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Quemar el cuerpo y luego hacerlo cenizas. Eso era lo que ahora le jodía a la Yakuza.

No me molesté en darles aviso, ni siquiera mandé a uno de mis hombres a cortar un dedo de Watanabe para enviárselo al macabro de su padre y que supiera que lo que hicieron con Sasha tuvo un precio. La verdad era que no hizo falta, porque el mismísimo líder del clan pudo ver la manera en la que su hijo ardía dentro de su propia finca. Una de las docenas que tenían.

—Sasha. Quiero que me digas dónde demonios se escondió esa prostituta.

El aliento le olía a rancio. El vómito se me apelmazó y tuve que tragármelo porque el colmo sería que se lo echase encima a un simple peón que parecía no tener ni un mínimo de idea de con quién estaba hablando.

—No viene mal cepillarse un poco los dientes antes de venir aquí y amenazar.

En lugar de que se lo tomase con gracia como yo acostumbraba a que se lo tomase la gente de mi entorno, recibí un descolocante golpe en mi pómulo que me obligó a escupir sangre antes de volver a mirar la cara enfurecida del japonés.

Vaya, parece que mi comentario le ardió un poquito. La Yakuza parecía ser bastante sensible en cuanto a su aspecto.

—¡Te haré pedazos! —graznó—Como odio a la estirpe coreana. Y más cuando se creen rusos jugando con cuchillos.

Vinieron patadas, gritos, escupitajos y cachetadas. Todas consecutivas y ni así me acongojé cuando le dije:

—Trae a más de tus siervos, que tus golpes de muñeca Barbie ya me aburrieron.

—¿Eres maníaco o qué? ¡Dime dónde mierda se encuentra la hermana de tu jefe o conocerás el verdadero dolor!

—Creo que no entendiste-medio reí y volví a escupir la sangre que se me juntó en la boca reseca—. Tú no sirves como destripador, ni mucho menos. Con esas pintas solo provocas risa —otro golpe. Una cerradura sonó pero a penas le presté atención—. Dime dónde está mi mujer. Ahora.

De la nada apareció otro japonés mucho más alto. Este menos gordo y con la suficiente carisma como para imponer a sus victimas.

—¿Tu novia?—carcajeó de manera ronca y llevó un cigarrillo a sus labios— ¿No le dijiste que ya nos hicimos cargo de ella, Toru? Que estaba sabrosa, la condenada.

—¿Qué dijiste jodido animal?—exigí moviendo mis brazos, en un intento vano por liberarme y arremeter contra él y su amigo— ¡Repite que no te escuché bien!

Ambos rieron entre sí, con miradas compartidas que me hicieron entender que les entretenía verme en desespero. El de barriga abultada se me acercó. Parecía analizarme de pies a cabeza y yo solo pude observar la cicatriz que iba desde su frente hasta su mejilla derecha.

—Aquí las cosas van como nosotros lo demandamos —su semblante cambió radicalmente. Se mostraba mordaz y yo quise que supiera que ni así me vería con miedo en los ojos, de modo que hice mi cabeza hacia atrás y le propiné un buen golpe en su nariz— ¡Cabrón!

Al menos, el mayor no pareció verse afectado por ello, pues continuó expulsando humo viendo todo desde una silla algo alejada de donde yo me encontraba.

Pero no tardó en levantarse e ir en mi dirección. Dos de sus cabellos rebeldes se me vinieron a los ojos y me causó quemazón al haberse metido dentro de mis globos oculares.

—Habla. De. Una. Jodida. Vez

—Dime dónde y con quién está mi mujer y, a lo mejor, diga algo.

—¿A lo mejor?— su mirada se mostró lunática y vi cómo quitó el cigarrillo de su boca para, seguidamente, pegarlo a mi brazo descubierto y dejar una fea marca circular y ennegrecida en mi piel— Mira, cabronazo, no vine aquí con ganas de jugar. O hablas u Oyabun cortará la lengua tan salvaje que tiene tu novia. Porque menuda fiera— sonrió sombríamente —, de seguro no te aburres en absoluto con ella en la cama. Tan pero tan salvaje la condenada. No me quiero imaginar como sería estar entre sus...

No dejé que terminara su habladuría. O te mueves rápido o eres carne muerta, me enseñó mi Vor en su día. Apliqué esa absurda filosofía que creí inútil hasta ahora, que me encontraba atado de manos y pies. Y solo así pude liberarme con una de las tantas tácticas que aprendí hace ya ocho años por orden de mi Vor y, además, me dio tiempo a arremeter contra él de una vez por todas.

—¡Hijo de perra!— cayó sentado, porque mis dedos se clavaron tan hondo en sus ojos que se puso a patalear en el suelo de dolor. Pese a ello, todavía faltaba desatar mis pies-¡Da por muerta a la zorra de tu novia!-llevó una especie de walkie-talkie a su barbilla— ¡Oyabun, ejecútela ahora!

Como pude y con una sola mano porque la otra la tenía hinchada por los estúpidos maltratos que me dio el gordinflón que no sabía dónde fue a parar, deshice la atadura que tenía en mis piernas entumecidas y casi inmóviles. Costó su tiempo terminar de salir del cautiverio, pero cuando pude lo primero que hice fue arrancar con mi mano una de las patas de la silla de madera en la que estaba. Las astillas eran filosas. Lo eran tanto que me fue sumamente fácil deslizar el filo a lo largo de la pierna del hombre que se retorcía en el suelo.

—Dime dónde está-exigí apuntando su pecho. Él aún continuaba con los ojos impedidos de poder ver —¡Dímelo ahora!

—¡Por favor! ¡Tengo una familia que alimentar!

—Habla, entonces.

Dudó por unos segundos, pero solo bastó apretar la madera en su vientre para que supiera que el que no andaba con juegos era yo.

—¡La cabaña! ¡Ambos están en la cabaña!

—¿Ambos?—pregunté, un escalofrío me cubrió entero — ¿Quién demonios se encuentra con ella?

Oyabun —murmuró él—. Ordenó que él mismo se encargaría de ella y que la puerta se mantuviera cerrada en todo momento —por mi silencio deduzco que entendió mi confusión— Oyabun es el jefe; el padre de todos los que trabajamos aquí.

Toru Watanabe. El Oyabun de la Yakuza era el padre del hombre que yo mismo me encargué de matar.

La furia me cegó y no medí ni un poco la manera en la que me deshice de su cuerpo pestilente antes de dirigirme a la puerta con las llaves que tomé de su cinturón. Clavé la pata de la silla en su barriga, y ni así pudo cerrar su boca y calmar sus gritos.

Avancé a la salida movido por el temor que me avasalló de repente. Mi Lev encerrada. Mi Lev encadenada y con el demente de Toru delante de ella.

En mis veintiocho años de vida jamás sentí tal pavor como el que me recorría ahora. Con cada paso sentía mi alma tocar el piso. Lo único que hacía era suplicar a no sé muy bien quién que mi Lev estuviese inconsciente y no despierta.

Porque si se encontraba despierta ocurriría la verdadera tragedia. Y la tragedia solo podía arreglarse con sangre.

Y mi Lev detestaba ver el suelo pintado de rojo.


N. de la A.

La Yakuza es el nombre con el que se conoce a la mafia japonesa. La Bratva, en cambio, vendría a ser la mafia rusa.

Oyabun es el término con el que se identifica al líder de un cartel de la Yakuza. Asimismo, Vor es el término con el que se conoce al jefe de la mafia rusa.

Espero que, así, la historia vaya entendiéndose. ¡Gracias por leerme!

Wreck © || LizkookWhere stories live. Discover now