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El pizarrón está cubierto por el ecran roll blanco y pesado, donde se proyecta la obra de Henri de Toulouse Lautrec, el hombrecillo que retrataba bailarinas del cabaret durante la belle époque. El salón está casi lleno de estudiantes, sentados al frente, aprovechando el tema para hacer muchas preguntas y comentarios que vendrán en el examen de la siguiente semana, pero yo me he ubicado al fondo. De esa forma, puedo tomar apuntes con calma para poder estudiar después. Ya he leído bastante sobre este artista, incluso por mi cuenta, y no necesito indagar más. Nunca está demás tener información de otras fuentes con anticipación.

Después de clases, he quedado en ir por un café con Grace, a quien no he visto desde hace varias semanas. Por lo que espero impaciente a que termine la clase, revisando la hora en mi teléfono sobre la carpeta.

De pronto, se enciende la pantalla sin haber presionado algún botón. Me está llamando un número desconocido en plena clase, haciendo ruido con la vibración. Alzo la vista para comprobar que nadie me está mirando, y contesto para hablar bajito. A veces sólo son avisos de la empresa móvil.

Buenas tardes, ¿Con la señorita Anna Borges?

La voz de una mujer serena me saluda, pero es difícil escucharla con la bulla del aula, por lo que recojo mis cosas rápidamente para escaparme sin ser vista.

— Sí, sí. Soy yo. — le digo, poniendo voz seria para que no parezca que ando presurosa con varias cosas en mis manos.

Nos comunicamos de Evig en Londres, para agendar su entrevista para el puesto de asistente de publicidad.

¿Evig? Si tan sólo pudiera recordar dónde he leído ese nombre.

— Disculpe... — digo sin comprender del todo. — ¿Cuándo solicité el puesto?

No hemos publicado la convocatoria. — contesta ella con amabilidad. — Recibimos la orden desde la gerencia. ¿Mañana a las diez de la mañana está bien para usted?

Oh.

¿Señorita Borges? — llama.

— Sí, por supuesto. — hablo nerviosa. — ¿Puedo hacerle una pregunta? ¿Cómo consiguieron mi información?

La señorita detrás de la bocina ríe con delicadeza.

El señor Skargard fue muy específico en que cualquier duda suya, la contestaríamos con gusto en la oficina.

— ¿El señor Skargard? — susurro.

La esperamos el miércoles, que tenga buena tarde.

— Muchas gracias.

Siento haberme resbalado sin caer. Cuando temes por una caída, pero sólo ha sido un pequeño tropiezo en la acera. ¿Qué diablos acaba de pasar? De un momento a otro me ofrecen un empleo en ¿Evig?

Salgo del pasillo de las aulas de conferencia de la Universidad para tener un mejor lugar para ponerme al día de cualquier cosa que me esté perdiendo de mi propia vida. No recuerdo haber aplicado a un empleo como asistente de publicidad. La depresión post The Ledbury me ha durado varios días. ¿Debería agradecer por esto? ¿O será una broma pesada de una empresa ficticia?

Corro hasta el primer sitio libre en una de las mesas del campus, y le envío un mensaje rápido a Grace avisando que salí temprano. Cayendo en la torpeza de los repentinos nervios que me ha provocado esa llamada, abro la computadora que traigo entre los brazos para investigar un poco acerca de la dichosa Evig.

Google tarda un tiempo en cargar, mientras me muerdo las uñas. Sé que tengo miedo de que sea una estafa, pero, ¿qué tal si es una buena oportunidad? Después de todo, no estoy en la posición para ser exquisita y rechazar empleos.

El Último Día |bill skarsgard|Where stories live. Discover now