CARLAEstaba soñando. Uno de esos sueños que era como la realidad, pero que al final solo era producto de tu imaginación. Eso era lo que pensaba al despertar al lado de Mau; había dormido con él, ¡en la misma cama!
Lo que no entendía era por qué Dez estaba en mi sueño, el porqué me llamó bestia, el porqué seguía en mi sueño y por qué no me dejaba en paz. Me dejaron en mi casa y supe que era la realidad, era la vida real; había dormido con Mau y no era un sueño. ¡NO ERA UN SUEÑO!
Y no me acordaba de ello, ni siquiera de cuando me quedé dormida. En ese punto diría que era una decepción y una completa maravilla.
Apresurada iba a mi habitación; tenía varios pendientes: acomodar mi bolso, mi rutina de skincare, maquillaje para la escuela, peinarme, cambiarme y verme increíblemente hermosa en tan poco tiempo, el cual se hizo más corto cuando papá me llamó.
—Señorita, ¿A dónde cree que va?
—Duh, a cambiarme.
Se cruzó de brazos y me llamó por mi nombre completo. Estaba en problemas y mi única arma era hacerle ojitos.
—¿Qué sucede?
—¿Qué pasa con ese muchacho? ¿Ustedes dos... ustedes dos han tenido...?
—Somos amigos. No hay nada de que preocuparse. ¿Puedo ir a alistarme? Tengo reuniones. —Sonreí mostrando todos mis dientes, lo abracé tranquilizándolo y fui a mi habitación.
Ya pronto le diría que al fin ya es suegro.
Papá me llevó al instituto. Para mi mala suerte, compartía la mayoría de clases con Thiago y no dejaba de lanzarme miradas o susurrarme en el oído que la pasó muy bien. Huí de él a toda hora y minuto. La mayoría de las veces siempre almorzaba con Ester, Pau y un par de amigos del equipo de fútbol, con Thiago incluido. La razón número uno por la que apenas empezó la hora del almuerzo fui una garrapata con Valeria.
—¿Alguien que me diga por qué comemos en el baño? —pregunté asqueada, sin ganas de sacar mi emparedado.
Valeria y Bruno comían, o bueno, Valeria bebía de su café.
Bruno me miró fijo y, sin dejar de hacerlo, le dio un mordisco a su emparedado. Lo miré con rareza.
—Si quieres te puedes ir —dijo en un tono seco, para nada amable.
—Eso fue grosero. —Miré a ver a Valeria—. Val, dile que fue grosero.
—Bruno, no seas grosero y Carla, no solemos comer aquí...
—No todos los días. —Terminó Bruno por ella.
—Pero le tienes miedo a las alturas, no podemos ir a la azotea.
Recordaba mi pánico; Val seguía siendo mi persona. Aunque solo fuera una simple oración, para mí lo era todo, era otro gran avance y esto merecía ser celebrado con un abrazo.
—Me aplastas —se quejó; su cuerpo se hallaba rígido. No me devolvió el abrazo, pero eso no importaba.
La solté y, sin ganas de comer mi rica comida en el baño, que aunque estuviera reluciente, seguía dándome asco, pregunté:
—¿Podemos comer en la biblioteca? De paso estudiamos.
Valeria miró a Bruno; él se encogió de hombros y bufó.
—Vamos, que me puedo meter en líos por estar en el baño de tías.
Aplaudí en mi lugar y me levanté; los tres fuimos a la biblioteca. En una zona donde se podía comer y estudiar. Sentía miradas, me senté en la mesa y acomodé mis libros junto a mi almuerzo. Vi cómo Valeria se puso sus auriculares y bajó la mirada.

DU LIEST GERADE
No somos un tal vez
JugendliteraturCarla era la típica adolescente que soñaba con ser amada, con encontrar a alguien que le hiciera sentir mariposas en el estómago. Mau, en cambio, a sus 19 años tenía el mundo a sus pies: fama, dinero, diversión. El amor no estaba en sus planes. Y mu...