Capítulo uno: "Malhumor rutinario".

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Existe por ahí un pobre desdichado que sufre, solloza y recibe los abusos del mundo siendo el escudo de su propia sombra. Arrastra el peso de su existencia como si nacer hubiese sido un castigo. No avanza. No vive. Respira en agonía y espera su final para ser recordado con dolor por su familia. Una víctima.

Ese no era Lucifer. Lucifer no tenía tiempo para estupideces. De hecho, ya estaba atrasado.

El capataz había pasado anunciando el fin de la jornada, y eso significaba que Lucifer estaba libre. Finalmente.

Algunas gotas de sudor se deslizaban  con libertad por sus sienes; incluso enfrentándose a los remanentes del frío invernal, cuando se trataba de trabajar en una construcción jamás se alcanzaba a sufrir por la temperatura. Podía incluso decir que el aire fresco revolviéndole el cabello húmedo por su propia transpiración era, ciertamente, lo más cercano que estaría de recibir una caricia divina.

La ropa de protección estaba diseñada para cuidarlo de escombros y clavos, pero era un calvario caluroso cuando el sol se instalaba en el cielo. Y si bien el sol de marzo no golpeaba con tanta crueldad, para los que acarreaban carretillas y se mantenían en un movimiento constante era tan despiadado como cualquier estación.

Al final, Lucifer, igual que los demás, terminaba dejándose únicamente la parte de abajo del entero, el resto atado a su cintura como un grueso cinturón. Una camiseta negra de manga larga era todo lo que llevaba debajo del overol. Era poco recomendable porque se exponían a heridas o golpes, pero la mayoría prefería un rasguño que un choque de calor.

Vee's, no se hacía responsable por daños a los trabajadores. Ni siquiera tenían contrato establecido porque trabajaban para una empresa tránsfuga y de mala muerte dirigida por un par de tiranos abusadores que aprovechaban la desesperación de algunas personas para sacarles provecho por una paga miserable.

Se estiró, provocando un tirón agradable en su musculatura cansada, y terminó por quitarse también los lentes y la pañoleta que cubría su rostro. Con esta misma limpió el sudor que lo ensuciaba, luego guardó todo en uno de los muchos bolsillos que tenía el traje.

Eran las cinco, quizás cinco con diez porque los bastardos a veces se regalaban diez minutos de trabajo gratuito. Lucifer estaba ahí desde la demolición del anterior edificio, hace un mes exacto. Le dieron el trabajo porque era ilegal rechazar a una persona por su subgénero, y Lucifer se encargó de mantenerse allí por todos los medios. Después de las primeras dos semanas la gente perdió la mayor parte del interés en él, y desde entonces se dedicó a llegar, hacer su parte e irse una vez su paga fuese entregada.

Lucifer agradecía su propia fuerza física. No era el tipo más grande ni alto —de hecho, podría considerarse incluso bajo peso por algunas personas—, pero sus músculos estaban adecuadamente trabajados y él tenía una resistencia insólita que aprovechaba al máximo.

Lo atribuía a su edad, aún era joven y saludable.

Avanzó hasta donde situaba su botella y bebió en tres sorbos lo que le quedaba de agua. Su garganta estaba seca, necesitaba una ducha para quitarse el exceso de tierra y mugre en su cabello antes de ir por Charlie a la guardería. El sol creaba sombras hacia su izquiera cuando observó el cielo, pero seguía siendo considerablemente temprano, decidió irían por un helado de camino a casa.

Charlie lo merecía, siempre recibía halagos de los encargados de la guardería por su conducta dulce y educada.

Su niña era un ángel, y estaba orgulloso de ella.

Una persona a su lado rozó su hombro cuando se inclinó a tomar la botella que quedaba. Lucifer no lo había visto antes, supuso que era nuevo. Llevaba todo el día trabajando junto a él, de vez en cuando lanzaba un comentario que Lucifer no respondía porque odiaba hablar mientras trabajaba. Y porque odiaba sociabilizar con la gente de ese trabajo.

Little Demon. |RadioApple|Where stories live. Discover now