Chapter 2

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OTRA VEZ

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OTRA VEZ

—No me puedo creer que siempre me convenzas para hacer esto —me quejé con tono serio antes de subir al coche—. Más vale que pagues las putas copas esta vez. He tenido una semana de mierda en la tienda.
—Te prometo que las pagaré —respondió Hee antes de abrirse la cazadora y enseñarme un top blanco sin sujetador y una falda de tuvo negra hasta el ombligo—. ¿Qué te parece?
—Me parece que la semana que viene irás desnuda directamente.
—Lo haré si es necesario —me aseguró antes de ponerse el pitillo en los labios pintados de rojo y arrancar el coche—. Sigo como una perra. Yo sí he entrado en celo…
Solté un murmullo afirmativo y miré al frente. A mí también me había dejado un poco tocado aquel encuentro con el lobo. Me había pasado la semana masturbándome un mínimo de tres o cuatro veces al día y yo no me tocaba tanto desde que era un adolescente en plena pubertad.
—¿Crees que el contacto con los lobos puede crear adicción? —le pregunté muy en serio.
—Espero que no, porque con nuestro historial estamos jodidos, Hoseok — respondió ella, lo mismo que yo había pensado.
—¿Tu amiga del trabajo sigue viéndose con lobos?
—No, dice que un Celo fue suficiente para toda su vida. Le he estado preguntando mucho últimamente sobre el tema —me decía mientras conducía a toda velocidad por una carretera poco iluminada, fumaba y me miraba de vez en cuando por el borde de los ojos—. Ella fue al Club Media Noche, en el centro, así que es una manada diferente a la nuestra. Se cree la hostia porque ella pagaba doscientos dólares la entrada, como si eso hiciera que las mamadas que les hacía en los baños fuera algo elegante.
Sonreí un poco y asentí con la cabeza.
—¿Cuánto pagas tú por las entradas? —pregunté.
—Las entradas del Luna Llena valen solo cien.
Giré el rostro y la miré.
—¿Y tú lo pagas?
Hee tomó una última calada y tiró el pitillo sin apagar por la ventanilla.
—Con estas tetas no necesito pagar nada, Hoseok —respondió—. Si nos paran en la entrada, déjamelo a mí.
Miré de nuevo al frente y apreté un poco los dedos alrededor del asiento al tomar una curva demasiado rápido. Hee y yo nos conocíamos desde hacía mucho, podría decirse que éramos buenos amigos, aunque no sabía decir muy bien el por qué. Colarnos en fiestas era algo que hacíamos a menudo, más en el pasado, cuando nos aprovechábamos de borrachos para robarles dinero y después ir a comer algo caliente al primer local que estuviera abierto.
—Creo que en este club la gente se va al callejón a follar —le sugerí—.
Les oía la semana pasada mientras fumaba. Será como volver a tener dieciséis para ti.
—¿Dieciséis? A los veintiuno seguía follando en los callejones. ¿No te acuerdas del Merly’s?
—Es verdad —afirmé—. Escribieron tu número en la pared —y sonreí al recordar aquello.
—Me siguen llamando de vez en cuando.
—Y dicen que el romanticismo ha muerto…
Llegamos a la calle del Club de la Luna Llena diría que casi por milagro, aunque eso era lo que solía pasar cuando Hee se ponía al volante de un automóvil. Ella se quitó la cazadora, repasó su imagen en el retrovisor, sacó un pintalabios de la guantera, apartando mis piernas casi de un manotazo para que le hiciera sitio, y se los pintó. Salí del coche para dejarla tranquila y busqué mi cajetilla de tabaco para coger un pitillo.
Apoyé la cadera sobre la puerta y miré la entrada del local en la distancia. Había casi la misma cantidad de gente en el exterior que la semana pasada, aunque aquella noche lloviera ligeramente y la calle secundaria pareciera incluso más tenebrosa y peligrosa.
