5. No digas que me fuí

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No digas que me fuí.

No digas que me fuí, no digas nunca que fui yo quien te dejó solo si aguanté tanto para permanecer a tu lado durante el mayor tiempo posible y lo que hice fue dejar de quererme para entregarte más de lo que para mí tenía.

No digas que las rosas se marchitaron porque no las cuidé cuando fuiste tú quien se empeñó en arrancarlas para regalarmelas, asumiendo que era lo que yo quería, por no haberme escuchado cuando hablaba de las cosas que me gustaban, por no haber captado el brillo pasional en mis ojos ni las expresiones de mi rostro.

¿Tanto te costaba preguntarme? ¿Tanto te costaba dejar de pensar solo en tí por un instante para tomar en cuenta lo que a mí me hacía bien? ¿Cómo puedo creer que me querías? Si ni siquiera sabías que querías y al parecer fui yo la que te dejó con los sentimientos en la mano.

Sentimientos de narcisista.

No digas que las estrellas ya no brillan para nosotros si el fugaz fuiste tú, no digas que los sueños no se cumplen porque yo te soñaba y te veía luego; porque yo dejaba de dormir para cumplir los tuyos y perseguía destinos que no me llevarían al mío.

No me digas que fui egoísta después de haberme visto desviviéndome por tí, no digas que siempre son grises porque yo pintaba un arcoiris para que fueras feliz.

No digas que te dejé solo, porque te acompañé a tus peores batallas cuando yo ya había perdido las mías y solo me quedaban las heridas de mis guerras pasadas.

No me digas que te dejé solo en la estación porque me quedé esperando años a qué te bajaras de aquel tren y dejaba pasar otros porque estaba empeñada en el tuyo. Pero tú, tú estabas esperando que yo te impulsara a la otra parada, para tomar el que querías.

Tomabas lo que querías, ¿No era así? Sigues diciendo que me quieres, pero ¿Cómo es que ya no puedes tomarme? Ya no puedes tenerme.

No me culpes de odiar el refugio hipócrita y sagaz que me ofrecían tus brazos ni la trayectoria de almíbar que tú lengua dejaba en los rincones de mi cuerpo.

No me culpes de repudiar tu olor cuando tu perfume solo me hacía querer perder el olfato, no me juzgues por querer hacer mi propia música, ya que la agresividad de tú voz llegó a aturdirme tanto.

Deja ya de decir que te sentías solo, porque era mi voz la que calmaba tus demonios y apaciguaba tus monstruos, era yo el sosiego de tus noches más oscuras y la que siempre tenía una linterna para iluminar nuestros momentos de penumbras.

Era yo la que buscaba el paragua cuando llovía o te invitaba a bailar en la lluvia; era yo la de los deseos mágicos imposibles, era yo la que podía hacer materia con lo impalpable.

Y es por eso que ya no aguanté más.

No aguanté más el sentirme sola, no aguanté más fabricar tus ganas de darme un beso y de buscar posibles soluciones a los problemas.

No aguanté ser la única vela encendida en la mesa, me cansé de ser quien cierra la ventana cuando hace frío, prepara el café y busca el otro para dar calor.

Me cansé de fingir que no me estaba rompiendo y que tú nihilismo frenético no estaba acabando con mis ganas de encontrar un ápice sublime en cada cosa que perdiera el sentido.

Me cansé de ser la única que sabía sentir, me cansé de sentirme sola cuando creía que tenía a alguien y preferí sentir que me tengo a mí en mis momentos de soledad y darme los cuidados que una vez te dí.

Desde el agua salada. ©Where stories live. Discover now