THE DARK CITY

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El bullicio constante, la actividad en la redacción del MORNING POST llenaba el aire cuando Arthur Galahad ingresó apresuradamente al edificio. Su amigo del periódico lo había llamado con urgencia, prometiendo una sorpresa que cambiaría el rumbo de su incipiente carrera periodística. Con el corazón latiendo con anticipación, Arthur se abrió paso entre los escritorios y las conversaciones animadas hasta llegar a la oficina de su amigo.

—Allí estás, Arthur —saludó su amigo con una sonrisa triunfante. —Tenemos grandes noticias para ti. —Con un gesto de la mano, lo invitó a entrar, y Arthur cruzó el umbral con una mezcla de emoción y nerviosismo.

Dentro de la acogedora oficina, el director del periódico lo recibió con una expresión de satisfacción. —Tu trabajo ha sido excepcional —, comenzó el director, el brillo de la admiración en sus ojos. —Estamos impresionados por tu dedicación y tu habilidad para desentrañar los misterios de esta ciudad. Con esas palabras, anunció la noticia que cambiaría el curso de la vida de Arthur; una oportunidad para integrarse plenamente en el MORNING POST. Una acción que a duras penas lograba recordar haber realizado hacía unas cuantas semanas terminó siendo más provechosa que todos los meses de la búsqueda constante por tener un golpe de suerte.

La emoción inundó a Arthur mientras absorbía la magnitud de la oportunidad que se le presentaba. —Estamos más que encantados de tenerte con nosotros— continuó el director. —Comenzaremos con algunos encargos pequeños, pero estoy seguro de que pronto estarás cubriendo historias importantes para nuestro periódico—

Con un nudo en la garganta y un brillo de determinación en los ojos, Arthur aceptó la oferta asintiendo con total gratitud. Salir a las calles de Londinium como un periodista del MORNING POST era un sueño hecho realidad, pero sabía que con él también venían desafíos aún mayores. No podía dejarse llevar por la emoción, su deseo por probar aún más su valía lo llevaba a mirar de manera casi compulsiva la puerta principal del edificio con el rabillo del ojo.

Sus primeros encargos lo llevaron al corazón de la ciudad, donde informaba sobre robos y pequeños disturbios que afligen a los ciudadanos. Sin embargo, entre las noticias cotidianas, Arthur se encontró intrigado por un caso que había capturado la atención de toda la ciudad: los crímenes brutales de Jack el Destripador en Whitechapel. A medida que se adentraba en la investigación, Arthur se dio cuenta de que estaba a punto de enfrentarse a las sombras más oscuras de Londinium, desentrañando un misterio que había envuelto a la ciudad en un aura de miedo y fascinación.

Arthur se sumergió en su trabajo con renovado fervor, aprovechando cada ocasión para profundizar en el caso del Destripador. Mientras recopilaba información y entrevistaba a testigos, el misterio que rodeaba al infame asesino envolvía su mente en una neblina de intriga y peligro.

Una tarde, después de una larga jornada de trabajo en la redacción, Arthur se encontró con su amigo Stéphane en el bar local. Mientras sorbían sus cervezas, el amigo de Arthur, con una mirada llena de intriga, le preguntó

—¿Cómo va la investigación, Arthur?

Arthur suspiró, sumido en sus pensamientos. —Es complicado —admitió. —Parece que cada pista que seguimos nos lleva a un callejón sin salida. Jack el Destripador es escurridizo, como si estuviera un paso por delante de nosotros en todo momento.

El francés asintió con comprensión. —Es un caso difícil, eso es seguro. Pero tienes un don para desentrañar los misterios, Arthur. Confío en que descubrirás la verdad detrás de estos horribles crímenes —le afirma de forma risueña y entrecortado por los pequeños momentos de hipo.

Arthur le agradeció por sus palabras de ánimo, pero en el fondo sabía que el camino por delante sería difícil y lleno de trabas. A medida que la noche caía sobre la ciudad, la sombra de Jack el Destripador parecía alargarse, amenazando con engullir su ser en la oscuridad. Como estar frente a esa bestia que activa esa sensación, ese terror punzante propio del instinto intrínseco en cada ser humano.