Hee salió del automóvil sin la cazadora, se bajó un poco la falda, demasiado apretada y que apenas le llegaba al muslo, antes de hacerme una señal para que la siguiera hacia el local. Algunos de los que estaban en la puerta nos dirigieron una mirada, a ella, por supuesto, pero también a mí.
Ellos solo podían ver a la preciosa morena llena de curvas y piernas hasta elcielo y al chico rubio y malo que iba a robarte la cartera y el corazón; pero nosotros éramos mucho más que eso, éramos exdelincuentes juveniles y pesadillas que parecían sueños de verano.
Nadie nos detuvo en la entrada, ni en el pasillo de los posters ni al cruzar la puerta gruesa que daba al antro más ensordecedor, oscuro y maloliente de toda la ciudad. Hee me agarró de la cazadora militar y tiró de mí, como la primera vez, hacia la barra del bar. Sacó veinte dólares de alguna parte de su escote y los puso sobre la mesa antes de gritarle a la primera camarera que pasó por delante:
—¡Dos de vodka con Coca-Cola!
Después se volvió a ajustar la falda y se giró hacia mí, aunque en realidad lo que quería era mirar hacia el balcón del piso superior donde
estaba la manada en sus sillones. No se veía mucho, pero ella puso una expresión de preocupación seguida de otra de desprecio.
—Hay una zorra ahí arriba que lleva una blazer sin nada debajo —me informó.
Eché un rápido vistazo.
—Tú llevas un top sin nada debajo —le recordé.
—¿Debería quitármelo?
—Quizá deberías intentar acariciarle el brazo antes de enseñarle las tetas —le sugerí.
—Eso no funciona —negó ella, muy convencida de sus palabras.
La camarera nos sirvió las copas y se llevó el dinero con una rápida sonrisa tan falsa como el rubio de su pelo. Le di un par de buenos tragos y eructé un poco antes de seguir a Hee al piso superior. Atravesamos a la misma gente que bailaba y empujamos a los mismos cuerpos sin rostro que subían y bajaban las escaleras hasta llegar al piso superior. Llegar allí fue como si la semana no hubiera pasado. No porque el lugar fuera el mismo, sino porque los lobos estaban en los mismos asientos rodeados de, juraría, las mismas mujeres y hombres.
—Ten el móvil a mano por si te llamo —me dijo Hee antes de salir precipitada a la esquina, donde estaba su rubiazo de ojos azules y brazos más grandes que mi cabeza.
No tardé demasiado en caminar por las mesas en busca de una botella de vodka frío y abierto. No sabía de quién era el alcohol, pero a nadie parecía importarle que me parara a probarlo a morro y a rellenar mi copa.Me quedé en el sillón de un lobo de pelo marrón claro, barba corta y camisa apretada de un amarillo muy parecido al de sus ojos. No porque me pareciera especialmente guapo, sino porque era el que tenía más botellas delante. Como la semana pasada, me dediqué a beber, a recostar la cabeza en el respaldo y a dejarme llevar por la música estúpidamente alta y repleta de bajos que casi te hacían vibrar el pecho.
Cuando me terminé mi segunda copa ya estaba algo entumecido, pero no borracho. Me incorporé para rellenar el vaso largo, siguiendo el ritmo de la canción un poco con la cabeza y un poco con el cuerpo. Puede que el volumen fuera demasiado, pero debía reconocer que el DJ sabía lo que hacía con la selección de los temas. Fue entonces cuando percibí un movimiento, una mirada, o quizá un olor concreto entre la enorme densidad que llenaba la parte alta de aquel antro. No supe qué fue exactamente, pero mis ojos se movieron directos hacia una figura de pie al lado de una columna. Tenía los brazos cruzados, el hombro apoyado y el rostro muy serio. Quizá llevaba un buen rato dando vueltas para llamar mi atención, no podía estar seguro, pero en el momento en el que lo consiguió, no se detuvo hasta ponerme de los nervios.
