Epílogo 1.-

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— Explicación a detalle de la madre de Zuzu —

Inko Midoriya era el ejemplo de madre y persona perfecta, tenía buen físico, un cabello largo y sedoso.

Era conocida por ser un amor de persona, amable con todos, caritativa, ayudaba a quien se lo pidiera y se preocupaba hasta las lágrimas por todos.

Un día conoció a Hisashi, quien se volvió su primer amor, con quien se casó y con quien tuvo su primer hijo.

Un hijo que era la viva imagen de ella, salvo por los risos y las pecas que eran gracias a su padre.

Todo era como en un cuento de hadas, eran una familia feliz.

Un padre amoroso y trabajador, una madre cariñosa y cuidadora, un hijo inteligente que aprendía lentamente a caminar y hablar tan rápido como se le era posible en aquella pequeña mente.

Si, todo era perfecto.

Era.

Rápidamente el padre empezaba a llegar cada vez mas tarde a casa, alegando de que el trabajo era una perra y que lo hacían hacer horas extras.

Inko le creyó.

El padre ya no volvía a casa, de vez en cuando solo llegaba a dormir y nada más que a dormir.

Ya no saludaba a su esposa por la mañana, ya no miraba a su hijo en el tiempo que se quedaba.

Ya no era perfecto.

La madre ya cansada de aquellos comportamientos lo enfrentó.

Gritos y gritos resonaron en aquella casa.

Gritos y gritos que despertaron asustado a su pequeño hijo haciéndolo llorar.

— ¡También está esa cosa que llamas hijo! — Gritó con ira.

La madre jadeo visiblemente, llantos del pequeño aun resonaban en las paredes.

— ¡Es nuestro hijo! ¡Tú sangre!

— ¡No creas que eso es mi hijo!

Los gritos rápidamente se convirtieron en golpes.

Golpes y golpes que resonaron en toda la casa una y otra y otra vez sin cesar mientras el pequeño lloraba fuertemente desde su habitación cerrada.

La madre cayó al suelo inconsciente, moretones, cortes y sangre la cubrían de pies a cabeza.

El niño aun lloraba, el padre se puso histérico y fue hasta su habitación a callarlo de una buena vez por todas.

Abrió la habitación de un portazo, el llanto se intensificó.

Levantó la mano para golpearlo y callarlo, pero aquella mano nunca llegó.

— ¡Abran! ¡policía!

Se escucho desde afuera, el padre en pánico miró a su hijo que aun lloraba y le suplicó silencio.

El llanto siguió y siguió, la policía que aún estaba fuera harta de no oír nada más que llanto, entraron por la fuerza.

Lo que vieron fue horror ante sus ojos.

La mujer tendida en el suelo llena de golpes y sangre, uno de ellos rápidamente fue a chequear y sintió el pulso, suspiró pesadamente y sintió alivio recorrer su espalda.

El llanto no cesaba y mientras llamaban a una ambulancia para la madre, fueron al cuarto del padre donde encontraron más horror.

El padre estaba intentando ahorcar al pequeño con tal de que se callase por fin.

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