Capítulo 6

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Los Aurores caminaban airosos a través del enorme vestíbulo del Ministerio de Magia. El Atrio del edificio tenía cubierto el suelo de una brillante madera oscura que contrastaba con el gris y blanquecino prisionero que sostenían por ambos brazos.
 
Los funcionarios del Ministerio se disponían a dejar sus trabajos, todos bajaban amontonados de los elevadores y apenas cabían en las puertas doradas que daban salida al espacioso vestíbulo principal. La mayoría buscaba dirigirse hacia las chimeneas doradas, puestas en las paredes de la izquierda, o apegarse a la gran fuente de las estatuas doradas, recientemente restauradas, para desaparecer con un hechizo. Todos con el fin de partir hacia sus hogares. Pero en la medida en que un gentío ponía en marcha la acción de irse, no podían evitar voltear a mirar a ese prisionero que destacaba entre todos. El susodicho era el único en caminar en dirección contraria, pues un juicio lo esperaba en la sala número diez del tribunal.
 
Draco Malfoy se veía delgado y pálido de una manera enfermiza. Era casi el espectro de un fantasma. Tenía las mejillas hundidas, grandes y oscuras bolsas bajo los ojos, su cabello rubio cenizo, que siempre se caracterizaba por estar pulcro, ahora era una maraña digna de un criminal. El uniforme no ayudaba mucho, daba el aspecto de un ser humano grisáceo sacado de alguna antigua fotografía en blanco y negro. Aquel joven volvía a la vida después de cinco meses, para ser juzgado como un hombre convertido en mortifago.
 
Las brujas mayores más atrevidas, al verlo, ya le daban una sentencia de por vida, pues tenía el atrevimiento de caminar despreocupado y galante mostrando lo único perfecto que conservaba: su sonrisa. Cualquiera diría que se sentía orgulloso, pero solo él sabía que el ambiente era agrio y traicionero.
 
Pasaron por el nuevo mago que ocupaba el puesto de seguridad, vestido con una túnica de azul eléctrico, sentado detrás de una mesa y debajo de un letrero donde se leía su ocupación. No hubo mucho que decir, le hizo una simple revisión y cuando preguntó por su varita los Aurores respondieron que la misma estaba destruida.
 
Regresaron al camino hacia las puertas doradas, al pasarlas entraron a un vestíbulo más pequeño donde habían una veintena de ascensores detrás de las rejas de oro labrado. El lugar estaba casi vacío por lo que procedieron a subir a un ascensor, que entre traqueteos y sacudidas, comenzó a descender con el constante golpeteo de las cadenas. La mayoría de los empleados habrían subido a las plantas de arriba, pero Draco era todo menos un ser humano común y corriente como aquellos afortunados. Él descendía hacia el infierno.
 
— La mierda de Tom Riddle sigue obligando a los buenos magos a trabajar hasta tarde en estos juicios —espetó uno de los Aurores al verse solos con el prisionero, con fuerza lanzó su cuerpo hacia adelante logrando que se estrelle bruscamente contra las rejas.
 
Draco saboreó la sangre brotar de sus frágiles labios, los mismos tenían grietas que con apenas un roce fueron abiertas por el duro golpe. Fue fácil de notar, era una pizca de rojo carmesí en un lienzo blanco.
 
— La sangre tuya y la de esos inocentes siempre será la misma —Se burló el otro acompañante, escupió sin el menor reparo en dirección a sus pies.
 
— Mis dignos antepasados no opinan igual —respondió Draco para provocarlos.
 
Departamento de Misterios —dijo una gélida voz femenina cuando el ascensor se detuvo.
 
Las rejas se abrieron en conjunto con las puertas, mostrando un largo pasillo con paredes desnudas sin ventanas, solo una puerta negra y sencilla situada en el final. Había otros Aurores allí, sostenían a dos prisioneros más a la espera del tercero.
 
Draco sintió la fuerza de una pierna patear su espalda, terminó yéndose hacia adelante nuevamente y esta vez no hubo nada para estrellarse. Trastabilló tambaleante, sin frenos, y con las manos atadas detrás de la espalda no había mucho que pudiera hacer. Cayó a los pies de los dos prisioneros que esperaban por él. Las risas de los Aurores retumbaron en el lugar.
 
— Buen día, compañero —saludó alguien por encima.
 
Sintió un enorme yunque de culpa posar sobre sus hombros, con incredulidad se sentó sobre sus piernas y levantó el rostro. Frente a él estaban sus dos amigos, aquellos que se unieron a él en la batalla por Hogwarts y el mundo mágico: Blaise Zabini y Theodore Nott.
 
Blaise Zabini tenía el cabello afro creciendo sin pausa y sin caída, era casi una esponja alrededor de su cabeza. El aspecto que daba era enfermizo y desaliñado, su piel olivácea lucía reseca. Se veía tan alto como siempre, pero casi tan delgado como él. Traía el uniforme de los reos de Azkaban, la tela se veía deteriorada y aun así, aquel rey del buen vestir, se esmeró en abotonar hasta el último botón del cuello, sin olvidarse de meter la camisa dentro del pantalón.
 
— Lo sé, me hace falta una capa —comentó con atípica voz ronca cuando vio que su rubio amigo lo observaba de pies a cabeza.
 
— ¿No estaban de viaje? —preguntó inocente. Su madre no podía haber blasfemado de tal forma.
 
— Sí, Azkaban es un lugar precioso —respondió Theodore a su derecha.
 
Draco desvió la cabeza para verlo, ese otro se veía aún peor. Sus característicos rulos se habían vuelto una melena que rozaba los hombros, su rostro estaba surcado por cortes y hematomas. Para combinar tenía una barba incipiente y bajos sus azules ojos decaídos habían dos grandes bolsas rojas. Apostó a que llevaba mucho tiempo sin dormir. El uniforme estaba hecho girones, algunas partes colgaban rotas y otras estaban amarradas. Al menos conservaba algo de músculos, lo único rescatable de aquel mago.
 
— Este idiota prefirió pelear con Travers, por cuarta vez en el mes, en lugar de acicalarse decentemente antes del juicio —comentó Blaise con expresión despectiva, su amigo solo rodó los ojos.
 
Actuaban con naturalidad, como si no hubieran pasado cinco meses encerrados en Azkaban. El peso se incrementó al pensar que él estuvo reducido a una simple camilla en todo ese tiempo, mientras sus más fieles aliados pagaban por crímenes que se suponía debían haber sido perdonados. Jamás quisieron formar parte de algo tan macabro, solo lo hicieron por la sobrevivencia de sus familias.
 
El furor del odio volaba al rededor del joven que decidió pelear para un bando que hoy los humillaba, se burlaban en sus caras y no contentos con eso los enviaba a la máxima prisión mágica en medio del Mar del Norte: Azkaban.
 
Tarde entendió Draco que nunca habría una acción lo suficientemente buena para esos hipócritas de buena fe, siempre necesitarían a alguien que sea el villano y si no había uno, ellos mismos lo crearían. Pues, esa noche, lo estaban creando. El halo del rencor se adentraba lentamente, de repente comprendía las atroces acciones de los mortifagos y sus ideales por acabar con la parte débil del mundo mágico. Estos idiotas serían quienes iban a regir las leyes, en el futuro no encontrarían amenazas en contra de los muggles y se verían obligados a acabar con ellos mismos.
 
¿De qué sirvió todo el riesgo que tomó? ¿Y la ayuda que brindó esa madrugada? En el presente de aquel momento su madre lloraba en el Hospital San Mungo, sus amigos pronto volverían a sus prisiones y él iría con ellos dejándola sola en una sociedad que se dedicaría a tratarla de la misma forma en que los Aurores lo hicieron.
 
— ¿Qué carajos les pasa? —preguntó desde el suelo, su ceño se frunció tensando los músculos de los ojos. Era el reflejo de un odio naciente—. ¿Cómo permitieron que esto sucediera?
 
— ¿Cómo? —preguntó Theodore agachándose junto a él—. Ayudamos al enemigo, y ellos siempre nos verán de esa forma, Draco. E-ne-mi-gos.
 
— No es el primer juicio —comentó Blaise poniéndose serio—. Sus formas cambiaron y los héroes de guerra son los jurados. Si no hay las suficientes manos para que den un veredicto a favor tuyo, estás acabado.
 
Granger tenía que estar allí, tenía que haberlos ayudado. No esperaba ningún tipo de agradecimiento o favor, pero sus amigos no tenían la culpa de todo lo que él había hecho.
 
— La mitad de los Hufflepuff de último año están vivos gracias a ustedes, tienen que haberlos defendido —refutó esperando que mencionen a la chica Gryffindor sin que él saque a la luz sus supuestos.
 
Theodore y Blaise se miraron con sonrisas de mal sabor. Los Aurores tomaron bruscamente a Draco de los brazos, lo pusieron de pie mientras se saludaban con sus otros colegas y permitían a los reclusos hablar.
 
— Todo lo que ellos vieron fue a tres chicos de Slytherin que cambiaron de bando a último momento por conveniencia —comentó Blaise encogiéndose de hombros—. Solo nos dieron cuatro juicios. Desde entonces mi madre ha hecho todo lo posible para conseguir defensas, pero nadie quiere ser señalado por apoyar a los ex seguidores de Voldemort.
 
Por supuesto, esta vez el dinero no haría nada a favor de ellos. Ya no contaban con estatus y tampoco contactos. Theodore no tenía padres, Blaise solo tenía a su madre. Los padres de Draco estaban más preocupados por saber si seguiría vivo, en lugar de pensar que podría ir a Azkaban. De todas formas aquel problema era solamente de ellos y de nadie más. Ya no eran niños a los que sus familias los salvarían de un apuro, solo se tenían a ellos mismos y para su lamento estaban atados de manos, literalmente.
 
— ¡No hicieron lo suficiente! —bramó Draco intentando soltarse y golpearlos por inútiles.
 
— El tercer juicio fue hace dos meses —Theodore se acercó amenazante hasta él, enojado por su reacción. Los Aurores dejaron sus cigarrillos para apresurarse a detenerlos— Una vez que nos dimos cuenta de que siempre votarían en nuestra contra, no quisimos seguir.
 
— Se rindieron —afirmó Draco, se negaba a creerlo. Los Aurores tomaron del brazo a cada uno y los obligaron a caminar entre patadas y empujones.
 
Fueron arrastrados hacia la izquierda, donde encontraron una apertura que conducía a unos escalones descendentes. Descubrieron otro pasillo al bajar, donde las paredes eran de piedras y la única luz provenía de unas antorchas puestas en soportes a cada lado.
 
Draco sintió que la poción que le dieron antes de venir perdía su efecto. Sus piernas cada vez se volvieron más débiles, los puntos de dolor regresaban y su garganta era un desierto. La penumbra los recibía.
 
— Katie Bell apareció, e iba a declarar a nuestro favor —comentó Blaise detrás de él—, pero ya llevábamos tres juicios y no despertabas. En ese lapso nos dimos que si seguíamos con un juicio más, te dejaríamos solo para el día que volvieras.
 
» Kingsley es astuto, podría verse obligado a liberar a dos redimidos de Voldemort, pero no a un tercero. Aquello no tendría feliz a los protestantes.
 
— Tú madre nos ayudó, y desde entonces hemos hecho lo posible por retrasar todo hasta que lograras volver —En el tono de voz de Theodore se escuchaba la rabia en su contra, ¿como se atrevía a decir que no hicieron los suficiente?

Hermione Granger Y La Maldición Malfoy Where stories live. Discover now