Traté de ignorarle, pero su mirada era como un láser de color amarillento y anaranjado que me atravesaba por completo. Se movía de aquí a allá, manteniendo las distancias y sin acercarse demasiado. Hasta que dejé mi tercera copa vacía con un golpe en la mesa y solté un suspiro inaudible entre el ruido de la música. Me incliné hacia delante, apoyando los codos en las rodillas antes de frotarme el rostro. Había guardado la esperanza de que aquel lobo no estuviera allí, o que quizá estuviera demasiado ocupado con los muchos humanos que, de seguro, estarían babeando por unos segundos de su atención. Pero al parecer se acordaba de mí, y, evidentemente, yo me acordaba de él.
Me levanté del sillón y fui de camino a la salida de emergencia con la mano metida en el bolsillo de mi cazadora militar. Antes de salir ya tenía un pitillo en los labios y el zippo encendido. Apoyé la espalda en la misma pared que la semana pasada y levanté la mirada al cielo mientras unas diminutas gotas blanquecinas me mojaban la piel. La diferencia de temperatura, de ruido y de olor eran arrolladora, como si acabara de tomar aire tras un minuto buceando en el mar. Antes de que me llevara el pitillo a los labios por segunda vez, la puerta metálica sonó y apareció una figuragrande, musculosa y alta. Llevaba una camiseta ajustada de publicidad con un logo descolorido en el centro, una cadena plateada alrededor del cuello y los mismos pantalones de chándal negros. Si quería parecer un puto pandillero, lo había conseguido. Se quedó de brazos cruzados y en silencio a un par de pasos de mí mientras yo seguía mirando el cielo oscuro y la fina lluvia. Tras la cuarta calada ladeé el rostro y me enfrenté a su mirada intensa de ojos amarillentos.
—¿No te aburres? —le pregunté en voz un poco baja.
El lobo no respondió, por supuesto. Me miró en silencio hasta que yo aparté la mirada al frente y dio un par de pasos más. Tardó todo un minuto en decidir ponerse a mi lado, todavía con los brazos cruzados sobre el pecho y expresión seria. Cuando estaba así me ponía un poco nervioso, pero contuve la necesidad de llevarme la mano al bolsillo y agarrar mi navaja; simplemente me terminé el pitillo y tiré la colilla al frente, echando una última voluta de humo en dirección contraria a la que estaba el lobo. Entonces le miré de nuevo y, tras un breve momento de duda, levanté una mano y le acaricié con solo la punta de los dedos el lateral de su enorme brazo. El lobo levantó la cabeza como si se pudiera orgulloso o brabucón, pero no se apartó.
Yo estaba algo borracho, aburrido y puede que cachondo, pero ¿cuál era su excusa para comportarse así y venir a buscarme? Puede que a aquel lobo le gustaran mucho los hombres con atractivo peligroso e indiferente. A muchos humanos les gustaba. La única diferencia era que en esas relaciones yo tenía el poder, y dudaba de que en esta lo tuviera. El lobo se acercó más, poniéndose frente a mí para terminar dejando las manos en la pared y encerrándome, como la última vez, entre su cuerpo, sus brazos y el muro. Miré sus ojos amarillentos, brillantes incluso en la penumbra del callejón, y levanté las manos para ponerlas en su cadera, suavemente al principio, antes de acariciarle lentamente de arriba abajo. El lobo empezó a perder la postura estirada y a bajar la cabeza mientras los parpados de sus ojos descendían y en su garganta se producía aquel murmullo bajo y gutural tras cada respiración. Su olor volvió a rodearme, tan intenso y extraño como la primera vez. Era fuerte y todo me decía que debería parecerme desagradable, pero a cada respiración solo me gustaba y me excitaba un poco más.Ladeé el rostro y moví una de las manos del costado hacia la barriga del lobo. Él abrió los ojos y bajó la mirada hacia mi mano, tomando un par de respiraciones más rápidas y perdiendo parte de su calma. Solo hasta que empecé a acariciarle con el reverso de la mano, muy lentamente, bajo su abultado pecho, allí donde comenzaba la curvatura de su abdomen. El lobo soltó un poco de aire por lo labios que llegó hasta a mí, cálido y húmedo en contraste con la lluvia y la fresca noche. Cerró un momento los ojos y el ronroneo de su garganta se hizo más intenso. Estaba frente a un Hombre Lobo de un metro noventa y cinco al que le encantaba que le frotaran la barriga como a un perrito. Resultaba hasta gracioso.
