tenía una presentación pendiente, además querían discutir la idea de participar en otra actividad juntos ya que disfrutaban estar en grupo y abrirse a nuevas experiencias. Ambos jóvenes no se encontraban para nada en desacuerdo con la intención de sus mayores en compartir más tiempo pues disfrutaban estar en la compañía del otro con o sin familiares alrededor.

Eso era lo que hacía pensar al mitad japonés sobre lo que sentía respecto al moreno.

Mientras desayunaba con su tía Cass pensaba en lo que experimentó el día anterior: una sensación de seguridad combinada con nerviosismo pues el menor logró que hablara sinceramente sobre la pérdida de Tadashi y su frecuente pesadilla, e incluso había soltado algunas lágrimas.

Nadie había logrado que se expusiera de esa forma.

Tadashi era casi como un tema prohibido y todos sus amigos lo sabían, por lo tanto procuraban no mencionar nada para evitar que el nipón se incomodara o sintiera mal. Él lo percibía, sus compañeros también eran genios pero su discreción era del mismo tamaño que la paciencia de Hiro: nula. Una cara triste, una mueca de decepción al ver como él colocaba una expresión de melancolía cada que se encontraban la foto de su hermano justo a lado de su laboratorio.

Pero con el mexicano fue diferente, fue tan diferente que sintió como se liberaba un poco de aquella carga con la que lidiaba unos que otros días e incluso se lo mencionó. Entonces recordó el abrazo y cómo creyó que su corazón detonaría al suave contacto de su propio pecho desnudo con el del chico de piel tostada. Ese fue el desencadenante de todas sus sospechas sobre lo que sentía, porque –si era totalmente sincero consigo mismo– nunca había sentido algo parecido a eso y de cierto modo eso lo aterraba; podía describirlo pero cada que lo recordaba su pecho retumbaba más rápido y su mente se nublaba haciendo que las palabras apenas salieran en hilos de voz que se enredaban como madeja.

Repasaba el día en su cabeza una y otra vez: el viaje en auto, cómo el músico le había cantado (o eso quería creer), su espalda de ébano siendo cubierta por bloqueador, contar sus lunares y memorizarlos, el atardecer frente a ellos, la guitarra a su lado que luego sería utilizada para amenizar el momento, su tacto tan divino y tranquilo como un respiro de aire fresco en un día caluroso. Incluso si quisiera olvidarlo sabía que no podría hacerlo.

—Hiro, ¿todo bien? —preguntó su tía estando frente suyo con una cara de preocupación— Es que no has tocado tu desayuno, ¿no quieres comer?

Ni siquiera era discreto al esconder la distracción en su propia cabeza.

—Oh... ¡oh, sí, todo bien tía! —contestó intentando desviar el tema. Cuando la mujer notaba cierto desbalance en su personalidad la situación se convertía en un cuento de nunca acabar— Sólo estaba pensando.

—¿En qué? ¿Pasó algo? —ambos Hamada se llevaron un bocado de su plato a su boca, pero el primero en tragar fue Hiro.

Estaban pasando muchas cosas.

—Nada, todo bien.

Pero debía resolverlas él primero.

Antes de que Cass pudiera refutar su contestación el celular de Hiro sonó, así que lo sacó de su bolsillo y miró la pantalla. Miguel Rivera, su salvación y al que le debería la vida por rescatarlo de aquella conversación.

Al son de las olasWhere stories live. Discover now