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Lucifer no solía beber.

El sabor de la mayoría de licores le parecía desagradable y el mareo de la borrachera siempre le provocaba incomodidad y usualmente podía jactarse de disfrutar una situación sin necesitar ayuda del alcohol pero en ese momento, después de un par de vasos de ginebra con agua mineral, apenas se sentía capaz de soportar el estrés y la ansiedad que planear la fiesta de cumpleaños de su padre representaba.

Tenía sobre su escritorio planos para el acomodo de las mesas, listas de flores, de invitados, proveedores de comida y bebida... Y todo se complicaba. Sentía que estaba intentando desenredar una bola de estambre, como si fuera Sísifo, jalando un lado para desenredarlo y al mismo tiempo apretando un nudo en otro extremo.

Y no solo era eso. Veía su nombre como si estuviera escrito en rojo, brillando en la lista de invitados de honor, ni más ni menos, atormentándolo después de tantos años... Adam. Y no era coincidencia ni casualidad. Su padre no había invitado al imbécil en todos los cumpleaños anteriores. Si ahora lo hacía debía ser con una intención oculta. Ese anciano nunca daba paso sin saber que el terreno era firme y su mente era un absoluto misterio que había enloquecido a Lucifer desde que era niño.

Y ahora Charlie lo sabía. No sabía qué o cuánto exactamente pero la incertidumbre bastaba para provocarle una desagradable migraña. Agradecía que ella hubiera salido temprano para resolver pendientes. No podía ni verla a la cara.

Levantó la mirada y vio la foto que estaba en la orilla del escritorio que retrataba el momento en el que Charlie soplaba las velas de su tercer cumpleaños. Él la cargaba en sus brazos mientras Lilith sostenía el pequeño pastel con una sonrisa.

Ella le había dicho que tenía que ser sincero. Que tarde o temprano la verdad saldría a la luz y Charlie merecía conocer los detalles de su existencia y que sabría entender...

Pero Lucifer no estaba del todo seguro. No dudaba de la bondad de su hija pero no quería que ella viviera su vida pensando mal de él o sabiendo las cosas que él había hecho en su momento. Sabía bien lo que era cargar con el peso de una verdad desagradable y no pudo evitar sentir náuseas al saber que estaba repitiendo los mismos patrones que su padre.

Llamaron a la puerta de su estudio y un mayordomo se asomó.

— Tiene visitas, señor Morningstar — informó. Lucifer alzó una ceja. No recordaba haber agendado nada pero, de nuevo, tenía tantas cosas en su plato que ni siquiera sabía qué día era. Pidió que hicieran pasar a la visita y él arregló y recogió un poco los papeles en su escritorio mientras trataba de recordar de quién podría tratarse.

¿Su abogado? ¿El contador? Algún inversionista o...

— Lucifer — la voz de inmediato le erizó el vello de la nuca —. No has cambiado nada... ¿O quizá sí? Tal vez te encogiste... Deberías mejorar esa postura — Alastor estaba de pie en el marco de la puerta, sonriente como siempre, apoyado apenas en su bastón. No le pasó desapercibida la expresión de desagrado en el rostro de Lucifer —. Vamos... Es una broma. ¿Después de tanto tiempo no te has hecho una idea de mi sentido del humor...?

— ¿Qué estás haciendo aquí? — preguntó Lucifer con un tono bastante amargo. Alastor entró a la oficina, mirando alrededor, evaluando los detalles y la decoración —. Sabes bien que no eres bienvenido en mi casa.

— Aún no es tuya del todo — aclaró Alastor —. Recuerda que tu padre aún no hace efectiva del todo la herencia, Lucy. Es tuya en espíritu, si... Y me encanta que tengas esta actitud de amo y señor. Te va muy bien.

Lucifer se levantó y lo miró con el ceño fruncido, siguiendo sus movimientos detenidamente.

—No me hagas preguntarte por tercera vez — insistió — ¿Qué estás haciendo aquí?

𝗕𝗹𝗼𝗼𝗱𝗹𝗶𝗻𝗲 𝗦𝗲𝗰𝗿𝗲𝘁𝘀 • 𝗥𝗮𝗱𝗶𝗼𝗔𝗽𝗽𝗹𝗲Where stories live. Discover now