Capítulo 15

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Elena

Continué rechistando en voz baja, escribiéndole a Verónica que todo esto era culpa suya por haberme llevado a esa estúpida fiesta. Me daba igual que mi amiga se enfadara, porque no le estaba diciendo precisamente cosas bonitas, pero ella me había enredado, como siempre hacía, para hacer lo que no debía. El poder de convicción de Verónica Sagasta era inigualable. Si estaba enfadada con ella, lo que sentía por el pelirrojo en estos momentos no tenía nombre; estaba tan cabreada que ni siquiera quería saber cómo William había dado conmigo a pesar de que tenía claro que ese era su trabajo y que, de alguna forma, asimilé de camino a la fiesta que de seguro acabaría encontrándome. Odiaba toparme con sus ojos una y otra vez a través del retrovisor, como si no hubiera pasado nada entre nosotros, como si no se hubiera muerto por besarme y follarme en esa fiesta tanto como yo a él.

Al girar la esquina de mi calle, Will redujo la marcha de forma brusca, mirando en todas direcciones con los ojos entornados. Todas las luces estaban apagadas, incluidas las de la cabina del guardia de seguridad de la entrada; y no solo mi casa, sino también las farolas de la calle, a excepción de los farolillos solares que bordeaban el camino hasta la mansión. Cuando se plantó frente al portón y este se quedó inmóvil, entendí que el lector de matrículas también estaba desactivado.

— ¿Un apagón? —Fruncí el ceño, sintiéndome algo menos mareada, y me asomé entre los asientos delanteros para esperar una respuesta.

— No lo sé. —Echó el freno de mano, pasándose la lengua por el colmillo, como hacía siempre que estaba nervioso. Se inclinó, sacó una pistola de la guantera y quitó el seguro, girándose un segundo para mirarme con el rostro serio—. No salgas del coche.

Cómo odiaba que se creyera con el derecho de darme órdenes. Me quité su chaqueta, lanzándola al asiento delantero, y me crucé de brazos siguiéndole con la mirada a través de los cristales tintados. Alzó el arma frente a su rostro, apuntando hacia la oscuridad que nos consumía, y rodeó el coche con lentitud hasta quedar junto a mi puerta. Estaba cansada y tenía muchísimo sueño; la puerta podía abrirse con las llaves de forma manual, pero él era demasiado teatrero como para hacer algo tan simple. Me bajé del coche, poniendo los brazos en jarra para mirarle fijamente, pero antes de que pudiera hablar, ya lo tenía encima.

— Métete en el coche. Te acabo de decir que no salgas. —Se colocó frente a mí, dándome la espalda, con la vista clavada en el descampado en obras que había frente a la mansión—. Al coche. Ya.

— Tú no me das órdenes. —Me encaré, alzando la barbilla. Me hubiera gustado culpar al alcohol de esa actitud, pero posiblemente hubiera reaccionado igual estando sobria.

— No te voy a suplicar —gruñó en voz baja, girándose hacia mí con una mirada que me hizo retroceder un pasito.

Cuando puso las manos en mi cintura para empujarme de nuevo al coche y yo estuve a punto de replicar, el ruido sordo de un disparo retumbó en mi cabeza, como si hubiera estallado junto a mi oído. William me empujó hacia el interior del coche, y cuando mi espalda chocó con los asientos, comenzó a dolerme muchísimo el pecho. No estaba segura de qué era ese dolor. No estaba segura de si es que la bala me había alcanzado a mí, o si era la angustia infinita que sentía al ver la sangre sobre nosotros, o lo peor de todo, si es que me estaba muriendo y no lo sabía. Estaba tan asustada que comencé a sollozar cuando él cerró la puerta y se acomodó sobre mí, cubriendo mi cuerpo con el suyo; me tapó la boca con una mano, entornando los ojos y agudizando el oído. Ni siquiera parecía darse cuenta de toda la sangre que cubría mis brazos y parte de su pecho; intenté decírselo, pero me acalló de nuevo con su mano. Aferró el arma con la mano libre, y vi cómo su garganta se movía al tragar saliva. Una lluvia de cristales calló sobre nosotros cuando reventó la luna trasera de mi coche, y el se acercó más a mí, cubriendo mi rostro con su pecho. Sentía sus músculos tensos sobre la fina camisa blanca, manchada de sangre al igual que mi vestido, que había perdido su color dorado para dar lugar al carmesí.

Golpe de muerte - William & ElenaWhere stories live. Discover now