Capítulo VIII: Pequeño gran desastre.

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— Vamos, para. Creo que es tan solo un par de dedos menos a como lo llevaba en segundo año.

Suguru había sentido la mayoría del viaje como Gojo observaba su pelo, aún con las luces del avión apagadas. Claro, el albino no dormía ni siquiera en su cama king con sábanas de algodón egipcio, menos iba a hacerlo ahí, aún cuando fuera primera clase.

— Sí, pero me acostumbré a que lo llevaras bajo los hombros. ¿Puedes culparme, acaso? Era mucho más sexy y...

— Basta.

Satoru había comenzado a poner su mano en el estómago de Suguru. "Había olvidado lo caliente que es y lo mucho que le gusta hacerlo en público." Sí, a Geto también le gustaba, pero hasta cierto punto; no cuando llevaba veinte horas sin dormir y con las gemelas en los asientos de atrás.

— Tsk. Igual no es justo. No tuve muchas oportunidades de jalarlo. Te lo dejaste de cortar después que volvimos de Okinawa y tampoco es como que me prestaras mucha atención en esa época.

Satoru se arrepintió enseguida de lo que dijo. Quizás había sido un poquito desconsiderado. Suguru, por otro lado, dejó de respirar por un par de segundos. No podía creer que para Gojo fuera más importante el hecho de no haber podido jalar su largo pelo mientras se lo metía, que la razón por la que se lo dejó de de cortar; no porque quisiera verse sexy o bonito, sino porque simplemente le había dejado de importar. No comía, no dormía, no sonreía y Satoru apenas lo notó. No solo eso. En esa época, tenía pesadillas con la sonrisa de Toji Fushiguro mínimo cinco veces a la semana y se lo había dicho, pero no: Gojo sólo veía lo que él quería. En ese caso, una cabellera larga, sedosa y sensual que no podía tocar. "Sinceramente, ¿cómo alguien puede ser tan jodidamente egocéntrico?".

— Satoru...– dijo en voz muy baja y respirando entrecortado. — Escúchame con toda tu puta atención.

"Oh no, desperté a la bestia", pensó Satoru apenas vio la expresión de su novio. Se puso la capucha de la sudadera, en señal de que sabía lo que le esperaba. Gojo no solía aceptar de manera dócil ninguna reprimenda, salvo las de Suguru, y siempre y cuando se las mereciera. Y este iba a ser definitivamente el caso.

— Querías jalarme el pelo. De toda esta situación de mierda, en la que estoy dejando literalmente todo atrás, no solo por las niñas sino que principalmente por ti, tú única preocupación es que me corté el cabello. ¿Estoy en lo correcto?

Satoru no respondió. Sabía que daba lo mismo lo que dijera, Suguru no iba a quedarse callado hasta hacerlo sentir culpable y merecedor de todos los castigos existentes. Y sí, Geto quería pegarle ochocientas patadas y gritarle lo estúpido que era, pero estaban en un avión. Además, cuando decidió hacer parte a Satoru de su familia, se prometió no pelear con él frente a las niñas. Tomó mucho aire y contó mentalmente hasta diez.

— Hablaremos de esto más detalladamente cuando lleguemos, pero ¿sabes qué? Estoy harto de referirnos a eso como "Okinawa". No fue en Okinawa. Fue en la puta academia, un lugar que supuestamente tenía que protegernos de un monstruo como Fushig...ese puto asesino. Si algo pasó en Okinawa, fue la última vez que fui feliz contigo.

El manipulador de maldiciones se cruzó de brazos y fijó su vista en la ventanilla. Se sintió ligeramente culpable por haberle dicho, en otras palabras, que no había vuelto a ser feliz con él. Satoru, por otro lado, estaba un poco disociado. Sus seis ojos hacían eso por él cuando Suguru se ponía en modo extremadamente antipático. Probablemente no era capaz de soportar las dagas de su novio, así que su cabeza se apagaba. Sin embargo, eso siempre era peor porque, a medida que dejaba de sentir, también dejaba el tino de lado. El poco que tenía.

— Bueno, cuando lleguemos, pero ¿sabes qué, también? Igual tú nunca dijiste nada.

Suguru volvió a mirarlo. No podía creer sus oídos. Sus ojos estaban muy abiertos e inyectados de sangre, de la pura rabia.

Malditos: SatoruxSuguru (SATOSUGU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora