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«Link... Link...»

Una voz difusa, con eco. Al fondo de una habitación vacía. Tal vez al fondo de su propia cabeza.

—Link... —abrió los ojos.

Frente suyo, la silueta áurea y resplandeciente de la princesa. Su figura, aunque borrosa, titilaba con un halo dorado, contrastando con el negro, el rojo y el marrón de la destrucción alrededor de ellos.

No tuvo tiempo para hablar, Zelda se apresuró; su rostro compungido, su visión apenas pudiendo mantenerse nítida.

—Link, debes darte prisa.... Debes hacerla recordar.

«¿A quién?» quiso preguntar. Y aunque la voz no le salía, la respuesta fue obvia. La mirada de la princesa se volvió profunda por un segundo, después su imagen comenzó a desvanecerse. Ella se miró a sí misma y de pronto, repitió con premura:

—Debes darte prisa, tienen que venir. No pierdas el tiempo en sentimentalismos, Link. Hazla recordar. Tiene que recordar, tienes que...

Su imagen se fue desvaneciendo, así como sus palabras. Link alzó la mano, como tratando de alcanzarla, pero fue en vano. La luz de la princesa desapareció, dejándolo en la oscuridad. En el horizonte negro, el castillo de Hyrule.

Entonces despertó.

Respiró profundo, trató de relajarse. Los hombros le pesaban, el corazón le hincaba.

Miró por la ventana de la habitación de la posada donde había pasado la noche. Los pájaros aún no trinaban, pero los advenimientos del sol ya se hacían visibles por entre las montañas de la aldea.

«Debes darte prisa...»

Apretó los labios.

જ⁀➴

Poder ver la luz del día de nuevo no se sentía como cualquier cosa, especialmente si sentía que ni siquiera había llegado a estar acostumbrada a ella. Tapó el brillo cegador del sol con sus manos, cuando miró al cielo; respiró el aire del alba.

Observó los contornos del pueblo de Kakariko con algo de fascinación. La mañana teñía de anaranjados y amarillos las casitas, los caminos y los huertos. Todo era siempre tan distinto de día... Pensó que incluso durante las míseras misiones en que había salido de la guarida, había podido observar sólo el panorama nocturno. La euforia le volvió como una oleada.

Ni siquiera sabía a dónde iban, o qué sería lo que harían. Lo único que sabía era que estaba totalmente expectante, totalmente impaciente.

Link la miró desde atrás; su postura inquieta, sus labios que apenas buscaban evitar formar una sonrisa, nerviosa, emocionada. Pero no se pudo dar el lujo de seguirla admirando, pues pronto la pesada mirada de Impa y de los Sheikah guardianes tras de ella, se intensificó. Se acercó más al portal de la casa de la líder, donde aún yacían.

Ella le dio una mirada cómplice con sus ojos negros. Link asintió. Sabía a lo que se refería.

—¿A dónde vamos a ir? ¿Nos vamos ya? —preguntó ella rápidamente, acercándose al chico de repente, con una sonrisa radiante en la cara. Apenas reparando en su semblante funesto—, ¿me van a quitar esto? —señaló las cadenas, que aún tenía puestas en pies y manos.

—Illyria, hay una última condición en lo que a su viaje respecta —comentó Impa, llamando su atención. Ella sintió, desde el erizar de su piel, cómo su cuerpo se ponía a la defensiva.

Miró a la anciana con desconfianza, especialmente cuando uno de los guardias detrás suyo se acercó con lo que parecía ser un artefacto extraño entre las manos. Miró la sonrisa ambigua de Ced, tras la maya que cubría su boca. Se veía como una burla, como sorna incluso. Ella hizo una mueca.

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