Capítulo 8

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Max no sabe exactamente cómo sucede. Sólo que sucede con tanta facilidad como Charles ha irrumpido en su vida, con tanta seguridad como Max ha dicho que no quiere que sea algo de una sola vez.

Pasan los descansos entre carreras en Mónaco, encerrados en el piso de Max. Las habitaciones vacías se llenan con el torbellino de la presencia de Charles, sólo una hielera llena de cerveza le falta para sentirse como su casa rodante.

Carecen del nerviosismo de las primeras citas o de la incertidumbre de las relaciones florecientes. En cambio, giran con familiaridad el uno alrededor del otro, aprendiendo los entresijos de su recién descubierta domesticidad como si lo hubieran sabido desde el principio.

A Max le gusta catalogar las pequeñas cosas nuevas que aprende sobre Charles, como pegatinas coleccionables que recopila en su libro de Charles.

Aprende que Charles sabe cocinar, aunque es despiadadamente autocrítico y su grado de satisfacción con el resultado final parece ser directamente proporcional a cuánto se parece la cocina de Max a las secuelas de un huracán.

Se entera de que los pies de Charles siempre están fríos, a pesar de que se niega rotundamente a usar calcetines en la casa y, en cambio, parece pensar que el espacio entre los muslos de Max y el cojín del sofá es su calentador de pies personal.

Se entera de que Charles luchará con uñas y dientes por el último osito de goma, lo que inevitablemente lleva a que Max quede cubierto de constelaciones de marcas de mordeduras y rasguños de uñas. Se entera de que a Charles en realidad no le gustan mucho los dulces. Él todavía gana, cada vez.


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Charles irradia confianza en todo lo que hace, el tipo de confianza que surge al no pensar en las cosas el tiempo suficiente como para dudar de sí mismo.

La primera vez que follan, bueno, la primera vez que se aventuran más allá de mamadas rápidas y sesiones prolongadas de restregarse el uno con el otro, Max se siente como si fuera un virgen sonrojado.

"¿Alguna vez has hecho esto?" pregunta con voz vacilante mientras Charles pasa sus manos por su pecho desnudo, trazando lentamente las líneas huecas de los músculos de su vientre, mientras la pelusa de melocotón se eleva a su paso.

Es una pregunta jodidamente tonta, porque ambos saben bastante bien cuál es la posición del otro (en cuanto a experiencia) y Max se pregunta cuándo exactamente terminaron sabiendo todo del otro.

Es una pregunta jodidamente tonta y Charles se ríe en respuesta. Vibra contra el cuello de Max, haciendo que su respiración se corte por un segundo.

"He follado a chicas antes".

Y la forma en que Charles lo dice (engreído y sonriendo mientras pasa un dedo por la parte inferior del pectoral derecho de Max) deja a Max dolorosamente duro y goteando líquido preseminal en el grueso algodón de su ropa interior.

"No puede ser tan diferente", dice Charles, burlándose de él, y Max casi quiere abofetearlo, pero sobre todo quiere besarlo hasta callarlo y mostrarle exactamente lo diferente que puede ser.

Charles coloca su mano sobre el pecho de Max, los músculos firmes apenas llenan su palma. Su pezón se endurece bajo el suave toque y un sonido tenso se escapa de las profundidades de la garganta de Max.

"Eso te gusta", comenta Charles, sonriendo contra su clavícula. Max no puede evitar empujar la mano de Charles, sintiendo calor por todas partes. "Eres bonito cuando te sonrojas".

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