El lobo se quedó un buen minuto disfrutando de aquello, hasta que, sin previo aviso, dio un paso más y me encerró por completo entre él y la pared, pegando todo su cuerpo contra mí. Cogí aire y me llevé las manos a los bolsillos casi por instinto, creyendo que quizá la hubiera cagado y él se hubiera enfadado. Sin embargo, lo único que hizo fue dejarse caer un poco, bajar la cabeza y, de una forma un tanto extraña, olfatear mi pelo y frotar la barba contra él como si me acariciara con la cara. Fruncí el ceño, pero no dije nada. Tan de cerca su olor era incluso más intenso, la cara me quedaba a la altura de su cuello robusto y grande, con una vena azulada más marcada sobre su piel tensa. Podía sentir el calor de su cuerpo contra el mío, rodeándome por entero, y el bulto carnoso que había en su chandal, rivalizando con mi propia erección bajo los pantalones vaqueros. Quizá había subestimado la capacidad de los lobos para resultar tan atractivos y sexuales, quizá lo había subestimado por completo, porque había algo animal y primitivo en ellos, algo salvaje que te arrastraba sin remedio hacia el deseo y la necesidad. Empezaba a entender por qué la gente seguía viniendo a aquel asqueroso local para verles.
Cada respiración era peor que la anterior, porque más de aquel olor intenso entraba en mí y me aceleraba el corazón. Era algo primitivo y estúpido, simplemente estúpido, porque a mí jamás me había pasado nada parecido con ningún hombre humano. Tragué saliva y levanté las manos para ponerlas de nuevo en su costado, pero esta vez, en vez de subir, las deslicé hacia su espalda, casi abrazándole y atrayéndole suavemente hacia mí. La sensación era… alucinante. El lobo era tan grande que casi no podía abarcarle entre los brazos, tan cálido que podía sentir que calentaba mi cazadora y mis pantalones, gruñendo suavemente mientras frotaba el rostrocontra mi pelo. No había mundo más allá de aquel abrazo, solo una enorme barrera de músculo, sudor y calor que me mantenía seguro y protegido de todo lo demás.
Creo que perdí parte de la conciencia o, al menos, recuerdo haber entrecerrado los ojos y haberme dejado llevar por aquella mezcla de excitación y placer hasta un punto en el que no me di cuenta del tiempo que había pasado. Solo supe que algo empezó a vibrar en mis pantalones y que abrí de nuevo los ojos, descubriendo que tenía la frente apoyada en el hombro del lobo mientras seguía acariciándole de arriba abajo la espalda.
Levanté la cabeza y tomé una respiración antes de apretar los ojos para aclarar la mente. El lobo también se movió, porque seguía acariciándome de vez en cuando, como si tratara de limpiarse la boca en mi pelo revuelto.
Bajé la mano desde su espalda a mi pantalón y saqué el móvil para llevármelo a la oreja. El lobo soltó como una especie de gruñido más intenso y menos ronroneante, como una queja o un ligero enfado que, evidentemente, ignoré.
—¿Qué? —pregunté con la voz algo ronca, por lo que tuve que aclararme la garganta antes de seguir—: ¿Ya has terminado?
—¿Dónde coño estás? ¡Te levo llamando diez putos minutos! —dijo
Hee a través de la línea—. ¿Estás afuera? No oigo la música.
—No. Sí —cerré de nuevo los ojos—. Sí, estoy fuera. Salí a fumar.
—¿Dónde? No te veo.
—En… —miré hacia el lado del callejón que daba a la calle—. ¿Estás
en la entrada? Voy hacia allí —y colgué.
