Aiden no era receptivo a las flores. Lindas, olorosas y delicadas, esa era su definición. Prefería los dulces, mientras más vistosos y cargados de azúcar, mejor.
Aunque no negaba cierto afán a los girasoles. Tener su casa bordeada de ellos sonaba encantador, exceptuando la parte en donde succionaban tantos nutrientes que acababan siendo más altos a él. ¿Se podía morir por aplastamiento de girasoles?
Aiden no iba a descubrirlo. Los sueños muchas veces suelen ser meras ilusiones, se necesita más que un alma soñadora para cumplirlos. Él no lo era, por ello aquella idea de tener un plantío en el jardín de su propia casa, se quedaría como lo que era: Una fantasía. Idealización de su futuro.
Probablemente vivirá en un pequeño piso barato, en donde apenas cabrían los muebles y él, porque su sueldo no daría un mejor sustento. No pasar frío era lo primordial. Tener una cama estaba sobrevalorado.
— ¿Qué tienes? Llevas callado unos... ¿Cinco minutos? — Nathan intentó acertar una respuesta cuya contestación solo era desconocida para él — ¿Olvidaste cómo hablar?, ¿tienes hambre?, ¿te comiste tu propia lengua? —
Aiden, con el insistente roce delicado de los pétalos sobre la punta de su nariz, con ese penetrante aroma dulzón en sus fosas nasales y el ardor de los celos... Empezó a odiar los tulipanes.
— Quiero mi jardín repleto de girasoles. Piénsalo, visualízalo — Le bajó el volumen a la radio — Son grandes, vistosos y especiales —
Nathan, mucho menos agobiado, suspiró — No. No te comprendo. Todo volvió a la normalidad —
Ojalá, pensó al dejar de apreciar su reflejo en el vidrio de la ventana del auto, ocupado en apaciguar la impotencia al apreciar la sombría casa de Rosemary. Sus padres tenían problemas con el color blanco, él siempre se mordió la lengua por la forma tan incolora de su hogar. Juzgar las viviendas de los demás no era su estilo, no podía dejar que Maximillian influyera en su personalidad.
Aiden casi prefería que fuesen algunos raritos con un irracional complejo de suciedad, así tendrían sus muebles empacados en plásticos, y él no tendría miedo de tocarlos. Siempre andaba de puntillas, temiendo provocar manchas. Quizá ellos lo habían contagiado a él con sus necesidades de estar impoluto.
— Si tú crees que yo soy raro, es porque no conoces a la familia Hawksley — tras quitarse el cinturón de seguridad, encorvó el cuerpo en dirección a los asientos traseros, sacando un conjunto de pantuflas nuevas — Dijiste qué harías todo. Bien, es tu momento de brillar —
— ¿No eres solo paranoico? — Inquirió tomando su propio par de calzado, un tanto desconcertado por el nerviosismo de Aiden.
Relamiéndose los labios, quiso apaciguar el tiritar de estos. Zahner jugó con un par de tulipanes, estrellándolos contra sí — Créeme, me falta paranoia — Recordar las alfombras cremas, y los sillones blancos perfectamente pulcros, como si hasta el polvo tuviste miedo de posarse, le provocó escalofríos y envidia.
— Ezra puede hacernos gorros de aluminio — Nathan resopló al salir del auto, casi abandonando a Aiden... pero lo necesitaba, por ello, a regañadientes le abrió la puerta, un tanto exasperado sus largos silencios y su ausencia — ¿Listo? —
Aiden asintió, dándole el pequeño arreglo de diez tulipanes de variados colores, creando un perfecto contraste con el apacible, nostálgico y melancólico atardecer oculto entre nubes grises.
— ¿Recuerdas todo? Eres mi novio, yo compré las flores, eres deportista con notas promedio — recitó contando con sus dedos, esperando darles una buena impresión.
— ¿Crees que voy a agradables cuando de cuatro características, tres son una mentira? — Aunque ansioso e impaciente por ver a Rosemary, Nathan estaba adecuado a los pasos de tortuga de Aiden.
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Syntax Error
RomanceTu crush no te puede pedir ayuda para conquistar a tu mejor amiga, ¿verdad? Aiden jamás esperó ese error de cálculo