Capítulo 24

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Elena

Dejamos la comida sobre la mesa y me tiré en el sofá, desperezándome y cerrando los ojos para inhalar el maravilloso olor de la pizza recién horneada; miré a mi amiga con una media sonrisa, y ella me la devolvió levemente al dejar los vasos de agua.

— Las servilletas —dije con un puchero, mirándola con ojos de cachorrito y uniendo las manos bajo mi barbilla, suplicante.

— Podrías levantar el culo tú, ¿sabes? —se quejó en tono de broma, entornando los ojos—. No se te ocurra tocar mi pizza —advirtió, señalándome con el índice.

Esperé pacientemente unos minutos que se me hicieron eternos, pero comencé a extrañarme ante tanto silencio. Di un bote al escuchar el ruido de un vaso estrellándose contra el suelo en la cocina, y me giré hacia atrás, encontrando una inmensa oscuridad detrás de mí; no es que me diera miedo la oscuridad, ni las películas de terror, pero estaba algo sugestionada por todas las amenazas y ataques que había estado viviendo las últimas semanas.

— ¿Vero? —pregunté, poniéndome en pie. La televisión se apagó de golpe, dejando el salón en la negrura absoluta—. Vero, no tiene gracia. —Inspiré con calma, intentando adaptar mis ojos a la ausencia de luz.

Las luces verdosas de emergencia iluminaron muy tenuemente algunos rincones de la casa, dándole un aspecto incluso más perturbador que antes. Cogí mi teléfono de la mesita, encendiendo la linterna y dedicándome a mí misma algunas palabras tranquilizadoras. Pulsé algunos interruptores del salón, pero ninguno funcionaba. Acabé buscando el número de William, nerviosa por la situación.

— ¿Todo bien? —preguntó con intranquilidad.

— Sí, solo se ha ido la luz. —Sonaba ridícula, en realidad. Quizás le estaba dando demasiada importancia a algo que no la tenía; no era la primera vez que se iba la luz en la zona—. ¿Os queda mucho?

— No demasiado. —Vaciló unos segundos antes de volver hablar—. ¿De verdad estás bien? —la pregunta sonó en un susurro, y escuché voces en la lejanía; no debería molestarle más, pronto estaría de vuelta.

— Sí, tranquilo. —Asentí para mí misma, tranquilizándome—. Nos vemos luego, ¿vale?

— Diviértete —dijo casi apurado, cortando la llamada.

Cuando colgué, se me quedó un sabor agridulce. Aunque me había quedado más tranquila al oír su voz, no me gustó escuchar la inquietud y el nerviosismo que me transmitía; deseaba de todo corazón que estuvieran bien y todos volvieran sanos y salvos. Volví a llamar en voz alta a mi amiga, dirigiéndome a la cocina. Desde la puerta, iluminé varias servilletas dobladas en la encimera y, después, el vaso roto en el suelo.

— ¿Verónica? ¿Dónde te has metido, tía? —insistí, rozando el límite de mi paciencia.

Me mordisqueé el labio inferior y, entonces, sonreí y negué con la cabeza. Seguro que estaba intentando asustarme; estaba tan sugestionada, que ni siquiera había recordado que, cuando quedábamos juntas para ver películas de terror, Vero se las ingeniaba para causarme mini infartos con cualquier cosa. Al tranquilizarme un poco, recordé que la caja del contador de la luz estaba en el almacén, y la puerta estaba entornada cuando la apunté con la linterna, así que debía estar ahí. Caminé con confianza, pero paré en seco al escuchar la voz de mi amiga desde dentro.

— ¿Elena? —preguntó en voz baja. Juraría que su voz sonaba temblorosa, insegura, y eso no me gustó. Estiré la mano para coger un cuchillo, y lo apreté con fuerza entre mis dedos; solo por si acaso.

— Sal de ahí, Vero, no tiene gracia —dije con voz firme, pero siendo consciente de que me temblaban las manos. Tenía la vista y todos mis sentidos enfocados en esa puerta blanca, apenas iluminada por la linterna de mi móvil.

Golpe de muerte - William & ElenaDove le storie prendono vita. Scoprilo ora