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Rosalie se había hecho experta en sentir lo que ocurría en su interior

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Rosalie se había hecho experta en sentir lo que ocurría en su interior. Primero fue algo tan leve como el aleteo de una mariposa. Sabía lo que era, por supuesto, se había leído los más de diez libros que Jake había comprado y que ahora estaban esparcidos por toda la casa.

Después fueron como burbujas que bullían en su abultado vientre.

-¿De verdad no lo sientes? –preguntó con una ceja alzada.

Jacob resopló frustrado, con su mano pegada al vientre de la rubia.

-Es imposible.

-¡Quiero probar! –demandó Renesmee y Jake se apartó para que la pequeña apoyara todo su rostro en la barriga. Cerró los ojos con un gesto de total concentración pero acabó suspirando de una manera muy parecida a la del lobo. –Nop, no siento nada tampoco, tía Rose.

Rosalie pasó una mano por el pelo de la niña en una caricia y sonrío con ternura ante su carita frustrada.

-Supongo que aún es demasiado pronto para que notéis los movimientos, tendremos que estar atentos.

Pero decirlo era más fácil que hacerlo. Era muy difícil estar atentos a los pequeños signos cuando su casa se había convertido en una zorra de guerra.

Bueno, quizás no de guerra, pero sí de construcción.

Jacob y sus compañeros del trabajo en el taller estaban agrandando la casa añadiendo una habitación para los bebés. Conectaría con la de ellos así que siempre tendrían un ojo echado en ambos. La idea era perfecta. Llevarla a la práctica no tanto.

-¡Nessie, Charlotte, no corráis por en medio de todas las herramientas! –exclamó la rubia desde la cocina.

Las niñas se pararon momentáneamente pero en cuanto Rosalie se dio la vuelta volvieron a iniciar su carrera para ver quién pillaba a quién.

Rose suspiró mientras cargaba una bandeja de limonada. Habían pasado casi dos meses y, aunque la obra iba realmente rápido, no veía la hora de que acabase por completo. Con sus seis meses de embarazo lo único que quería era tranquilidad. Y quizás un masaje de pies.

Llevó la bandeja hacia donde Jake y John estaban tomándose un respiro.

-¿Queréis limonada? –ofreció Rosalie amablemente dejando la bandeja sobre la mesita de jardín.

-Oh sí, ¡gracias! –la sonrisa de John era idéntica a la de su hija.

-No vayas tan rápido, siempre se le olvida echarle azúcar. –murmuró Jacob pero usar un tono bajo nunca había sido lo suyo así que fue perfectamente audible por todos.

Rosalie lo fulminó con la mirada mientras John soltaba una carcajada.

-Fue sólo una vez. –replicó, sintiendo cómo se sonrojaba.

Inesperado. | Rosalie x JacobOù les histoires vivent. Découvrez maintenant