El devorador de arte - capítulo 3

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Hacía cinco años que no veía a Rodrigo de Luna. Una auténtica barbaridad de tiempo teniendo en cuenta que de pequeños habíamos estado prácticamente juntos a diario, pero comprensible teniendo en cuenta que, en gran parte, me había ido por él.

Sí, por un chico.

Suena a drama romántico, pero no lo es, ni muchísimo menos. Al menos no por mi parte. Era cierto que Rodrigo llevaba toda la vida enamorado de mí, desde que llegó a los ocho años, prisionero del Navío pirata La Reina Negra. En cuanto se cruzaron nuestras miradas, supe que aquel niño jamás iba a volver a mirarme de otra manera que no fuera con ojitos brillantes. Por suerte, el suyo no era un enamoramiento intrusivo ni incómodo. Era más bien platónico. Rodrigo era menor tres años que yo, el mejor amigo de mi hermano, y estaba muy perdido en la vida. Claro que, teniendo en cuenta que llevaba catorce años secuestrado, trabajando en el cementerio, ¿qué otra cosa cabría esperar de él?

La historia de Rodrigo era tan extraña como él mismo. Llegó siendo un crío llorón y consentido al que la capitana Samantha Belmonte había arrancado de los brazos de sus padres. El alcalde de no sé qué pueblo, por lo visto. No sabía demasiado detalle al respecto, la capitana nunca había querido soltar prenda, pero desde su llegada, el chico había sido entregado a los hermanos Segura, los dueños de la funeraria. Y si bien Rodri había llegado siendo un canijo delgaducho, catorce años después, a punto de cumplir ya su condena de quince años de servicio, era un auténtico gigante de casi dos metros de altura y espaldas anchas. Un tipo apuesto e inteligente, de bonitos ojos azules y cabellera oscura, que, de no haber sido por mi apatía total y absoluta en el terreno amoroso, habría encajado perfectamente con lo que cualquiera buscaba en una pareja.

Pero como digo, no estaba interesada. Ni quería pareja, ni me lo planteaba a corto plazo, así que jamás me había planteado nada serio con él. Y en el momento en el que aquel tormentoso pensamiento había amenazado con desconcentrarme y alejarme de lo que realmente me apasionaba, me había encargado de arrancarlo de mi vida, poniendo tierra de por medio.

Ni tenía tiempo para chicos, ni para tonterías: mi vida era crear.

Hacía ya siete años de ese entonces. Siete largos años desde que no nos cruzábamos en persona; un tiempo exagerado teniendo en cuenta lo mucho que lo había querido, y que en ese entonces me resultó una auténtica montaña. Tenía que hablar con él, si mis sospechas estaban en lo cierto era probable que Rodrigo hubiese hablado con mi agresor, y necesitaba que me lo contase todo... pero me costaba.

Me costaba mucho.

Pedí ayuda a Arturo. Siendo ellos mejores amigos desde niños, quise pensar que me allanaría el camino. Joder, se pasaban los días enteros jugando a la consola, ¿qué menos que echarle una mano a su hermana favorita? Muy a mi pesar, mi hermano siempre había preferido mantenerse al margen de nuestra relación, y aquel día no fue distinto. Me dijo lo que ya imaginaba, que lo encontraría en el cementerio, y no tuve más remedio que ir a verle.

¿He dicho ya que el cementerio del Puerto de los Huesos abarca prácticamente toda la península? Es enorme, de varios kilómetros de extensión, y está integrado en la naturaleza. Las tumbas y las lápidas están construidas con especial cariño entre los árboles y los macizos de flores, sin violentar su existencia, ofreciendo a sus ocupantes unas preciosas vistas para el resto de la eternidad.

Era, como le gustaba decir a mi padre, un buen sitio en el que ser enterrado. Además, los Segura eran auténticos expertos en la materia. Todos los entierros recaían en sus manos y no había habido nunca ningún cliente insatisfecho. Nadie mejor que aquellos tres ancianos y el chico secuestrado para despedir por todo lo alto a tus muertos.




Tardé diez minutos en encontrar a Rodrigo. Acomodado a los pies de un sauce, con un libro en la mano y la concentración fija en la lectura, no fue consciente de mi presencia hasta que mi sombra se proyectó sobre él, quitándole la luz. Molesto, Rodrigo alzó entonces los ojos hacia mí, aquellos imponentes faros azules que tanto brillaban en su rostro, y sonrió.

NOIR - ¡Tres brujas!Where stories live. Discover now