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— Vení, te acompaño.— Agradecí al ¿profesor? ¿director? y respiré hondo. Realmente lo estaba haciendo.

El hombre notó que estaba en un completo estado de pánico, por lo que amablemente sobó mi espalda por unos segundos, alentándome sin la necesidad de utilizar palabras. Agradecí el gesto.

Una vez tuve el valor de entrar, lo miré decidida y él abrió la puerta de la clase, dejando ver a miradas curiosas observando al hombre y a mí en el umbral de la puerta, preguntándose quiénes serían los que habían interrumpido su clase. O quizá alegrándose al tener al menos un minuto de libertad que pudiera distraerlos de la tortura naval que parecían estar viviendo... O quizá por simple cotilleo.

El profesor de aula miró al hombre que me había ayudado entrar, éste último se acercó a explicarle algunas cosas inaudibles y el primero sonrió en mi dirección, haciendo una seña con su mano izquierda para que me acercara a ellos dos, pues me había quedado inerte sobre la puerta cerrada mirando a un punto fijo entre ambos hombres. Así lo hice, paso por paso; con suma cautela, hasta que finalmente llegué a dónde estaban. El hombre que ya estaba en el lugar me preguntó mi nombre, de dónde venía y si esta era la primera vez que tomaba clases en este nuevo lugar. Respondí a todo ello y éste luego le indicó que me presentara ante los demás, quiénes miraban cada paso que daba.

¿Cómo te llamas? — Preguntó una voz entre el alumnado.

Nerviosa, respondí —. María.

— El nombre menos común, che. ¿María qué?

Cuándo estaba por responder, una voz dijo "pobre, déjenla en paz" y agradecí internamente. El hombre que me había ayudado me sonrió y se despidió, saliendo por la puerta dejándome sola con la manga de desconocidos que de una ya me cayeron mal. El otro que aún seguía en la clase me apuntó a una silla, indicándome que fuera a sentarme ahí.

Para mi suerte, en mi hilera; que era la de atrás, habían pocas personas. Al otro lado habían dos, en el medio solamente una y en dónde me encontraba yo no había nadie, dejando así seis lugares desocupados de los tres en cada costado y cuatro en el medio que había de capacidad.

La clase transcurrió de forma interminable. En lo que estuve ahí, tres profesores pasaron por el salón, cada uno volviendo a hacer que me presentara ante todos. Una completa tortura. Las tres materias del día de hoy fueron de las que están en mi zona de comfort, lo cuál fue lo único bueno de todo el día en general.

— Matías, ¿podés dejarte de boludeces? No estoy para esto.

— Te tengo ganas.

Lo miré inmaculadamente sorprendida.

— ¿De qué? — Matías rió.

— ¿Cómo que de qué, nena? Ganas. ¿No sabés lo que es?

No respondí, solamente me limité a mirarlo. Ni eso incluso. Bajé la mirada y me quedé completamente muda.

— Yo...

— ¿Vos qué? — Matías por primera vez en el día pareció dudar de la confianza que minutos antes estaba retratada por todo su rostro. Tragó saliva ligeramente y desvió la mirada al mate que previamente había rechazado, lo tomó y volvió a llevarlo a sus labios —. Si no sabés qué responder o no querés hacerlo, decímelo nomás. No te voy a morder.

Pensé un poco antes de responder.— No es eso.

— ¿Entonces qué es?

Maruchan vencido, ¿podés venir un rato? — Miré a Juani quién había entrado a la sala de la nada, con lo que parecía ser mi remera de Roronoa Zoro de One Piece puesta. Lo miré mal.

Le susurré un "Ya vengo" a Matías y agradecí internamente a Juani por haberme llamado.

Ahora que me lo ponía a pensar, Juani había estado en la casa todo este tiempo. ¿Y si escuchó algo? Rogué a los cuatro vientos que no hubiera estado acá de salame chismoso mientras Matías me estaba hablando.

Agarré a Juani del brazo y lo llevé hasta la cocina, cerrando la puerta detrás de nosotros. Juani tensó la mandíbula mientras me miraba interrogativo, como si esperara que yo empezara la conversación primero, como si yo le estuviera debiendo algo.

— ¿Qué pasa, Juan?

— Nada, nada no pasa. ¿Debería de pasar algo? — Sus ojos increíblemente azules directamente mirando a los míos, por primera vez en años me sentí intimidada ante ellos.

Tragué saliva. — ¿Pero por qué me hablas así? Vos me llamaste acá.

— Parecías... necesitar un rescate. Y sabés que tu amigo príncipe de ojos azules siempre te va a venir a ayudar — El alivio pareció regresar a mi cuerpo, mientras Juani volvió a tener la mirada cálida que lo caracterizaba —. Siempre.

Sonreí.— No pasaba nada, Juan. Estábamos estudiando.

Juan enarcó una ceja, dudoso.

— ¿Segura? — le susurré un "segurísima" y le dije que debía volver. Juan me dijo que se quedaría a cuidarme hasta que Matías se fuera, pero me negué y le sugerí que vaya a descansar a su hogar. Luego de mucha insistencia, aceptó. Obligándome a poner su número telefónico en contactos de emergencia y llamarlo si algo pasaba.

Cinco minutos después, cuándo Juani por fin había salido por la puerta principal, volví a la sala dónde se encontraba Matías, dudando una y mil veces antes de abrir la puerta, tal y cómo la primera vez que lo había conocido.

Virgen ; Matías Recalt Where stories live. Discover now