Décimo Capítulo: Shen

230 24 1
                                    

Shen Long.

Voy corriendo y entro al recinto donde los altos funcionarios esperan, vestidos con los trajes blanco de luto debido a las dos muertes en la aldea. Al llegar, consigo ver también una figura bajita y tapada por completo con un manto blanco. No dudo y me pongo al lado de la figura, mirando de frente a los funcionarios. Me inclino y la mantengo hasta que me ordenan que me incorpore. Uno de los funcionarios comienza a hablar:

—Son ya dos los muertos que se esconden bajo la figura del mortífero dragón—toma una pausa—. Es por ello que hemos traído a una anciana hechicera de las tierras extranjeras del Oeste.

Miro de refilón y consigo ver a través de la capucha el perfil de una anciana pálida, de nariz grande y ancha con labios finos y secos. Sus arrugadas manos sostienen un bastón de madera acabada en una bola de jade.

—Ya habéis traído a un cazadragones, que bien ha fallado debido auna enfermedad que le ha acarreado ciertas desavenencias últimamente. Pero, si le dais la oportunidad ...—comienzo a decir.

—Bai Jiang está demasiado ocupado en las faldas que en cazar un dragón—me corta el funcionario rechoncho.

—Eso es muy injusto—digo.

La anciana levanta de repente los brazos y todos nos quedamos en silencio. Notando una fría atmósfera en el lugar.

—¿Acaso el pequeño dragón tiene miedo?—pregunta con una voz profunda y ronca.

—Yo no tengo miedo de las ancianas, hechicera—replico.

De pronto, la anciana saca una bolsa hecha de piel animal entretejida. La abre y de ella salen huesos con marcas hechas con tinta. Ella las reune todas, sacude sus manos y las lanza contra el suelo. Entonces emite un sonido de aprobación un tanto siniestro.

—Los Dioses no mienten, el dragón del río contaminará los cultivos, matará a los jóvenes...Hará que las lluvias no lleguen, con lo que la gente empezará a morir de hambre y de falta de bebida. Sólo su sangre derramada en la tierra de humanos puede acabar con él.

—¿Y cómo le sacamos, anciana?—pregunto.

Ella sisea y me señala con el dedo, más en concreto con sus pútridas uñas.

—¡No seáis insolente con el mandato de Dioses que son superiores a su estirpe!

—Dioses que se manifiestan en huesos y piedras tan poderosos no deben ser.

—¡Shen Long!—me recrimina el único funcionario al cual respeto.

Bajo la cabeza y rechino los dientes.

—La anciana no acabará con el dragón, sino que intentará descubrir qué hemos hecho mal para que el dragón se haya enfurecido de tal manera continua el mismo funcionario que me ha reprendido.

—Y créeme digo, señores, que muchas veces un dragón está enfurecido cuando otro está en su territorio.

Se gira y me mira fijamente, pudiendo apreciar que sus frío ojos son de un color grisáceo.

Esto no me gusta nada.

Canción Triste para el DragónWhere stories live. Discover now