🍷💀☕ - Ataúd de arena

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Parecía que el sol evaporaba hasta el oxígeno. Era ya imposible avanzar para aquel herborista. Sentado junto a una roca, reposaba con un pequeño tramo de sombra que se desprendía de esta. Cada minuto que pasaba, le quitaba un poco más la voluntad, y lo convencía más de que iba a morir.

....

Quince días antes, había salido de su aldea, situada en la frontera norte del desierto. Era el octavo integrante de una caravana que se dirigiría a Quell, la ciudad jardín; ubicada en el sur. El objetivo de la comitiva era adquirir plantas medicinales en aquella ciudad, para sofocar una epidemia que cobraba fuerzas y vidas en su aldea. La llamaban "La fiebre de los camellos"; y no solo afectaba a esos animales, también a otro tipo de equinos y bovinos; y a los humanos. El lugar llevaba un año azotado por la cruel enfermedad, que si bien mataba más rápido a los animales, también era frecuente que sucumbieran las personas; de lo contrario las víctimas quedaban hemipléjicas o vegetativas de por vida.

La aldea del herborista se había vuelto un sitio muy triste desde que había comenzado tal dolencia. Los habitantes evitaban criar animales por miedo a ser infectados. Pese a que ya se sabía que los huéspedes que traían la fiebre eran artiodáctilos; del poblado desaparecieron perros, gatos, aves de corral, y también los animales que podían contagiarse. A partir de ahí la salud de los pobladores empezó a disminuir, al no consumir carne en sus dietas. Era mucho el miedo que reinaba. Cuando solo quedaban hombres y mujeres, se encontró que uno de los habitantes estaba enfermo con esa peste. Luego otro fue contagiado, y otro. Cincuenta y dos personas habían muerto ya en la aldea; entre ellos niños, ancianos saludables y mujeres embarazadas.

Durante ese calvario, el herborista estuvo investigando sin descanso, para encontrar una cura para la fiebre del camello. Halló una fórmula que sirvió, pero necesitaba destilar sustancias de una planta que no crecía en su lugar de origen. "¡Si vamos a Quell, traeremos lo que hace falta! ¡En ese lugar se comercian muchas de las plantas del mundo!", propuso a los demás habitantes en una reunión. Y con la esperanza de todos en sus hombros, embarcó en una caravana con seis vecinos suyos y un guía que fue contratado.

El guía conocía muy bien ese desierto, llamado "Ataúd de arena". Sabía cuáles eran las zonas más seguras para que los viajeros llegaran vivos a su destino. Sin alguien que indicara la ruta, el que intentara recorrer en cualquier dirección ese mar seco; quedaba a merced de ladrones, escorpiones gigantes, tormentas desérticas o algo que el propio guía definía como "La voz".

―¿Qué es esa voz?―le preguntó el herborista al guía una noche, frente a la fogata.

―No sé, nunca la he oído.―repuso el sexagenario señor.

―Pero, no entiendo. Usted me habla de la voz, ¿cómo sabe de ella si nunca la ha oído?

―Por mi abuelo, él me hizo la historia cuando yo era pequeño. Estaba trabajando en el país del oeste para suplir económicamente a su esposa e hija, mi madre, que estaba embarazada de mí. Cuando yo estaba cerca de nacer, él no envió dinero a casa, pues no encontró ningún camellero o comerciante de confianza para que llevara el dinero. En lugar de eso, decidió ir él mismo. No había caravanas hasta pasar tres días, pues arreciaban muchas tormentas de arena por esas jornadas. Compró un camello, renunció a su trabajo y partió solo, muchos trataron de persuadirlo, ¡era un disparate esa idea! Pero mi abuelo se negaba a abandonar a su suerte a mi abuela y mi madre, cuyo marido y padre mío murió en la guerra. Se aventuró en el ataúd de arena; que se llama así por la cantidad de gente que ha muerto cruzándolo, y la cantidad de cadáveres que entierran las dunas.

―Sí ―balbuceó el herborista con un pequeño aspaviento ―, ya hemos visto varios esqueletos en este viaje.

―Eso es porque el viento manda en las dunas, las forma y las destruye; los entierra y desentierra.

VINO, MUERTE Y CAFÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora