Oscura Profecía Capítulo Uno

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El dolor punzante que sentía en este momento no se comparaba con nada que hubiera sentido antes. Era como si mi cuerpo entero estuviera ardiendo, como si cada fibra de mi ser se estuviera desgarrando. La entrada al infierno, mi iniciación como bruja de la oscuridad y de la muerte, no era como lo había imaginado, ni como me habían hecho creer mis hermanas de la noche. Me habían dicho que sería como una caricia al corazón, pero no lo era, sentía como si me estuvieran arrancando el alma, llevándose consigo la poca humanidad que me quedaba. Y quizás, así era.

Nací hace dieciocho años. Mis padres, quienes eran hechicero y bruja de la luz, aliados del Rey Celestial, esperaban con ansias que mis poderes surgieran. Esperaban con ansias el momento de elegir con qué arte mi alma estaba representada y le pedían a todos los santos que fuera una aliada de la luz o de la naturaleza. Cuando cumplí mis quince años, surgieron mis poderes y con ellos la traición más grande de mi vida. Mis padres no podían creer cuánta decepción y odio sintieron cuando resulté ser aliada de la oscuridad y del mismo Señor Oscuro.

Ellos siempre habían sido cariñosos conmigo, tan buenos padres, pero luego de la selección y de que se revelara la verdad, ellos, sin una pizca de remordimiento, me tiraron a la calle, dejándome desamparada y cortando así sus lazos conmigo. El odio me embargó, el deseo de venganza y el dolor de la traición nublaron mi mente. Desde entonces cambié, me acerqué a mis hermanas nocturnas buscando un refugio, y ellas no tardaron en darme su mano. Y hoy me encuentro aquí cruzando el sendero del infierno.

El camino hacia el palacio de nuestro señor era tortuoso, lleno de lamentos y gritos de las almas condenadas a sufrir en las llamas infernales. Sentía un ardor, pero a la vez se podía sentir un frío que calaba en lo más profundo de mis huesos.

Hoy era la única iniciada, la única que recorría este camino. Bendita sea yo que tenía que cumplir años el veinticinco de diciembre, en el nacimiento de Jesús. Mis padres lo habían tomado como una señal de que Dios estaba conmigo. Tremendo chiste resulté.

Iba tan sumida en mis pensamientos que no me di cuenta de que ya me encontraba a unos pasos del palacio de nuestro Señor. Frente a mí se alzaba imponente un enorme castillo, su oscuro exterior contrastaba con destellos dorados que parecían emanar un aura siniestra y tétrica. Con paso vacilante, recorrí el largo pasillo, donde solo el susurro de almas en pena y la presencia de criaturas del inframundo acompañaban mi camino.

Mis pasos se aceleraron, impulsados por el nerviosismo, hasta alcanzar finalmente la entrada del castillo. Las enormes puertas de hierro se abrieron lentamente ante mí, como si otorgaran permiso para adentrarme en lo desconocido.

—Bien, ya es la hora—murmuré para mí misma mientras me adentraba al palacio.

Una vez dentro, me encontré inmersa en un pasillo interminable, adornado con candelabros de diamantes que pendían majestuosamente del techo. Cada destello de luz que reflejaban iluminaba la oscuridad del lugar, creando una atmósfera de misterio. Mis pies se hundieron en una lujosa alfombra negra que cubría el suelo, mientras que las paredes revestidas de oro y plata relucían con un brillo deslumbrante a la luz de los candelabros. El salón estaba repleto de lujos y brillos, como si fuera el tesoro más preciado de algún reino perdido en el tiempo.

Con paso seguro, avanzaba hacia el hombre que me observaba con intensidad. Estaba sentado en un trono hecho de calaveras bañadas en oro, una imagen que emanaba una macabra majestuosidad.

Su apariencia era sorprendentemente hermosa, con una tez blanca y pálida que parecía casi traslúcida. Su cabello negro caía en cascada sobre sus hombros, atrayendo la atención con su profundo tono que parecía absorber la luz a su alrededor. Una corona de hielo reposaba sobre su cabeza, agregando un toque gélido a su aura.

Oscura Profecía #PGP2024Where stories live. Discover now