Capítulo 2: La niña rara

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Al cumplir los doce años Dagmar decidió que jamás volvería a tener un vínculo humano, aparte del que tenía con su mamá. Nada de ser la novia, la amiga, la enemiga, la rival o lo que sea de alguien. En parte tomó esa decisión por las malas experiencias que tuvo durante la primaria, pero también lo hizo por diversión infantil. Era como retarse a no volver a pisar una raya o dejar de utilizar la letra «o».

Fue durante esa época, en el primer año de secundaria, que conoció a Micaela, la niña rara del salón. A pesar de que todos a esa edad harían cosas de las que se avergonzarían en el futuro Micaela consiguió destacar como un elefante en una oficina. Cada receso sacaba cinco peluches de su mochila y se dirigía a una esquina del patio de cemento, bajo la sombra de un árbol, y jugaba a que era una general que libraba sangrientas batallas, con los peluches como sus fieles soldados. Gritaba a todo pulmón, corría en círculos y luchaba contra enemigos imaginarios mientras los demás se reían de ella en voz baja.

Dagmar nunca se atrevería a molestarla por su forma de ser y aun así verla le daba un poco de vergüenza ajena. Llegó a preguntarse si Micaela ignoraba las burlas o no se daba cuenta de cómo la veían sus compañeros.

Contrario a lo que decían algunas chicas Dagmar dudaba que Micaela actuara así para llamar la atención. Ella jugaba sin importar cuántas personas la vieran y parecía poco interesada en hacer amigos. Miraba a los demás con desconfianza, como preparada para soltar un golpe en cuanto trataran de meterse con ella. Dagmar supuso que también tuvo malas experiencias en la primaria.

Además, era obvio lo importante que era esa actividad para ella. Almorzaba de inmediato para aprovechar el tiempo libre y era capaz de repetir una acción varias veces hasta que quedara perfecta. Lo que más le gustaba actuar era su propia muerte, a veces heroica, a veces trágica. En una ocasión Micaela fingió que le dieron con una flecha en el vientre, se tambaleó con ojos desorbitados, cayó, quedó acostada boca arriba y estiró la mano al cielo brillante de agosto. Murmuró algo ininteligible y al final dejó caer el brazo. Esta última parte la repitió unas veinte veces hasta que quedó satisfecha. Poco le importó ensuciar su uniforme o el suelo caliente bajo el sol implacable.

«¿Por qué es tan importante para ti? ¿Qué buscas conseguir muriendo una y otra vez?» pensó Dagmar.

Podría haber pasado el resto de la secundaria sin hablar con ella, hasta que un día el profesor de Formación Cívica y Ética armó parejas al azar para una actividad y le tocó con Micaela. Esta levantó la mano para hablar y lo que dijo desconcertó a Dagmar e hizo sonreír al profe Arturo.

—Lo siento profesor, pero no puedo hacer equipo con mi archienemiga.

—¿Tu qué, perdón? —exclamó Dagmar con el ceño fruncido.

—Mi archienemiga —repitió Micaela, mirándola a los ojos con aire desafiante. Dagmar abrió la boca sin saber qué decir.

«¿En qué puto momento me volví tu archienemiga?» pensó.

El profe Arturo carraspeó para evitar reírse.

—Pues lo lamento, pero tienen que hacer equipo, el punto de la actividad es que aprendan a trabajar con personas que normalmente no escogerían. Véanlo como una oportunidad para salir de su zona de confort ¿Está bien?

—Está bien —respondió Micaela con desgana, luego movió su pupitre delante de Dagmar para quedar frente a frente—. Hagamos una tregua hasta que terminemos el trabajo.

—Oye solo quiero decir que no tengo nada en contra tuyo y no tengo idea de por qué piensas que somos enemigas —susurró Dagmar para evitar que el profe les llamara la atención.

—Si claro.

—Lo digo en serio ¿Qué hice para molestarte?

—Deja de hacerte la tonta, desde que llegué a esta escuela me has vigilado todo el tiempo. Me miras mientras planeo mis estrategias, cuando como, cuando estudio. No sé qué buscas, pero no te tengo miedo.

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⏰ Última actualización: Mar 04 ⏰

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