3 | Viento en Contra

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Ese día fue revelador para Azul

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Ese día fue revelador para Azul. Aunque no entendía cómo era posible que un úteronauta tuviera alas, sabía que detrás de ello algo grande ocurriría. No sabía qué, pero lo podía intuir.
A partir de allí, el ángel fue cada noche a esperar a que Timoteo saliera. Él se conformaba con mirarlo de lejos y olerlo de cerca.
El olor del humano provocaba en él sensaciones que no sabía que existían.

No sabía exactamente por qué estaba allí, pero, intuía que la roca que él había encontrado no era para nada normal. Y creyó que sería el motivo perfecto para acercarse al humano.

Pero el miedo lo detuvo, sus razas no han vuelto a tener contacto desde hace milenios, si alguien de su clan supiera que él está en tierra de humanos se desataría un desastre del que Azul no tenía ningún interés en participar y menos ser el iniciador de ese caos.

Así fue que, manso y tranquilo, esperó alguna señal de los astros que le diera indicios para actuar... o no.
Pero no abandonó la vigilia que llevaba noche tras noche tan solo para ver a Timoteo, el humano más raro que él hubiera conocido. En realidad el único humano que conocía, y que tampoco conocía, él solo lo espiaba. Porque desde hacía unas noches, Timoteo se había convertido en su misterio personal al que él debía descifrar.

Pero lo que Azul desconocía era que Timoteo era un misterio a decodificar hasta para sí mismo porque además de portar alas a las que él consideraba unas peligrosas intrusas emplumadas, nunca estuvo conforme con su trabajo y en algún momento llegó a pensar que las alas eran la manifestación misma de su costado humano insatisfecho.

Estaba muy cansado de fajar su espalda para camuflar entre sus ropas el secreto rebelde, pero ellas parecían tener vida propia y en una oportunidad le dieron un susto mortal cuando una pequeña y sublevada plumita salió volando de su cuello y se posó con total audacia sobre la nariz de su compañero de la mina.

Por supuesto que nada pasó, su compañero resopló para alejar a la indómita y todo prosiguió normalmente, pero Timoteo debió sentarse a recuperar el aire y recoger los pedazos de su alma que había caído ruidosamente ante el miedo de ser descubierto.

Porque, ya saben, los humanos no tienen alas. Y las alas están "prohibidas" en la tierra negra. Nadie con plumas podía pisar territorio humano.

Así que, a la preocupación de las alas, se le había sumado un temor que no tenía con quién compartir, porque Timoteo sospechaba que la mina escondía peligros, no lo sabía con exactitud, pero era mucho más que su sexto sentido diciéndole al oído que algo raro pasaba. Él no quería esparcir rumores sin tener pruebas pero algo en su interior le decía que de allí se estaba extrayendo algo más que carbón. Había presenciado algunos movimientos distintos y personas extrañas yendo y viniendo.

¿Qué hacía gente ajena a la mina metida allí?

Una noche, Timoteo cometió la audacia de investigar por su cuenta. Tomó distancia de sus compañeros y se metió en una de las tantas galerías abandonadas.
Nada parecía fuera de lo normal, recorrió cuanto pudo y ya casi dispuesto a marcharse la luz de la lámpara de su casco rebotó sobre una superficie húmeda y brillante.
Se acercó para mirar mejor y observó la enorme pared de roca a la que le brillaban unas misteriosas vetas verdes.

El último úteronautaWhere stories live. Discover now