Ausencia Paterna.

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Sin el abrazo cálido de el, la vida se torna un laberinto oscuro, donde los pasos son inciertos, y el corazón, un náufrago en la tormenta.

Las manos que no se alargan para sostenernos, dejan un vacío profundo en el alma, como un pozo sin fondo que nos traga, y nos hace buscar refugio en la soledad.

Los recuerdos son como fotografías descoloridas, donde su figura se desvanece con el tiempo, y las risas compartidas se vuelven ecos lejanos, que se pierden en la bruma de la ausencia.

¿Dónde está el consejo sabio en los momentos difíciles? ¿Dónde la mano firme que guía nuestros pasos? El silencio del padre ausente es un grito mudo, que resuena en el corazón como un eco doloroso.

Pero en la carencia también germinan flores, y en la oscuridad, la luz de la esperanza. Quizás el padre no esté físicamente presente, pero su amor pervive en los rincones del alma.

En los brazos de otros seres queridos encontramos consuelo, y en las palabras de amigos sinceros, un bálsamo. La vida nos enseña que la familia no siempre es de sangre, y que el amor puede tejer lazos invisibles y eternos.

Así que, aunque falte la figura paterna, recordemos que somos hijos del universo, y que en cada amanecer, en cada estrella brillante, hay un abrazo cósmico que nos sostiene.

No tener a un padre puede ser una herida profunda, pero también es una oportunidad para crecer, para sanar, para encontrar nuestro propio camino, y ser el padre amoroso que necesitamos ser para nosotros mismos.

EscritosWhere stories live. Discover now