Guardé el móvil de nuevo en el bolsillo y miré aquellos ojos amarillentos que me miraban de vuelta en mitad de una expresión seria y nada divertida con todo aquello. Cabeceé hacia un lado y le dije:
—Tengo que irme.
El lobo apretó su entrepierna contra mí, como si quisiera hacer más evidente lo duro que estaba, por si no me había quedado claro después de tanto tiempo pegados.
—Ya —asentí, moviendo mi cadera de lado a lado para que también pudiera notar mi erección—. Es una putada, pero tengo que irme. —Como siguió sin moverse, le acaricié el costado un par de veces hasta que se relajó de nuevo—. La semana que viene —le dije. Sonó como una promesa, pero no lo fue.El lobo soltó otro de eses gruñidos de queja, pero bajó los brazos y pude escurrirme hacia un lado y liberarme de él. Noté una sensación fría en el cuerpo después de haber estado tanto tiempo pegado a algo tan caliente.
Ahora volvía a estar solo y desprotegido, volvía a ser «yo contra el mundo», pero ignoré esa sensación y me despedí con la mano del lobo antes de dirigirme al final del callejón. A cada paso, a cada respiración que tomaba lejos del aire intoxicado y repleto de sudor y feromonas, la mente se me despejaba un poco más y las ideas surgían de entre la neblina que se había apoderado de mi cerebro. ¿Qué cojones estaba haciendo? Un puto lobo… ¿en serio? Justo lo que me faltaba. Había tomado muy malas decisiones en mi vida, pero aquella debía ser, sin duda alguna, de las peores.
Encontré a Hee en la puerta del club, rodeándose los brazos y temblando un poco debido al frío. Me miró con una mueca muy enfadada y me pegó un golpe en el brazo como saludo.
—¿Sabes el frío que he pasado, pedazo de…?—entonces se detuvo, se acercó a mí y olió mi cazadora del ejército. Abrió muchos los labios y los ojos y se volvió a enfadar—. ¡Hijo de puta egoísta! ¡Yo aquí muerta de frío y tú follándote a un lobo!
—No me follé a nadie —le aseguré, tirando de ella hacia el coche, porque la gente escuchaba y no quería brindarles un espectáculo, al contrario que Hee. Saqué un pitillo de la cajetilla y le ofrecí otro a ella, que lo cogió como con desprecio de entre mis dedos—. No me follé a nadie —repetí con el cigarro en los labios mientras le encendía el suyo y después el mío—.
Estuve con uno en el callejón, pero no pasó nada.
—¿Le has comido la polla?
—No.
—Bien, porque no iba a estar yo arrastrándome como una gilipollas para que tú consigas comerle la polla a un lobo sin más y a las primeras de cambio.
—Claro —murmuré, soltando la columna de humo a un lado.
Le di las llaves del coche y no tardó demasiado en abrirlo y subirse antes de cerrar la puerta de un golpe seco que casi hizo temblar todo el automóvil.
—Joder, Hoseok, apestas a lobo, te lo digo de verdad —se quejó nada más sentarme a su lado—. ¿En serio que no te lo has follado?—No, y no pienso hacerlo —le dije sin demasiado entusiasmo.
—No, no, por supuesto que no. No vas a venir aquí obligado y aún por encima follarte a un lobo antes que yo —se dejó el pitillo en los labios, se puso su cazadora y arrancó el coche—. ¿Cómo conseguiste que te eligiera? —preguntó entonces.
—No lo sé —reconocí—. Al principio creía que venía a buscar problemas, pero después le toqué el brazo y funcionó bastante bien.
Hee golpeó el volante con tanta fuerza que hizo sonar la bocina.
—¡Esa mierda no funciona! —gritó con verdadera indignación.
Entonces empezó a negar con la cabeza y murmuró—: La semana que viene vengo desnuda…
—Yo no voy a volver —dije, pero mentí.
Y la semana siguiente, volvimos.

Y la semana siguiente, volvimos

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Human | JunghopeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora