Epílogo

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Tres años después

Corrió las cortinas, encogiéndose por el roce de la luz contra sus ojos. Atontado, se restregó los párpados, anhelando borrar el ardor en sus orbes. Se removió por la habitación, chocando con las ropas olvidadas por todo el piso, hasta caer hacia la cama, rebotando levemente sobre el colchón.

Mareado, se afianzó a las sábanas, admirando su alrededor. Con tintes de vergüenza en sus mejillas, se levantó a recoger las prendas desparramadas durante la intimidad de la noche anterior. El entrenador se pondría furibundo si supiese que los dos trofeos del campeonato de boxeo nacional hubiesen sostenido ropa interior por un par de horas.

Tras esconder su desnudes con una camiseta de su novio, tomó la llamada entrante. En su oído resonó la voz de su mejor amiga, chillando al contarle su mala experiencia con el chico de encuentro casual del viernes por la noche.

— Terrible, escapé de inmediato. No volveré a embriagarme, está vida loca de libertinaje va a matarme — Cherrie renegó al dar vueltas en la cama de su amigo, sus planes de caerle encima para despertarlo abruptamente fueron interrumpidos al encontrar su habitación vacía. No tuvo más remedio que llamarle — ¿Cuándo vuelves? Recuerda, está es tu casa, con nosotros... Está bien quedarte con tu novio unos días, pero —

— Mañana, volveré mañana. No soy una gata rompehogares — Abandonó el pequeño espacio, adentrándose a la sala, dejando la puerta abierta, caminó descalzo sobre la alfombra. El lugar era pequeño, suficiente para una persona.

Una habitación con cuarto de baño, una sala y cocina en el mismo espacio sin una división y una pequeña terraza, lo suficiente chica para ocupar el espacio con un par de macetas. Aiden se acomodó en uno de los dos únicos sillones personales, abrazó un cojín y se recostó en el espaldar, sintiéndose perezoso. Echó una fugaz mirada a los folletos del instituto al que había visitado el día anterior en compañía de su novio.

Un taller de contaduría y finanzas le había tentado un poco, después de todo, amaba los números, aunque dos más dos ya no fuesen cuatro. Hace un año había empezado con un curso de masaje con especialidad en deportistas, así que otro estudio más, no le haría daño. Quizá seguía perdido o era un desquiciado con hambre de conocimiento en todas sus áreas de interés.

— ¡A mí me parece que sí eres un rompehogares! — Maximillian se quejó en medio de gritos, escuchándose su voz lejana al altavoz — Sin ti aquí, soy el único miembro de la resistencia, la perra de la cocina y limpieza, el nidito se nos cae a pedazos —

— Cállate Max, es tu turno de lavar los platos. Mucho llorar, pero poco fregar — Cherrie resopló al rodar los ojos, levantándose de la cama para cerrarle la puerta en la cara a su hermano — Apúrate, tienes clases dentro de media hora —

Aiden solo los escuchó pelear del otro lado de la línea, siendo testigo de una de sus miles discusiones sin sentido. Hambriento, y con los gritos en su oído, fue a la cocina, inspeccionando el menú de dieta personal de Nathan.

— Los universitarios son un dolor en el culo. Son pobres, viven estresados y siempre tienen miles de trabajos — la chica se burló al encontrar intimidad encerrada en el baño del apartamento, rehuyendo de los lloriqueos de Maximillian — ¿Salimos a comer antes del trabajo? Hoy tengo turno por la tarde en el salón —

Antes de acabar con el curso de maquillaje, Cherrie había conseguido plaza en un salón de belleza en el centro de la ciudad. Trabajo agotador, considerando las horas de pie y la gran afluencia de clientela, sin embargo, su experiencia era enriquecedora y su popularidad en las redes sociales como maquilladora, habían escalado a cifras prometedoras.

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